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Benjamín Cabello, el parado que 'mató' por Internet

ÓSCAR LÓPEZ-FONSECA

Ya se lo dijo don Sebastián a don Hilarión en la célebre zarzuela de La verbena de la Paloma: 'La ciencia adelanta que es una barbaridad'. Y con ella, puede añadir la policía, las maneras de perpetrar los delitos. Hoy en día, y gracias a internet, cualquiera puede delinquir sentado tranquilamente frente al ordenador de casa, sin despeinarse y mientras saborea una cerveza fresquita. Y todo ello a 10.000 kilómetros de distancia de la víctima. Lo que no es tan habitual es que la fechoría en cuestión sea causar la muerte a alguien, más allá de los inevitables ataques al corazón que más de uno ha debido sufrir al ver sus cuentas de ahorro esquilmadas por estos virtuosos del ratón y el teclado.

Benjamín Cabello Sánchez, un joven gaditano en paro, tiene el dudoso honor de estar acusado de cometer uno de los primeros casos de lo que se puede denominar muerte a distancia. La policía española lo detuvo el 15 de octubre de 2009 en la vivienda de Puerto Real (Cádiz) que compartía con sus padres y sus dos hermanos acusado de haber llevado al suicidio a un joven adolescente al que acosó hasta que se quitó la vida. Lo más llamativo es que su presunta víctima, Sten, no vivía ni en Andalucía ni, tan siquiera, en España, sino a 3.000 kilómetros de distancia. En concreto, en Estonia, un país que Benjamín no había pisado en su vida. La distancia la salvaba el joven parado gracias a su ordenador y a una conexión a internet. Con ellos y con unos conocimientos de inglés bastante básicos se lanzaba día sí y día también presuntamente a conseguir imágenes de menores desnudos, su única obsesión.

Sus víctimas eran adolescentes rebosantes de testosterona a los que acosaba en la red

Su táctica era muy sencilla. Se conectaba a redes sociales de países nórdicos y del Este, donde se hacía pasar por una joven aficionada a ir ligera de ropa delante de la webcam. Para ello, utilizaba las imágenes que en Internet circulan de una célebre ciberstripper y con ellas se presentaba como Lisha, la aburrida hija de un empleado de la embajada española en la capital de Estonia. Luego, conseguía convencer a los adolescentes rebosantes de testosterona que mordían el anzuelo para que le mandaran imágenes sexuales de ellos. Una vez que las conseguía, les amenazaba con difundirlas a terceras personas, incluidos sus familias y amigos de instituto, si no le seguían enviando fotografías y vídeos cada vez más explícitos. Cuando aquellos se negaban a seguir su juego, cumplía su ultimátum. El joven Sten no lo soportó y se pegó un tiro con la pistola de su abuelo. En una de las últimas conversaciones entre ambos a través de mensajes vía ordenador, Benjamín le invitaba precisamente a suicidarse.

Lo más curioso es que después de una primera detención por posesión de pornografía infantil en noviembre de 2008, y de que sus padres le quitaran por ello el ordenador y la línea ADSL, Benjamín tardó sólo unos días en volver a las andadas cuando el juez le puso en libertad provisional. Adquirió un teléfono móvil con conexión a internet y se lanzó de nuevos a los chat de las redes sociales de Estonia a la caza de nuevas víctimas. A los pocos días ya tenía nuevos adolescentes a miles de kilómetros de distancia a los que acosar. La tecnología no tenía secretos para él, aunque no supiera quiénes eran ni don Sebastián ni don Hilarión.

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