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Arco no está de humor

La feria rebelde se desinfla. Al mal tiempo, poca diversión. Hoy se inaugura la edición más conformista de los últimos años

PEIO H. RIAÑO

Por allí va un coleccionista. Pantalón vaquero, jersey verde y corbata a rombos. Se ha puesto su mejor sonrisa en el día en que se aprietan los últimos tornillos en Arco. Sus náuticos pisan rápido el plástico que cubre la moqueta de los pasillos. Sólo se detiene cuando algo le impresiona. Acaba de hacerlo ante la galería Sabine Knust de Múnich: ha visto unas telas gigantes, rojas y blancas, tres de alto por seis de ancho, que parecen un telón de teatro. Veronique, la galerista, sale a su paso también con su mejor sonrisa y con un castellano a punto para las bromas y las ventas. 22.000 euros. 'Está muy bien de precio', suelta Ignacio Vicens y Hualde, uno de los pocos coleccionistas con libreta y bolígrafo que pulula de lado a lado, como un imán atraído por las miradas y las muecas de los galeristas, que deben ver en él una presa en peligro de extinción.

Algunos dicen que peor fue la crisis de la Guerra del Golfo, que esto no es más que una burbuja que estallará y pasará rápido. Otros, que vienen a Arco a montar su stand con mucho optimismo, a pesar de reconocer que esta es una de las ferias más caras: el alquiler de la caseta más pequeña del programa general de galerías cuesta 20.000 euros. La inversión de un galerista modesto, que trae a sus artistas y ayudantes y se encarga de ellos durante una semana, puede ascender a 50.000 euros.

'Espectáculo no, supervivencia sí', resume el galerista Iñigo Navarro

La diversión ha desaparecido de Arco, en el año más crudo de los que se recuerdan. No hay dinero para chistes, ni espacio para la fiesta. Sólo cabe lo que se vaya a vender. Hay piezas que no se liquidaron el año pasado, en las mismas galerías. Arco se ha vuelto muy gris, a pesar de alguna que otra excepción. La diversión no es rentable y el arte emergente, el único capaz de hacer que la ironía corra por las galerías sin tapujos, tampoco.

Hoy se abre a los profesionales durante dos días, y entre el viernes y el domingo será el turno para el público (32 euros la entrada). Según parece, se ha invitado a Los Ángeles y hay 17 galerías de la ciudad, pero la muestra es exigua hasta la anécdota, así como la relevancia de las piezas que se pueden encontrar, a pesar de una maravillosa serie de dibujos de Raymond Pettibon. Lo más destacable de esta nueva edición es que los pasillos se han ensanchado, la criba de la crisis ha hecho que en los últimos 3 años hayan desaparecido 30 galerías de la lista de las invitadas. Tampoco transita por esos pasillos ya la fauna atrevida y rebelde que daba color en los ochenta, cuando todo esto arrancó hace casi 30 años.

Nuestro coleccionista no entiende de depresiones. Ni ve el gris por ninguna parte. Es impulsivo y acelerado, compró su primera obra de arte a los 16 años de edad, con el dinero que consiguió tras vender su primera moto. A su padre no le gustó la idea, pero se acostumbró. Tampoco entendió que dejara su carrera como diplomático y se pasara a la arquitectura. Pero ese oficio le permitió hacer todos los estrados del Papa Juan Pablo II, siempre que visitó Madrid. Seis en total desde 1982. Tiene el encargo de montar la visita de Benedicto XVI para 2011, en la base aérea de Cuatro Vientos. Ayer hizo pellas en su estudio para encontrar en el mercado las piezas más frescas y mejores, adelantándose a los otros compradores.

'No quiero saber cuánto me gasto', comenta un coleccionista

Ignacio Vicens para y charla en uno de los pasillos. Tres galeristas han venido a saludarle. Lo adoran. No tiene presupuesto, la crisis no le afecta al humor. 'No quiero saber cuánto me gasto porque no quiero deprimirme. Me fumo un puro'. Habla de sus inversiones en arte joven, de cómo se han revalorizado en cinco años, de todo lo que compra para sus clientes en cada uno de los edificios que diseña. Debe ser también uno de los últimos arquitectos con dinero que pasean por Arco sus billetes. Saca su BlackBerry y enseña una foto de un Joan Hernández Pijuan gigante que tiene colgado en su dormitorio. 'Me levanto mirando esto cada mañana'. En su estudio tiene cerca de 40 piezas y el resto entre su casa de campo y otras.

Acaba de pararse delante de otra pieza que le ha llamado la atención. 'Me impresiona lo que me divierte', reconoce. Enfrente está el trabajo de la japonesa de 37 años de edad Chiharu Shiota. Una sorprendente instalación en la que ha tejido una espesa maraña a base de hilos de lana. Dentro de ese ovillo hasta el techo, una máquina de coser. A Shiota le interesa la ausencia de quien utilizó esos objetos, y la lana le parece un material tan maleable como los sentimientos. Esta dramática visión enfatizada por el hecho de que la máquina de coser perteneció a la abuela de la galerista Nerea Fernández, fallecida el pasado septiembre cuesta algo más de 30.000 euros. Tampoco le parece caro, pero no tiene pared para ponerlo.

La muestra de Los Ángeles es exigua hasta la anécdota

Hay pelea por quedarse con el dolor de un año en recesión. Los galeristas dicen que los que más sufren las consecuencias de la falta de dinero son ellos; los coleccionistas dicen lo mismo de ellos mismos y a los artistas no les terminan de llegar los pagos de las ventas. 'Este año va a ser muy flojo, hay brotes verdes pero sobre tierras enfangadas', sentencia Narcís Pujol, un comprador que no falla en Arco y que vive con pasión su colección. Como el año pasado, gastará un máximo de 50.000 euros. Ya le tiene echado el ojo a una gran fotografía que le saldrá por 45.000 euros.

Pujol explica que el galerista tiene su riesgo controlado, 'no es impulsivo, si le va mal cierra su negocio y se va a hacer otra cosa'. Sin embargo, el coleccionista se queda con la obra: 'Y no podrá colocarla en un mercado secundario. Lo único que hará es molestar. Encima, si el artista ha desaparecido del mercado, ya no le gustará ni podrá enseñarla', cuenta. Hace poco ha montado un blog en el que ha colgado toda su colección, con una sección en la que se puede ver las piezas en las que está interesado en comprar y una zona de comentarios para que los invitados opinen qué sentido cobra la colección con cada nueva compra.

'Espectáculo no, supervivencia sí. Es el tiempo de la reflexión y el rigor', resume Iñigo Navarro, director de la galería Leandro Navarro, que se muestra muy optimista con el año, porque 'las crisis son necesarias para ordenar'. En su stand se pueden ver de las pocas piezas históricas de vanguardia moderna. Ahí están los Miró, que piensa podrá vender. El crítico Simón Marchán Fiz comentaba hace unos días a este periódico que los nombres notables habían desaparecido hace años, que no había ventas importantes. Pero Navarro confía en que sus coleccionistas seguirán invirtiendo.

Los Solo Projects mantienen el ánimo rebelde de la feria

'Este año tiene que ser bueno a la fuerza, porque nadie ha gastado nada durante 2009', cuenta el galerista Damián Casado. Y en sus palabras hay másfe que esperanza. Lamenta que los coleccionistas importantes no lleguen a Arco. La conversación entre él y uno de sus artistas deriva hacia la necesidad de dotar a la feria de una personalidad propia que les atraiga, para evitar repetir las fórmulas que no consigan hacer de esta algo extraordinario.

Parece claro que una feria se define por quién compra en ella, y que en Arco hay más visitante que coleccionista. '¿Realmente necesita Arco que vengan todas esas galerías importantes si ya lo han enseñado en otra feria antes?', se pregunta otro galerista que ultima su montaje y que prefiere no utilizar esa palabra tan fea, 'crisis', para hablar de ello. Reconoce que desde diciembre las ventas han mejorado y que ante la crisis tiene que hacer más descuentos, dar más plazos de venta a sus clientes y atar como sea el pronto pago.

Suenan los taladros, pasan las cajas de madera, un par de electricistas han parado frente a un video en el que un helicóptero cae al mar. Ríen cada vez que choca. Acaban de rematar los tres cuadros del artista Martí Anson, grandes papeles en los que ha reproducido a lápiz los impresos para Hacienda de la declaración trimestral. Exactos, gigantes. Ha dibujado hasta el código de barras y enseña lo que declara cada tres meses: 1.900 euros en un impreso, y 2.150 euros en otro. Cada dibujo sale por algo más de 2.000 euros.

Únicamente los Solo Projects mantienen el ánimo rebelde de una feria que ha apartado al pabellón seis toda la morralla institucional, que tanto detestan los galeristas porque confunde a los compradores. De hecho, alguno se atreve a apuntar que el futuro perfecto de Arco podría montarse sólo en un pabellón, no en tres. El coleccionista Ignacio Vicens, en su celeridad, se salta esta parte. '¿Crisis? Qué va, necesitábamos depurar muchas cosas que sobraban'. Y vuela.

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