Este artículo se publicó hace 11 años.
Caballero Bonald, un Cervantes indignado
El escritor nunca eludió un claro compromiso político, desde su condición de "compañero de viaje" del antifranquismo, lo que le valió incluso un corto periodo en prisión e incluso la censura de su n
Juan José Téllez
En la cresta de la ola del 15-M, un lector le preguntó en público a José Manuel Caballero Bonald: "¿Está usted indignado?". El Premio Cervantes apenas tardó unos segundos en responder: "Desde que nací". Sus palabras jugaban al rebufo del célebre panfleto Indignaos, de Stephane Hessel, prologado en su edición española por José Luis Sampedro: "Lamento que el Cervantes de este año no haya sido para Sampedro, la única persona que se lo merecía de verdad por su obra y por su actitud humana: era un hombre honrado", afirmó Caballero Bonald pocas horas después de que se conociera el fallecimiento del autor de La sonrisa etrusca.
La indignación de Caballero Bonald viene de antiguo y se relaciona con la búsqueda de la belleza que, a fin de cuentas, es una forma vehemente de buscar la justicia. Sin embargo, a sus 86 años de edad, puede asumir que nunca eludió un claro compromiso político, desde su condición de "compañero de viaje" del antifranquismo, lo que le valió incluso un corto periodo en prisión e incluso la censura de su nombre. No obstante, viene siguiendo con atención el movimiento 15-M, quizá porque su hijo Alejandro ha formado parte de alguna de sus acciones en Cádiz. A su juicio, se trata de "un movimiento pacífico, trasparente y oportuno, horizontal y de limpieza operativa".
"Considero necesaria esa conciencia vigilante, que pretende reaccionar contra un cuerpo social defectuoso, contra la decadencia política, el capitalismo desalmado y la codicia de los mercados", afirmaba el autor de Agata, ojo de gato, una de las cumbres de su narrativa y de su redefinición del barroco, que no estriba en oscurecer los textos entre una maraña de palabras sino en utilizar los adjetivos precisos para imprimir rigor y claridad a su discurso. "El barroco –afirma– es para mí la búsqueda del adjetivo insustituible con el sustantivo adecuado que crea una realidad nueva".
En los últimos días, han aparecido tres antologías de su propia poética: Sombras le avisaron, bajo una selección del propio autor, publicada por Fondo de Cultura Económica, a Marcas y soliloquios, publicada por Pre-Textos a cargo de Juan Carlos Abril, autor de una interesante tesis sobre su figura, y Vivo allí donde estuve, recopilada por José Ramón Ripoll, por expreso deseo del antologado y que ha publicado y colgado en la red la Consejería de Cultura y Deporte de la Junta de Andalucía: "Es imposible obviar al poeta para acercarse al narrador o viceversa, pues la poesía engloba, en este caso, la totalidad creativa de un hombre que trata de contemplarla realidad más allá de sus apariencias, traspasando sus límites convencionales o aquello que nos dicen que en verdad es el mundo", afirma Ripoll en su introducción.
Y añade: "Por edad y simpatías –más ocasionales que meramente literarias– nuestro autor pertenece a la generación del medio siglo XX y, por afinidades electivas, al llamado Grupo del 50 que, al decir del propio poeta, obedecía más a la consecución de unos objetivos sociales determinados, como fueron el derribo de la dictadura franquista, la conquista de las libertades cívicas y la lucha contra la injusticia social, que a unos postulados estilísticos comunes. De hecho, Caballero Bonald, junto con José Ángel Valente y, en parte, Claudio Rodríguez, se desmarca del resto de sus integrantes, tanto en la forma de escribir, como en la manera de concebir el hecho poético. Desde sus primeros versos, cree en la palabra como raíz del ser o signo primigenio que, en su conexión subterránea con las otras palabras no evidentemente visibles y distanciadas de sus sentidos usuales en la lengua común, nos vivifica o, tal vez, nos salva de la ignorancia consentida, lo que le sitúa en la estirpe de ciertos poetas buscadores, que dan sentido a su obra y a la vida en la experiencia de indagación del lenguaje".
"Más que afinidades literarias, que las había, nos unía una misma actitud moral, una procedencia universitaria y familiar similar, teníamos los mismos gustos y hasta éramos de la misma estatura –sonrió– . Más que nada nos unía la lucha antifranquista. Nuestros encuentros empezaban hablando de literatura o de política pero acababan como reuniones etílicas. Éramos noctámbulos de afición".
Su peripecia biográfica incluye una infancia jerezana a bordo de una familia acomodada, pero también la huida de dicho espacio para buscar en Cádiz y la navegación una puerta hacia el mar. Estudiante de Letras en Sevilla, aunque no llegó a terminar ninguna carrera y apenas pasó de la enseñanza secundaria, según Julio Neira, que en la actualidad lleva a cabo una pesquisa sobre la vida real de quien fabuló su propia biografía en dos formidables libros de ficción y memoria.
Viajero a Colombia, junto a su esposa Pepa Ramis y en donde protagonizó su primer naufragio –ahora aguarda el tercero tras haber sufrido otro en el Guadalquivir–, su mundo cotidiano lo reparte entre Madrid y la casa que mantiene en el camino de Montijo, en Chipiona, muy cerca de Sanlúcar y de Doñana, el parque nacional al que reinventó bajo el nombre de "Argónida".
“Pasar al coto siempre fue una aventura. Había un misterio oculto, latente, que yo intentaba descubrir con mis excursiones infantiles”, evoca.
Sus versos han sonado en voces tan diversas como las de Rosa León o José Mercé, pero también durante cierto tiempo se comprometió en el empeño de que el flamenco no resultase adulterado por devaneos comerciales y, a dicha faceta de su biografía, debemos un libro sustancial, “Luces y sombras del flamenco”, con fotografías de Colita, así como un archivo discográfico que logró llevar al microsurco voces que, de otra forma, hubieran resultado inéditas como la de Zapata o la de Tía Anica La Piriñaca: “En la posguerra, el flamenco era un arte muy poco favorecido por la sociedad. Era como un adorno exótico de gente marginada, desheredada”. Cuando en gran medida logró su propósito, se apartó discretamente del flamenco aunque siga frecuentándolo en la intimidad.
"El lector justifica la literatura”, suele decir Caballero Bonald que, quizá por ese motivo, acaba de publicar en Seix Barral una antología en torno a la lectura de sus maestros y cómplices que ha titulado Oficio de lector, por donde pasea la poesía de Cervantes –cuya Sevilla ya recorrió en un clásico ensayo–, o las lecturas heterodoxas de Juan Ramón Jiménez, Gabriel Miró, Alvaro Cunqueiro o Albert Camus cuyo centenario, por cierto, está pasando semidesapercibido en España.
También se ocupa de la narrativa de su amigo Juan Carlos Onetti, que decidió acostarse como alguno de sus propios familiares, "yo me quedaría en la cama viendo pasar la vida a mi alrededor pero Pepa, mi mujer, no me deja. Me molesta hasta que me levanto. La cama es uno de los mejores sitios para pasar la vida", sentencia.
Caballero Bonald ya dijo hace un año que abandonaba el oficio de escritor con su libro Entreguerras, aquel largo soliloquio lírico. Ni tiene ningún proyecto creativo a largo plazo ni cree que pueda afrontarlo: "Pero poemas, si se me ocurren, no voy a resistir la tentación. Pero un libro, elaborado lentamente..., no. No tengo ni ganas, ni tiempo porque después de Entreguerras me he quedado exhausto", confesaba entonces.
En estos días, Caballero Bonald ha frecuentado al Rey y a los príncipes de Asturias, a pesar de sus convicciones republicanas. Y han departido con cordialidad en aquellos territorios que comparten, pasando de puntillas presumiblemente sobre las cuestiones sustanciales que les separan. No en balde, el autor de Manual de infractores siempre se definió “crítico con el poder, venga de donde venga”.
“Si abro la ventana y me asomo a la realidad, siempre sospecho que algo va a explotar de pronto. No ya por las corrupciones y el mal gobierno, sino por la propia situación de la Historia contemporánea. Creo que estamos al final de un ciclo histórico que llevará a otra esperanza”, sostiene.
Su postura cívica se aproxima a la utopía: “Yo escribo contra la degradación de la Historia, contra el gregarismo y la sumisión generalizada”, alerta. Pero, de inmediato, se aleja de cualquier dogma: “La duda es lo que te hace seguir viviendo”. Así sea.
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