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El inmenso legado de un genio precoz

La editorial Demipage publica la obra completa de Félix Francisco Casanova, muerto en 1976 a los 19 años, un volumen que pone en valor el talento exuberante de este poeta canario.

El poeta y escritor Félix Francisco Casanova

Inquietante y triste. Así es la paradoja de toparse cuarenta años después de su muerte con las obras completas de Félix Francisco Casanova (La Palma, 1956 – Tenerife, 1976). Inquietante por lo que tiene de consumado el ejercicio de compilar la obra de un poeta que murió con tan sólo 19 años. Y triste porque nos permite fabular con lo que podría haber conseguido si su voz no se hubiera apagado tan pronto.

La precocidad del finado, el trágico desenlace —Casanova cayó desplomado en la ducha como consecuencia de un escape de gas—, así como la naturaleza de una obra que se asoma con frecuencia al abismo confieren al poeta una cierta aureola maldita. “Le conocí al poco de morir su madre, con 16 años, y recuerdo que tenía una belleza muy singular, cuando te miraba tenías la sensación de que no estaba en la misma realidad que tú”, recuerda la escritora tinerfeña Cecilia Domínguez.

Desconocemos en qué realidad se encontraba el joven bardo canario, pero no cabe duda de que sus versos desafiaban a la única conocida. Un mundo sugerente, ajeno a ligas estéticas y de una madurez que conmueve. Como explica el escritor Fernando Aramburu en el prólogo del volumen: “Casanova no atiende a tendencias poéticas, no se resigna a las formas métricas regulares ni supedita la escritura de sus poemas a tentativas y probaturas”. En otras palabras; la poesía como búsqueda, como interrogatorio más que como certeza.

Domínguez, por su parte, pone el foco en la habilidad del autor a la hora de “asociar ideas, manipular la realidad y subvertir la anécdota”. Un talento que irrumpe tan nítido que podría pasar por espontáneo, como si fuera plasmado a bocajarro, pero que —como apunta la escritora— “contiene mucha reflexión en torno a lo escrito y al propio acto de escribir”. Algo que contrasta con ese aparente festín formal que pergeñó, un recreo hecho de palabras con el que boicoteaba a la poesía misma librándola de ese impostado gesto poético.

“Desde temprana edad —ya a los siete u ocho años— solía sorprenderme con frases insólitas que yo me preguntaba dónde podría haber leído. Eran gritos sueltos, casi surrealistas y esotéricos, cuyas fuentes me era imposible inquirir en ninguno de los libros de mi biblioteca que pudiera caer en sus manos”, relataba el también poeta Félix Casanova de Ayala, padre de la criatura y figura decisiva en su formación lírica con quien mantuvo un nutrido diálogo literario.

"Mi vida es un larguísimo rock"

Imposible entender la obra de Félix Francisco sin atender a su fijación por la música. Una pasión que le venía desde la cuna —su madre, fallecida a los 37 años, era pianista— y a la que se entregó con el fervor de un devoto. “Intento reflejar a mi manera todo lo que siento, y lo reflejo a ritmo de rock. Creo que la vida toda es un rock, por lo menos para mí. Mi vida es rápida, triste y alegre como un larguísimo rock”, explicaba pocos días antes de su trágica muerte.

Rock progresivo, psicodelia, jazz… El universo sónico del poeta sirvió de salvoconducto para airear el potencial lírico que se traía entre manos. Tal y como apunta Aramburu a modo de preámbulo de estas obras completas: “Con frecuencia, parece entreoírse un ritmo, una cadencia, entre sus versos, como si los hubiera repentizado al calor de una melodía”. Y así, cebado de ritmos y armonías, el niño poeta fue tejiendo un corpus sombrío y lúdico; cientos de versos repartidos en ocho poemarios y una novela, El don de Vorace —escrita en 44 días—, además de cuentos, entrevistas y un álbum fotográfico familiar que la editorial madrileña Demipage ha tenido a bien reunir en un volumen que recoge el exuberante talento de Félix Francisco Casanova.

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