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De la borrachera de calle a la abstinencia del cómic

Miquel Fuster vuelca en viñetas su experiencia de 15 años como sin techo

LÍDIA PENELO

A los 45 lo perdió todo y terminó viviendo en la calle. Durante 15 años ha sido un indigente. En muchas tiendas cambió sus cuadros por vino porque lo único que le mantenía en pie era el alcohol. A día de hoy, el dibujante Miquel Fuster (Barcelona, 1944), lleva ocho años de abstinencia y vive en un piso tutelado por la Fundació Arrels. 'Lo único que no pudieron quitarme en la calle es mi obsesión por ser libre, la vergüenza y el miedo', apunta en el prólogo de Miguel. 15 años en la calle. Una novela gráfica que Glénat se ha atrevido a publicar y en la que Fuster cuenta sus vivencias de indigente a través de viñetas oscuras y llenas de tensión.

'No he querido hacer un libro amable, quería que fuera real. Ahora, leyéndolo, pienso que me he quedado corto. Dentro de todos los indigentes, aunque estén cubiertos de mierda, hay un ser humano', lanza sin resentimiento.

En este 2010 que la Unión Europea quiere luchar contra la pobreza y el hambre, Fuster da la cara contando su historia. Revivir situaciones dolorosas no es agradable pero considera que está obligado a hacerlo. 'Al principio no tenía ganas de recordar el pasado, sólo quería aparcarlo y pintar. Pero los comentarios que me iban dejando en el blog que abrí con la ayuda de la Fundación me animaron', comenta con ilusión.

Los que se sumerjan en la novela gráfica de Fuster notarán como un hueso de pollo se instala en su garganta. El dibujante no escatima detalles al relatar un delírium trémens escatológico o el miedo que sintió cuando unos chicos le rompieron el tabique nasal. La soledad que desprenden algunas viñetas araña al lector.

'En la calle se dice: No despiertes nunca a un preso que está durmiendo porque puede estar soñando que es libre', argumenta Fuster al hablar del peso que provoca vivir aislado de la sociedad. 'Lo único que hace el resentimiento es joderte. El sentimiento de culpa te tortura constantemente, pero sólo te puedes ayudar a ti mismo', añade con vehemencia.

Una de las secuelas de su experiencia en la calle es que cualquier ruido le despierta. Su reloj biológico se acostumbró a dormir a ratitos, y a las cinco de la mañana salta de la cama. Acostumbra a subir al Tibidabo y caminar hasta que la ciudad despierta. Luego trabaja en sus dibujos, se prepara el almuerzo, duerme una siesta y, por la tarde, colabora con la Fundació.

El futuro lo piensa con ganas. 'El pasado no lo puedes recuperar y en el presente te encuentras fuera de lugar. Vivo en un proceso de convalecencia. Si vuelvo a retomar el hilo de la realidad será gracias a los dibujos'. La segunda parte de su primer cómic ya está en marcha.

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