Este artículo se publicó hace 14 años.
Viaje al basurero de los abuelos de la Humanidad
Las obras de ampliación del vertedero de Can Mata, en Barcelona, han destapado un yacimiento de fósiles de hace 12 millones de años. Ya se han encontrado especies únicas que obligan a reescribir la historia de la evoluci&oac
Descender por la pista de tierra del vertedero de Can Mata, a 50 kilómetros al norte de Barcelona, es como viajar en el tiempo. En unos 500 metros, pasan ante la vista sedimentos que recorren un millón de años. En la parte más profunda, hay un estrecho barranco donde, durante las obras de ampliación de 2002, apareció el fósil de Pau. Vivió hace 12,5 millones de años y pudo ser el abuelo de los grandes simios y el hombre. Más cercano al otro extremo temporal, hace unos 11,7 millones de años, vivió el Pliopithecus canmatensis.
Las enormes excavadoras que abrían nuevas fosas destaparon mandíbulas y dientes de este mono que resultó ser de una especie nueva descrita este año. Es la última joya salida de un yacimiento único en el mundo, donde la necesidad de sepultar los desperdicios de hoy está desenterrando el mundo del Mioceno.
"Aquí aprendes a entrenar la vista para distinguir el color blanco de un hueso entre la tierra", explica Jordi Balaguer, codirector de los trabajos paleontológicos en Can Mata. Como otros técnicos de la empresa Fossilia, Balaguer lleva años siguiendo de cerca el trabajo de las excavadoras y los bulldozers. Llueva o haga sol, los paleontólogos pasan hasta diez horas al día escudriñando el terreno removido por las máquinas. Cuando aparece algo, avisan a los operarios para que se vayan a cavar a otro sitio y rescatan todo lo que pueden. "La gente está acostumbrada a los yacimientos ordenados, acordonados y cubiertos con una lona", explica Balaguer. "Esto es completamente diferente, algo así como paleontología preventiva", confiesa.
Dos antepasados de los homínidos, Pau y Lluc, fueron desenterrados aquí
Desde 2002, las obras en el vertedero han desenterrado casi 50.000 fósiles del Mioceno medio. Hablan de una zona con una fauna muy rica, que incluía desde pequeños roedores hasta elefantes primitivos del tamaño de los que hoy habitan África. "Hemos llegado a encontrar colmillos de metro y medio de largo y de diez centímetros de grosor", explica Balaguer mientras conduce su coche pista abajo.
Si no fuera por las rachas de mal olor, el lugar podría pasar por una mina a cielo abierto con fosas de más de 40 metros a la espera de basura. Los terrenos los preside desde un alto una masía con iglesia propia que pertenece a los Garriga, dueños de las 80 hectáreas en las que se sitúa el vertedero. "Nosotros sólo alquilamos la tierra", explica Ramón Parés, gerente de la explotación con capacidad para recoger 3.000 toneladas al día. Cuando las fosas quedan llenas, se tapan y se cubren de tierra. Sobre una de ellas, crece ya un nuevo viñedo de los Garriga.
Hace 12,5 millones de años, lo único que ya estaba aquí eran las crestas de Montserrat. El resto del paisaje era un bosque espeso y cálido con palmeras, lianas y sin apenas cambios de temperatura entre estaciones. "Debía de haber grandes claros para que pudieran vivir los elefantes que hemos encontrado", explica Balaguer. También había tigres de una especie conocida como falsos dientes de sable, rinocerontes, Anquiterium (antepasados de los caballos) y hasta seis géneros diferentes de criaturas similares a los jabalíes de hoy. "Este yacimiento es de los más importantes del mundo por el tiempo del que data y por la variedad de fósiles", explica Balaguer, que lleva pintado a la espalda de su chaleco el cráneo de un animal marino que nunca encontrará en Can Mata.
Primer dienteEl primero en levantar la liebre sobre este lugar fue el mítico paleontólogo Miquel Crusafont, quien, en la década de los cuarenta, encontró dos dientes en una ladera cercana a la masía de los Garriga. Todo quedó más o menos olvidado hasta que comenzó la ampliación del vertedero en 2002.
Debido al hallazgo de Crusafont, la empresa responsable del vertedero, Cespa, estaba obligada a contratar de su bolsillo a paleontólogos para supervisar las obras. Los trabajos comenzaron en noviembre y, en menos de un mes, ya tuvieron que parar. Habían hallado dientes en la torrentera de Can Vila. Luego aparecieron falanges, costillas, pies y, lo más sorprendente, parte de una calavera. "Su cara te cabía en una mano", explica Isaac Casanovas, uno de los investigadores de la Universidad Autónoma de Barcelona que encontró al Pierolapithecus catalaunicus, Pau. El fósil fue publicado en Science y ganó fama, sobre todo en Catalunya, donde se le llamó "el primer catalán".
Unos años después, apareció el segundo primate, Anoiapithecus brevirostris, conocido como Lluc. Los fragmentos de su cráneo aparecieron en una fosa que se estaba cavando a unos cientos de metros de Can Vila. Tras la datación, los expertos supieron que Lluc vivió hace 11,9 millones de años, 600.000 después que Pau.
Los expertos han hallado casi 50.000 fósiles en el vertedero
Ambas especies llenaron un espacio que había estado siempre vacío. Se piensa que los primeros ancestros de los grandes simios y el hombre se desarrollaron en África hace 14 millones de años, y después se expandieron por Asia y Europa. Unos siete millones de años después, comienzan a surgir en África especies como el Orrorin tugenensis, que se considera antepasado directo de los homínidos.
En medio, hay un gran vacío fósil. Justo en esa grieta aparece Pau. Presenta rasgos modernos, como una caja torácica más redondeada que le facilitaría erguirse, o un tabique nasal menos aplanado y típico de los grandes simios. A su vez, el aplanado rostro de Lluc también evidenciaba una modernidad precoz.
La conclusión del equipo de la UAB, dirigido por Salvador Moyá-Solá, es que los cambios fisiológicos que dieron lugar a los homínidos sucedieron en lugares como Can Mata y no en África, como se pensaba. Luego, los descendientes de Pau y Lluc volvieron a ese continente, donde continuó la especiación hasta la aparición de los primeros Homo sapiens.
Relaciones tensasLos hallazgos de Can Mata no siempre han caído bien. "Simultanear el trabajo de una máquina de 60 toneladas y un señor con un pincel es siempre problemático", señala Parés. "Al principio, las relaciones eran tremendamente tensas", confiesa. Con los años, las cosas se fueron suavizando y hoy el negocio de enterrar basura y la salvaguarda de los fósiles ha llegado a un equilibrio. Los paleontólogos intentan interrumpir lo menos posible y, si pueden, sacan bloques grandes y los desbastan en otro lugar para que pueda seguir el trabajo de los maquinistas, que cobran por hora. Las cosas no siempre salen bien y en ocasiones las palas de las máquinas hacen pedazos los fósiles, confiesa Balaguer. "Este tipo de excavación no se podría hacer a mano, la obra de ampliación nos viene muy bien", matiza.
El trabajo en primera línea es sucio y duro. Los técnicos tienen tan sólo una caseta prefabricada y un laboratorio improvisado en un contenedor. Dentro hay un microscopio, un martillo hidráulico para picar las piezas más grandes y un montón de fósiles embalados y listos para ser enviados a la UAB, donde serán limpiados y restaurados. Los hay milimétricos, como los dientes de roedor, y enormes, como los caparazones de las tortugas terrestres. "Tus mejores herramientas son aquí el pico y el papel de plata para envolver las muestras", explica Balaguer. En los buenos tiempos, había hasta 12 paleontólogos siguiendo a las máquinas. Ahora, sólo hay tres, pues no se están excavando fosas nuevas. Sin embargo, Balaguer señala que aquí "hay trabajo para unos ocho años más". ¿Y qué es lo que más le gustaría encontrar? "Un cráneo completo sería excepcional", responde sin dudar.
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