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Alberto Conejero: “El teatro debe mirar de frente a la política, pero a una distancia prudencial”

El autor de 'Rinconete y Cortadillo', que se representa en Teatros del Canal, toma el testigo de Cervantes para responder a la pregunta: ¿Qué ocurre cuando termina la historia?

Escena de 'Rinconete y Cortadillo', escrita por Alberto Conejero y dirigida por Salva Bolta.

ALFONSO ÁLVAREZ-DARDET

MADRID.- Alberto Conejero (Jaén 1978) es uno de los autores teatrales más codiciados del momento. En 2015 se llevó el premio Ceres al Mejor Autor por La piedra oscura, un texto que lo catapultó como uno de los dramaturgos a tener en cuenta. No le preocupa él éxito, con los pies en la tierra asegura que “gustarle a todo el mundo sería algo monstruoso, una aberración”. Pero pese a esta cura de humildad son muchos los que siguen sus pasos y están expectantes por ver en qué consiste su último trabajo.

En su nueva dramaturgia, Rinconete y Cortadillo, hasta el 13 de marzo en Teatros del Canal, Conejero se atreve a cogerle el testigo a Cervantes y continuar su obra para responder a esta pregunta: ¿Qué ocurre cuando termina la historia? El director Salva Bolta es el encargado de comulgar con el texto y llevar a escena esta versión libre del autor de El Quijote. Conejero está que no para, pese a que su obra se estrenó el miércoles, el jueves ya estaba en Barcelona y el viernes coge un avión a Ecuador. Pero antes, Público ha tenido una charla con él.

¿Es España un país de pícaros?

Cervantes nos habla de dos formas de robo. La de los pícaros de los caminos, niños apenas, desahuciados por un sistema inmisericorde entonces (como ahora lo es de otro modo) y por otro lado el robo institucionalizado, la corrupción tolerada en el corazón del sistema que representa la Academia de Monipodio. En la obra yo ahondo en esta reflexión sobre cómo en España son “los parias del robo”, los que hurtan por sobrevivir, los únicos que pagan por sus delitos mientras que los otros, los grandes ladrones, reciben un trato amable por sus escaños o despachos. También sobre el propio sentido de la picaresca, que hayamos convertido el padecimiento de niños hambrientos y sin educación en un género amable, de entretenimiento…

¿Si en este país eres un niño prodigio eres carne de bullying?

Lo que hacemos con nuestros menores, su manipulación (ahora empleo televisivo) está muy presente en la función. Ellos pagan una doble minuta: la de brillar en un país que termina por escupir en todo lo que es cimero y también la de sobrevivir a las palabras tramposas del éxito.

¿Tratamos en España mal a nuestros clásicos?

El último gobierno ha despreciado el papel fundamental de la cultura en la vida de los ciudadanos, ha gravado la vivencia de la cultura con un impuesto desorbitado (el 21 % de IVA) y expulsado la filosofía de las aulas. No me preocupa tanto el brillo de unas efemérides sino la cultura en las escuelas, en los barrios, en la vivencia diaria de los ciudadanos. Qué terrible el Gobierno que no procura a sus ciudadanos la oportunidad de vivir más intensamente, de multiplicar las ocasiones de disfrutar y ensanchar el espíritu.

¿Existe un humor español? ¿Cómo sería?

Uno que camina siempre entre la crueldad y la piedad, entre el absurdo y la magia.

En la obra tomas como punto de partida el final del relato de Rinconete y Cortadillo. ¿Cómo llegaste a dichas reflexiones? ¿Te has basado en alguna pareja cómica para desarrollar los personajes?

Cervantes deja una puerta abierta al final del relato, allí nos cuenta que los sucesos verdaderamente importantes fueron los que ocurrieron después de lo que la novela cuenta. Me parecía no sólo un cierre prodigioso por su parte sino una invitación a descubrir a Rinconete y Cortadillo en las páginas que aún no estaban escritas. En ese sentido he tenido en cuenta parejas de cómicos e incluso cantantes que tuvieran que convivir y sobrevivir durante años y allí aparecieron desde los becketianos Vladimir y Estragón, también El Gordo y el Flaco y, por qué no decirlo, los Pecos…

¿Qué es para ti el teatro?

El teatro para mí es la ventana por la que me asomo para tratar de entender, de algún modo, qué hacemos aquí.

¿Crees que el teatro es necesario hoy? ¿Por qué?

Es más necesario que nunca porque es el arte que nos permite ponernos en el lugar del otro, enfrentarnos a esos “nosotros” que están en un escenario. En un mundo en el que cada vez hay menos espacios para convivir, para reconocernos en los otros, el teatro se hace imprescindible. Como la filosofía, el teatro es una especulación íntima. Y necesitamos, más que nunca, habitar fuera de los discursos y del ruido y volver a poner al ser humano en el centro de todo.

¿Has pensado en escribir narrativa?

No. Pero sí poesía, que es mi primera escuela y el grueso de mis lecturas. Ojalá pronto salga publicado mi primer poemario.

¿A medida que tienes más éxito te sientes más presionado?

No he vivido lo ocurrido con La piedra oscura como un éxito sino como un paso fundamental en mi carrera. Gustarle a todo el mundo sería algo monstruoso, una aberración. Hay gente que disfrutó de La piedra o de Cliff y otros que no. Y la verdad está en todos ellos. Yo escribo el teatro que necesito que exista e intento convivir con lo que ocurre luego. Me preocupa, cómo no, que se siga confiando en mí en los escenarios pero eso sólo puede ocurrir tras la escritura.

¿Qué compromiso tienen los autores con la época que viven?

Ningún autor escapa a su época. El teatro que se pretende más lejos de la política suele ser el teatro más político (y el más complaciente con su tiempo). Por otro lado, el teatro no es política, el teatro debe mirar de frente pero a una distancia prudencial a la política. Como autor muestro incertidumbres no discursos, historias y no tesis, personajes y no soflamas. Yo procuro no doblegarme a los sistemas de producción. Quiero que mucha gente acuda a los espectáculos que cuentan con mis textos pero no voy a escribir al dictado de las taquillas porque éstas no me dan para vivir y porque no voy a vivir para estas. Habría que preguntarle a las productoras qué inversión, de verdad, hacen por los autores más allá de amortizar un éxito o tratar de buscar una nueva fórmula para que suceda. Ushuaia es uno de los textos de los que me siento más satisfecho y duerme en un cajón porque no es una comedia y tiene cuatro personajes. O La extraña muerte de una cupletista contada por su perro, una comedia musical, nada ocurre con ella. Lo digo porque en ocasiones se distorsiona dónde está uno. Yo sigo peleando por tratar de estrenar. Quizá con más dificultades que antes.

¿Proyectos futuros?

El Proyecto Homero para La Joven Compañía, que se estrena en abril (me encargo de La Odisea y Guillem Clua de La Ilíada), la publicación del poemario y el estreno de Todas las noches de un día, ojalá en otoño. Espero que eso sea el 2016.

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