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El último aliento de vida en Pompeya

La violenta erupción del Vesubio en el 79 d.C. destruyó y enterró la ciudad romana junto a su vecina Herculano

ANTONIO J. MARTÍNEZ

Era un soleado 24 de agosto del año 79 en la ciudad romana de Pompeya. Las calles de la bulliciosa urbe siciliana estaban rebosantes de gente que paseaba por la vía de la Abundancia, principal arteria comercial de la ciudad, realizando sus compras cotidianas.

Los productos estrella de esta fértil zona agrícola (el vino, el aceite y la salsa de pescado garum -exquisitez en el mundo romano-) volaban de los tenderetes situados en las aceras de piedra. Algunas esclavas se acercaban a comprar a la panadería de Sotérico mientras otros ciudadanos entraban al thermopolium a tomar alguna vianda caliente. Otros acudían a ver los entrenamientos en la Gran Palestra de los gladiadores que esa semana salían a la arena del Anfiteatro. Provenientes de Herculano, llegaban a las puertas de la ciudad, tras dejar atrás la villa de los Misterios, algunos viajeros que tomaban habitación en el gran hospitium de Aulo Cosio Libano.

Días de placer y ocio

Los amantes de los placeres acudían al lupanar, donde las meretrices mostraban en las pinturas situadas en las puertas de sus habitaciones sus especialidades amatorias. Los más curiosos leían el último grafito escrito por una vecina despechada: 'Serena odia a Isidoro'. Los más piadosos acudían al templo de Júpiter situado en el Foro, desde donde se podía apreciar en el horizonte la silueta del monte Vesubio. Y, de repente, alrededor de la una del mediodía, todo se oscureció. El Vesubio, que llevaba 1.500 años sin entrar en erupción, explotó. Una enorme columna de humo gris salió de sus entrañas, formando una nube piroplástica compuesta de gases, polvo y cenizas. En poco tiempo, el viento desplazó la nube al sureste, haciéndola llegar hasta el mar. Pompeya y Herculano, situadas en la base de la montaña, fueron cubiertas completamente.

La visión de los antiguos

Plinio el Joven, que se encontraba de visita en la villa de un familiar en Miseno, a treinta kilómetros de Pompeya, relató lo acontecido al historiador Tácito en una carta: 'Se hizo la oscuridad [...]. Podían oírse los gemidos de las mujeres, los llantos de los niños, los gritos de los hombres [...]. Muchos elevaban las manos hacia los dioses; pero muchos más creían que no había dioses por ninguna parte y que aquella noche era eterna y la última del mundo'.

Su tío, Plinio el Viejo, inmerso en el desarrollo de los diez volúmenes de su Historia Natural, no pudo refrenar su interés científico y, con un barco, cruzó el Golfo de Nápoles para estudiar el fenómeno in situ. Tras desembarcar, cayó inerte en el suelo muriendo de asfixia tras aspirar el dióxido de carbono presente en el aire.

Como él, unos 2.000 ciudadanos perecieron y sus siluetas, cubiertas por la erupción, se perpetuaron para siempre en el tiempo. Expresiones de terror, gente aferrándose a sus joyas y a su dinero o intentando taparse la boca para no inhalar los gases quedaron sepultados para siempre en su último suspiro.

La visión de los antiguos

Plinio el Joven, que se encontraba de visita en la villa de un familiar en Miseno, a treinta kilómetros de Pompeya, relató lo acontecido al historiador Tácito en una carta: 'Se hizo la oscuridad [...]. Podían oírse los gemidos de las mujeres, los llantos de los niños, los gritos de los hombres [...]. Muchos elevaban las manos hacia los dioses; pero muchos más creían que no había dioses por ninguna parte y que aquella noche era eterna y la última del mundo'.

Su tío, Plinio el Viejo, inmerso en el desarrollo de los diez volúmenes de su Historia Natural, no pudo refrenar su interés científico y, con un barco, cruzó el Golfo de Nápoles para estudiar el fenómeno in situ. Tras desembarcar, cayó inerte en el suelo muriendo de asfixia tras aspirar el dióxido de carbono presente en el aire.

Como él, unos 2.000 ciudadanos perecieron y sus siluetas, cubiertas por la erupción, se perpetuaron para siempre en el tiempo. Expresiones de terror, gente aferrándose a sus joyas y a su dinero o intentando taparse la boca para no inhalar los gases quedaron sepultados para siempre en su último suspiro.

Pompeya, legado histórico

La nube de gas, ceniza y roca emitida por el volcán enterró ambas ciudades, preservando en su interior calles, casas, el Foro, los baños y numerosas villas, que permanecieron en un extraordinario estado de conservación hasta su redescubrimiento en el siglo XVIII. El Centro Cultural Conde Duque de Madrid nos acerca a esta instantánea del tiempo detenido a través de la muestra Pompeya y Herculano: a la sombra del Vesubio, que se exhibe hasta el 6 de Enero de 2008. En ella, las ciudades de veraneo de los romanos acaudalados recuperan su vida y su trazado de la mano de obras de arte en el contexto cotidiano. La muestra capta algunos momentos de la relación existente entre el hombre y el volcán a través de objetos hallados en excavaciones, documentación del Observatorio Sismográfico Vesubian, y paisajes de las ciudades en distintas épocas.

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