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El alegre converso

Mike Leigh, referente del realismo social británico, cambia los dramas urbanos por la comedia en ‘Happy: un cuento sobre la felicidad’

SIMÓN MAZAS

Ah, horror. Mike Leigh, el titán del realismo social británico, el cineasta que mejor ha reflejado el desencanto provocado por el thacherismo, el autor que triunfó en los festivales de Cannes (Secretos y mentiras) y Venecia (Vera Drake) con dos dramas sociales, se pasa a la comedia.

Hasta aquí, la provocación. Ahora, viene la herejía: Happy: un cuento sobre la felicidad, que se estrena el viernes, es la historia de una maestra empeñada en… ¡contagiar su alegría! Una criatura enternecedora que siembra de alegría y sensibilidad los suburbios londinenses, ¿se trata de una Amelie londinense? ¿Ha perdido Leigh el juicio? “Quería hablar sobre la felicidad, sin frivolizar”, cuenta el cineasta. “En la película, la felicidad no es un estado delirante de negación, sino un modo de abrirse a los sentimientos, de conectarse a la vida, de ser honesto, de tener sentido del humor. No digo que haya que abstraerse de los problemas, pero sí que hay que mantener un equilibrio entre tristeza y felicidad”.

En efecto, tras alcanzar cotas sublimes de dolor en películas como Todo o nada o Naked, Leigh puede permitirse ahora disertar sobre la felicidad sin resultar sospechoso. No obstante, cabría preguntarse si el cineasta es ahora más feliz que cuando rodó sus filmes más oscuros. “No ha cambiado nada, siempre he hecho películas que surgen de mi manera de ver la vida, que es profundamente trágica y enormemente cómica”, afirma. “No puedes ver Happy sin sentir un poso de tristeza. En realidad, no creo que me desentienda del sentido de la realidad. Mi cine está definido por las cosas que me preocupan y, debido al modo en que filmo, todas mis películas tienen una relación orgánica. Creo que Happy tiene mucho que ver con Naked o incluso con Topsy Turvy”.

Y es que, pese a que el componente político de su cine no es tan coyuntural y explícito como el de otros cabecillas del realismo social como, por ejemplo, Ken Loach, Leigh solo necesita un pequeña pregunta maliciosa (¿está el mundo como para hacer una comedia?) para calentarse: “Básicamente, creo que el mundo se precipita hacia una catástrofe natural y humana. Es un mundo muy decepcionante para la gente de mi generación, para los que sentíamos en los años sesenta y setenta que se podía mejorar la realidad. ¿Cómo íbamos a imaginar que 35 años después estaríamos en manos de fanáticos o lanzados hacia la destrucción medio ambiental?”, se pregunta perplejo, aunque esto no signifique que utiliza su cine para hacer un llamamiento a las viejas costumbres. “En esta película, no, desde luego. Es una historia actual, de gente de la calle que tira hacia delante. Poppy, la protagonista, es una profesora con vocación. Es una persona positiva y muy contemporánea. Es cierto que políticamente no es muy activa, pero sus acciones sí están motivadas políticamente”, afirma resumiendo las características del personaje interpretado por Sally Hawkins, Oso de Plata a la mejor actriz en la última Berlinale.

Sin embargo, hasta las acciones de las personas encantadoras tienen consecuencias. Como es habitual en su cine, Leigh hace que el personaje principal acabe enfrentándose a sus límites; por momentos, parece como si el director realizara un símil entre felicidad e inmadurez. “Aunque Happy no es un filme intelectual, sí explora la sabiduría que nace de lo visceral. Por eso, no creo que hable sobre la inconsciencia: es, más bien, una celebración de la inteligencia social”, asegura. “A pesar de su apariencia alocada, Poppy es una chica sofisticada sentimentalmente. Le interesa lo que sucede a su alrededor y está mucho más centrada de lo que pudiera parecer a primera vista”, afirma en una defensa enternecedora de su criatura.

Ahora bien, entonces, ¿cómo es posible que alguien tan tierno provoque tanta irritación a su alrededor? ¿Por qué saca de sus casillas a Scott, el profesor de autoescuela? “Scott es un tipo que está muy jodido”, asegura Leigh. “Imagina que sabe mucho, pero no entiende nada. No tiene tacto para las relaciones sociales y lo peor es que nunca aprenderá. Creo que si a alguien le irrita tanto como a él la actitud de Poppy, es que tiene un problema”.

Con todo, da la sensación de que Leigh ha llevado al límite la capacidad histriónica del personaje para provocar ese tipo reacciones en el espectador. “En principio, retraté a Poppy, premeditadamente, como a una persona chirriante, quería que el espectador tuviera que superar esa primera impresión. Por supuesto que no todos pueden tener el mismo espíritu que ella”, asegura el cineasta.

En efecto, según Leigh, tras esa fachada histriónica, Poppy tiene mucho más que enseñar de lo que pudiera parecer tras un vistazo superficial. “Happy también es una película sobre el aprendizaje, sobre la capacidad que tienen las personas de ayudar a avanzar a los demás. También sobre cómo hay otras, como Scott, que no son capaces de enseñar ni de aprender nada. La educación debería estar en manos de los que sí saben transmitir conocimientos”, asegura Leigh quien, no obstante, no cree que la película sea una crítica explícita al método educativo de su país. “Solo digo que la educación debe surgir de la pasión, de la energía, no me refiero a ningún sistema. Obviamente, tengo muy claro lo que pienso sobre las políticas educativas del Gobierno británico y podría hacer una película sobre ello. Pero esa película no es esta”, zanja.

Así, a falta de conocer los temas de sus próximos filmes, Leigh sí tiene claro que no va a variar su modus operandi: “De momento, disfruto del absoluto control que tengo sobre mi obra. Sé que nunca podré hacer una película de gran presupuesto, pero mis herramientas de trabajo ofrecen un espectro muy amplio de temas para rodar con poco dinero”, dice con la seguridad que da el trabajo (muy) bien hecho.

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