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El arte de atrapar el momento

Emilio Ruiz Barrachina desplegó un escuadrón de siete cámaras digitales controlando todos los flancos de Enrique Morente 

 

J. M. M.

No debe ser fácil hacer un documental sobre Morente. Con la cantidad de ángulos y perspectivas que ofrece el personaje, unido a su tendencia a dejarse llevar por los acontecimientos, filmar su vida era un asunto escarpado. Quizás por eso Emilio Ruiz Barrachina desplegó un escuadrón de siete cámaras digitales controlando todos los flancos del cantaor. Con Morente pasaban cosas todo el tiempo y capturarlas era la misión.

Barrachina consigue un retrato completo de Morente en este documental, y eso que en un inicio la idea no era centrar el objetivo en la figura del cantaor, sino construir un relato triangular entre Morente, Pablo Picasso y el barbero del pintor. La inesperada muerte de Morente el pasado mes de diciembre alteró ligeramente el guión, que obligadamente giró el foco hacia su desaliñada figura. Barrachina se dio cuenta de que tenía en sus manos una especie de testamento artístico y, sin traicionar las directrices establecidas por el propio Morente, que tuteló todos los aspectos de elaboración de la película, construyó un relato de su vida desde tres espacios distintos: su familia, sus músicos y el escenario.

A Morente no le gustaba que le filmaran, de ahí que el valor del documental aumente cuando se ve al cantaor paseando por las calles del Albaicín con su hija Estrella, charlando con los vecinos que se paran a saludarle o gastándole una broma a un mimo en las Ramblas de Barcelona. Por si fuera poco, Barrachina se encontró (y digo bien encontrar, porque Morente no planeaba casi nada) con un momento histórico: toda la familia Morente (Enrique, sus hijas Estrella y Soleá y su hijo Quique) cantando unida frente a las cámaras, en los baños de Granada.

Pero lo más jugoso del documental, sobre todo para el aficionado a la música (no solo al flamenco), es ver a un genio trabajando con sus músicos. Barrachina se inmiscuye en los ensayos de Morente con sus músicos y desvela sus dinámicas creativas. El cantaor da libertad y se deja llevar, pero permanece plenamente concentrado en lo que hace y no deja pasar ni un detalle. Hay tensión. Y hay curiosidades, como cuando el batería Erik Jiménez se equivoca al golpear la caja y se produce una discusión en la que tercia Morente: 'Está bien, Erik; si lo haces así está bien, si lo haces de la otra manera, también bien'.

Como filme musical, el sonido ha sido muy cuidado. Morente produjo con meticulosidad e incluso retocó aspectos de las canciones que interpretó en los baños de Granada y en el Reina Sofía frente al Guernica (donde acaba cantando tirado en el suelo), pero las de los conciertos le gustaba dejarlas tal cual, que no perdieran el espíritu de la música en vivo.

La película, inevitablemente, te deja afectado: ¿cómo alguien tan vivo y con tanta actividad desaparece a los pocos días? Un misterio, el de la vida y la muerte, el mismo misterio al que Morente tanto cantó.

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