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Buenos Aires

ANA DELICADO

Buenos Aires es una de las ciudades más visitadas de Latinoamérica, y muchos de sus lugares comunes han trascendido fronteras hasta el punto de que una persona puede no haberla visitado y reconocerla igualmente por su Obelisco, por su enorme Avenida 9 de julio, por el barrio de La Boca o por sus teatros de la Avenida Corrientes.

Ciudad curiosa y sorprendente al mismo tiempo, Buenos Aires no ha hecho tanta algarabía con uno de sus secretos mejor guardados: la librería El Ateneo, situada en la Avenida Santa Fe del Barrio Recoleta, es una de las bellezas recónditas de la urbe que suele pasar desapercibida a los turistas.

Lo que en cualquier caso no puede olvidarse de El Ateneo es la bóveda que allá en las alturas impacta a la mirada

Es considerada por el diario británico The Guardian como la segunda librería más hermosa del mundo, por detrás del Boekhandel Selexyz Dominicanen en Maastrich (Holanda). Se acomoda en lo que fue el teatro Grand Splendid, una estructura de 2000 metros cuadrados diseñada en 1919 por los arquitectos argentinos Peró y Torres Armengol.

Sus tres plantas alfombradas, las cuatro hileras de palcos que los engalanan y las 500 butacas que se distribuían por todo el espacio lo convirtieron en una digna reminiscencia de los teatros clásicos europeos.

Quien construyó este edificio fue un emigrante austriaco recién llegado a Argentina, Max Glucksmann (1875-1946). Moriría en Buenos Aires no sin antes ver el Gran Splendid inaugurado, digno de las personalidades de la época más representativas de la cultura.

Orgullo del teatro es haber proyectado La Divina Dama, la primera película sonora que se difundió en la capital argentina. El escenario del antiguo Gran Splendid, que conserva un majestuoso telón de terciopelo azulado, también acogió en su día a artistas como Carlos Gardel o Lola Membrives, y a las compañías de teatro más reconocidas del siglo XX, como la de la cubana Alicia Alonso.

Hoy ese escenario ha pasado a ser una cafetería-pastelería que preside el resto de la librería. Gran parte de los visitantes prefiere en cambio acomodarse en los sillones de la planta baja o en los palcos, que han pasado a ser pequeñas salas de lectura.

Lo que en cualquier caso no puede olvidarse de El Ateneo es la bóveda que allá en las alturas impacta a la mirada que se eleva de manera inconsciente: un fresco inmenso pintado por el pintor italiano Nazareno Orlandi recuerda el fin de la I Guerra Mundial con una representación alegórica de la paz. En ella, una mujer con semblante sereno se yergue sobre una escalinata cubierta de flores, mientras los representantes del mundo en conflicto aceptan su hegemonía.

Gracias a ese pasado teatral, El Ateneo es hoy no sólo la librería más grande de Latinoamérica, sino también una de las más fascinantes. Las estanterías que recubren casi todos sus muros hacen difícil descubrir un lugar que no prolifere de libros.

Son en total 250.000 títulos los que se distribuyen por toda la superficie. Por año se venden 800.000 ejemplares y, al menos, 3.000 personas visitan la librería cada día.

Teatro desde 1919, y librería desde el año 2000. El Ateneo hace todavía honor a su antiguo nombre con un esplendor arquitectónico merecedor de cualquier arte.

Lo demostró con el teatro, después con el cine, y hoy con el universo de letras que se refugia entre sus paredes.

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