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“El 11-S es un regalo. Vamos a sacar todo el dinero que podamos”

‘A Good American’, del director austriaco Friedrich Moser, revela la siniestra historia de cómo la codicia de los mandatarios americanos impidió que se abortaran los atentados del 11-S y los posteriores ataques terroristas sucedidos en el mundo.

William Binney, en 'A Good American'

MADRID.- Cerca de 3.000 muertos y 6.000 heridos en los atentados del 11-S en 2001 en Nueva York. 190 personas perdieron la vida el 11-M en 2004 en Madrid. 56 fallecidos y 700 heridos fue el resultado de los atentados del 7 de julio de 2005 en Londres. Y muchísimas más víctimas por atentados en Bali, Bagdad, Rusia, Egipto, Jordania, Bombay, Karachi, Nairobi, Peshawar, Yemen, Túnez, Ankara, Beirut, París… Prácticamente todas ellas hubieran salvado sus vidas si la codicia y la arrogancia americanas no se hubieran interpuesto. “El 11-S se podía haber evitado”, asegura Diane Roark, supervisora de la Agencia Nacional de Seguridad de EE.UU. para la Comisión de Seguridad hasta 2002. Es una devastadora declaración, una de muchas otras también desoladoras que se escuchan en la película documental ‘A Good American’, dirigida por el austriaco Friedrich Moser.

Ganadora de premios en festivales de todo el planeta, desde Nueva York, pasando por Rotterdam y Bélgica hasta Dinamarca, la película cuenta una de las historias más siniestras de los últimos tiempos. Un equipo de científicos de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de EE.UU. tenía en sus manos el sistema para obtener información de las personas o grupos sospechosos de terrorismo en el mundo entero, en el que se incorporaba además la herramienta para proteger la privacidad del resto de ciudadanos. Fue desestimado. Era demasiado barato. Con otro método encargado a una agencia privada, el Congreso ‘soltaría’ mucho más dinero y habría para repartir entre todos. Cuando se produjeron los atetados del 11-S y se miraron los datos recogidos en el primero, ThinThread, se descubrió que todo estaba allí. El plan terrorista se podía haber impedido.

"Todos están implicados"

“Todos están implicados. Habría que incluir a Bush, a Obama y a sus vicepresidentes, a los comités de inteligencia y directivos de la NSA, la CIA y el FBI de ambas administraciones. Se encubren unos a otros", dijo recientemente en un festival de cine documental William Binney, ex director técnico de la NSA hasta su renuncia en octubre de 2001. Este hombre, uno de los mejores matemáticos del mundo, es el principal personaje de esta película, en la que se denuncia con detalle lo ocurrido junto a la mencionada Diane Roark, Thomas Andrews Drake, ex director ejecutivo de la NSA; Ed Loomis, científico de la computación, y Kirk Wiebe, analista jefe de la Agencia.

La grabación sobre fondo negro de un mensaje de despedida enviado por una mujer a su marido desde el avión secuestrado arranca un relato espeluznante, en el que lo siguiente es escuchar a Bill Binney diciendo: “Es asqueroso que dejáramos que aquello pasara” y a la abogada de todo el caso explicando que lo primero que éste le dijo fue que quería dejar claro que no se iba a suicidar, “de modo que si pasaba algo…”

El pasado de Binney como descifrador de códigos y descubridor de patrones de las comunicaciones –se equivocó solo en una hora en la invasión de Checoslovaquia por parte de las tropas de la URSS- es apabullante. Lo mismo que el resto de su carrera en la Agencia de Seguridad Nacional, a la que él llegó en plena revolución digital. “Estábamos muy mal preparados para la era digital. Pero la dirección pensaba que eran los mejores”, recuerda Diane Roark, que da paso al propio Binney recordando cómo en la NSA le boicoteaban los agentes pensando que perderían sus trabajos si sus sistemas informáticos funcionaban.

"Era como la Stasi o la KGB con esteroides"

Un día, en 1983, por fin llegó un ordenador a su mesa, antiguo y de escasa capacidad, pero suficiente para que el matemático solucionara los escollos que quedaban por resolver. Destinado en 1997 con su equipo de confianza al Centro de Análisis de Señales de Inteligencia (SARC), comenzó la labor. “En la NSA estaban atrasadísimos, se planteaban no dejar internet a los empleados”, dice. Mientras, ellos ya habían localizado el teléfono de Bin Laden y controlaban sus movimientos. “Nos dimos cuenta de que con lo que teníamos, el acceso a las conexiones entre millones de puntos de información invadíamos la privacidad de la gente. Simplemente no era compatible con la democracia. Era como la Stasi o la KGB con esteroides”. Así que inventaron la herramienta para salvaguardar la privacidad de los no sospechosos.

"Desmantelad todo el programa"

Entonces nombraron director de la NSA al general Michael Hayden que al enterarse de estos avances preguntó a Binney ¿qué haría con 1.200 millones de dólares? y él contestó que solo necesitaba 300. Demasiado barato. Encargaron a una privada formada por ex agentes de la NSA otro sistema de información, el Traiblazer, que nunca pasó de ser una presentación de Power Point y que costó entre 4.000 y 7.000 millones de dólares. Hayden, que se hizo multimillonario, se preocupó de mantener la información de ThinThread lejos del Congreso y amonestó al equipo.

En agosto de 2001, tras muchos esfuerzos inútiles, la tercera en la cadena de mando de la Agencia, Maureen Baginski, les comunicó que se cerraba Thinthread. Tres semanas después sucedió el ataque a las Torres Gemelas. Sam Visner, segundo de la NSA, dijo al presidente de la empresa que trabajaba con el equipo de Binney: “No avergüences a grandes empresas. Haz tu parte y tendrás tu parte. Hay para todos”.

“El 11-S es un regalo para la NSA. Vamos a sacar todo el dinero que podamos”, soltó ante muchas personas Maureen Baginski. “Era repugnante”, asegura Binney, que supo que debía abandonar cuando se enteró de que la agencia utilizaba su software eliminado los algoritmos para proteger la privacidad de la población. Pero entonces vieron también que en esa base de datos había información absolutamente esencial sobre Al Qaeda, con teléfonos, horarios, viajes, información sobre parte del plan del 11-S que no les funcionó. La reacción fue tajante: “Desmantelad todo el programa”.

Después vino el famoso “debemos ir al lado oscuro” de Chenney, la ampliación de los sistemas de vigilancia en todo el mundo… y ni un solo ataque terrorista abortado. Hoy los parlamentos de medio planeta se dividen entre la codicia y los que pretenden seguridad sin violación de privacidad. Hubiera sido posible lo segundo si el ThinThread no hubiera sido tan barato. “El sistema era perfecto, solamente tenía un problema: era demasiado barato. ¿A qué precio debemos pagar nuestro derecho como ciudadanos para ser protegidos?”

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