Este artículo se publicó hace 14 años.
La batalla por escapar de la realidad
Solonz recupera a los personajes de Happiness' en 'La vida en tiempos de guerra'
Pongámonos en situación: Nueva York, 11 de septiembre de 2001. Las Torres Gemelas se vienen espectacularmente abajo. Entonces se produce un momento "muy bonito", en palabra del cineasta estadounidense Todd Solonz (New Yersey, 1959), que estrena hoy La vida en tiempos de guerra. "Todo el mundo se preguntaba: ¿qué puedo hacer para ayudar?; ¿cómo puedo echar una mano a esa gente?", cuenta el director vía telefónica desde la ciudad de los rascacielos.
Pero, ay, este emotivo espíritu de solidaridad se quebró de un modo brutal cuando apareció en escena el alcalde de la gran manzana: Rudolph Giuliani. "Nos quitó la dignidad de golpe. Dijo que lo mejor que podíamos hacer para ayudar era irnos de compras. Me pareció una obscenidad descomunal. Lo que se nos estaba pidiendo era que nos aisláramos del mundo y viviéramos fuera de la realidad de la guerra".
Una visión del mundoEs posible que a los fans de Todd Solonz, uno de los cineastas independientes estadounidenses más relevantes de las últimas dos décadas, les extrañe oír de su boca unas alusiones políticas tan explícitas para hablar de su nuevo filme, ganador del premio al mejor guión en la Mostra de Venecia. Normal: a Solonz se le suele asociar con los retratos inmisericordes de la clase media de su país. Y también se le acusa con frecuencia de misántropo, cínico y de mostrar muy poca simpatía por sus criaturas (puede que estos calificativos sean injustos, pero no sería gratuito decir que su cine tiene más de asocial que de social).
Pero Solonz asegura que "el clima posterior al 11-S contagió el espíritu del guión" y que La vida en tiempos de guerra "es una película política", aunque lo sea "de un modo oblicuo" porque como autor está más interesado en la metáfora que en el alegato social.
La guerra aquí tiene que ver con los demonios interiores y la dificultad de perdonar y olvidar. El director recupera una década después a los personajes de su filme más controvertido y popular, Happiness (1998), una historia coral que dio que hablar por su tratamiento de la pedofilia. "En mi país la gente preferiría invitar a cenar a casa a Bin Laden antes que a un pedófilo", señala sarcástico Solonz, al que acusaron en su día de no ser suficientemente duro con el pedófilo de su película.
Pero el cineasta estadounidense no sólo cambia a todos los actores de Happiness, sino que traslada a sus personajes de su New Yersey natal, donde transcurre casi toda su filmografía, a Florida, "el lugar donde uno huye para poder reinventarse, el sitio donde ir cuando uno quiere borrar su pasado a toda costa, como si eso fuera posible", razona el director. Florida, pues, como metáfora de la imposibilidad de aislarse y vivir fuera de la realidad. En la vida y en la guerra.
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