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Blur y la lógica de la nostalgia

La banda británica embauca al respetable con un buen puñado de hits en una tarde marcada por el revisionismo

J. LOSA

María posa coqueta frente a su móvil de última generación mientras con el otro brazo agarra a Tono, su novio, que mira resignado al objetivo. Al fondo de la instantánea aparece el rostro minúsculo y ajado de Damon Albarn sobre el escenario. Apenas pasan unos minutos de la 1.30 y la banda británica Blur, cabeza de cartel del festival Primavera Sound 2013, interpreta los primeros acordes de uno de sus grandes éxitos de hace casi 20 años. Pese a la aglomeración, María tiene tiempo de retocar la captura con un filtro vintage y publicarla ipso facto en su muro de Facebook para que sus cientos de amigos sepan que ella, sin duda, estuvo allí.

'Es como volver al pasado, como una segunda oportunidad, nunca les pude ver en directo', cuenta María algo excitada mientras Tono censura por lo bajini las veleidades 2.0 de su chica. Ambos rondan la treintena y se afanan sin éxito en recuperar lo vivido, conscientes de que nada será ya percibido con la misma fuerza y emotividad, no se achican, cierran los ojos y entonan el mítico Girls and boys con idéntica devoción que cuando encaraban la adolescencia, tiempo en el que los filtros vintage, y la nostalgia, no tenían mucho sentido.

Ahora, en cambio, sí lo tiene. Ya sea por la voracidad capitalista necesitada siempre de algo que revisitar o bien por una simple cuestión de autoestima generacional, lo cierto es que la nostalgia mola y los promotores, no podía ser menos, están al tanto. Como maestros de ceremonias de esa liturgia retrospectiva, los Blur no tienen precio. Con un cancionero plagado de éxitos como el que disponen, muy mal hay que hacerlo para no salir por la puerta grande. Beetlebum, End of a century, Country house, Song 2 y la ya citada Girls and boys hicieron desgañitarse al personal.

Liderados por un Damon Albarn que empezó el concierto algo pasado de vueltas -varias piruetas poco ortodoxas lo corroboran- pero que en su transcurso se fue ciñiendo a la figura saltarina y bufonesca que le caracteriza, el cuarteto fue desgranando sus activos, que no son poco pero sí sencillos, a saber; medio frasco de The Kinks, un chorro de The Beatles y unas gotas de XTC, todo ello aderezado con la guitarra destartalada a lo Neil Young de Graham Coxon.

Siguiendo con la memorabilia, la banda escocesa The Jesus and Mary Chain y las estadounidenses The Breeders completaron el capítulo melancólico de la jornada con suerte desigual. Los primeros ensamblaron un recital correcto sin más, los riffs saturados de William Reid y las rimas sacrílegas de su hermano Jim sólo lograron conectar con el resptable en el tramo final del concierto cuando echaron mano de clásicos como Just Like Honey o Some Candy Talking. Más acertadas estuvieron The Breeders, que llegaban a Barcelona con el fin de reproducir fielmente el Last splah, su disco más emblemático y vaya si lo consiguieron. Metódicas hasta la extenuación, las de Ohio supieron transmitir la urgencia y la rabia de un disco seminal que marcó los inicios del indie rock.

Entre los no alienados con el revisionismo indie conviene destacar a James Blake. Este londinense de voz prodigiosa supo empatizar con un público que si bien buscaba ya algo de fiesta -su actuación empezó a medianoche- no tardó en aplaudir la propuesta de este joven productor y pianista que reviste de soul una electrónica minimal con ramalazos hiphoperos.

Antes, a media tarde, los chicos de Django Django brindaban a los asistentes una sesión de tropicalismo galáctico a base de melodías verbeneras trufadas con psicodelia. Su líder, muy implicado, decidió finiquitar la actuación percutiendo varios cocos entre sí para amenizar a los presentes e improvisar una especie de conga futurista. La lluvia, entonces, parecía inminente.

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