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El viento detrás de la cámara

SARA BRITO

En Asia lo conocen por su nombre chino Du Kefeng, que quiere decir 'como el viento'. Al ver a Christopher Doyle caminar, gesticular, hablar con las vísceras en la mano uno entiende que el nombre le viene al pelo (cano y desordenado) y que los asiáticos que lo han visto crecer con el ojo pegado a una cámara saben bien lo que se cuece en la cabeza de este cinematógrafo australiano que ha sabido, como pocos, plasmar en imágenes el paisaje emocional de una película. Y de paso, revolucionar la estética del cine contemporáneo.

Christopher Doyle ha creado un imaginario de colores saturados, ralentí hipnótico, imágenes exuberantes, texturas que se te pegan a la piel y que muchos quieren y no pueden imitar. Por algo es los ojos de Wong Kar-wai (dicho por el director chino), con quien lleva trabajando desde aquellos 'Days of being wild' de 1990 a '2046' de 2004.

Pasión por la forma 

Doyle es el genio que rodó Chungking Express con un teleobjetivo para aislar a los personajes solitarios de la ciudad, ese desordenado organismo vivo donde suceden historias individuales. '¿Cómo aislar lo que es importante si no es con una larga, objetiva y compasiva lente...?', ha dicho. Es el que en esa misma película o en In the mood for love, consigue que los personajes se muevan como sumergidos en una burbuja emocional.

El pasado domingo en el cine Doré de la Filmoteca Española, Christopher Doyle fue un torbellino, esa clase de viento que se arremolina, que desordena papeles, cabezas y toda superficie que aparente orden. La Filmoteca le está dedicando un ciclo durante este mes y el que viene.
A la sala entró caña en mano, demostrando lo aprendido junto a Jim Jarmusch durante el rodaje por Madrid, Sevilla y Almería de Limits of control. 'Hago cine con cervezas y amor', dijo riéndose. ¿Otra cosa que aprendió en España? A decir puta, palabra que repitió entre carcajadas y con la que definió con aire cachondo su trabajo tras la cámara: 'Creo que se nota el placer que siento al filmar, porque soy very puta, le doy forma a una idea de otro', dijo una y otra vez. La traductora, nerviosa,
no daba abasto.

Si es un torbellino hablando, más lo es tras las cámaras. Wong Kar wai le suele decir: '¿Ya lo has probado todo, Chris?', al terminar de rodar una escena. Porque Doyle es de los que prueba, sangra, hasta dar con la luz y el giro de cámara que dé forma a una idea. No necesita storyboards, necesita la sugerencia, la emoción. Por eso trabaja con directores que cuando le entregan un guión vienen con un par de hojas apenas (Jarmusch llegó con 20) o con ninguna (como Kar-wai en In the mood for love).

Jam cine 

Para él, una película debe ser como una jam session, como el sexo: orgánico, colectivo, donde los solos y las masturbaciones se dejen aparte, donde con los elementos dados -financiación, actores, localización- se encuentre la forma precisa de una idea. Probando. Y es también 'un acto de intimidad entre la cámara, el actor y el público'. Para eso, para lograr la poesía de una luz en la piel, para registrar la intimidad, Doyle está siempre tras la cámara, cosa no tan común en la industria. Él es el operador en todos los filmes en los que ha participado -y son cerca de 50-.

Doyle es de los que se encuentra la película a medida que la hace. Y para él esa es la diferencia esencial entre el cine asiático -al que se ha entregado con Kar-wai pero también con Zhang Yimou, Peter Ho sun Chan- y el cine americano, en el que sólo ha querido trabajar con outsiders, con los extranjeros dentro del armatoste de Hollywood: Jarmusch, Gus Van Sant -en 'Psycho' y 'Paranoid Park'- o Night Shyamalan, en 'La joven del agua'. Todo porque él mismo es un outsider: un australiano en China. Porque él es los ojos de otro. La emoción, es nuestra.

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