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'Saint Omer', el relato de vida de las mujeres negras silenciadas

La película está inspirada en el caso real de una estudiante senegalesa que mató a su bebé en una playa francesa. Es un retrato de lo que significa ser mujer negra hoy.

Kayije Kagame da vida a Rama, alter ego de la cineasta en 'Saint Omer'
Kayije Kagame da vida a Rama, alter ego de la cineasta en 'Saint Omer'. Surtsey Films

Una mujer invisible que consigue existir a través de un gesto monstruoso. Es el personaje principal del primer largo de ficción de la cineasta Alice Diop, Saint Omer, y una inesperada herramienta para colocar en el centro el cuerpo negro de una mujer con todas sus complejidades "e inscribirlo en la historia del cine".

Ganadora del Gran Premio del Jurado y el de mejor guion en Venecia, también mejor guion y película en Sevilla y hace unos días reconocida con el premio César de la Academia del Cine Francés a la mejor ópera prima y al mejor guion, Saint Omer es un trabajo prodigioso de exploración meticulosa y profunda del interior de la mujer negra, premeditadamente política, una apuesta por la contención visual alejada de amaneramientos y artificios para subrayar el dolor universal de las mujeres y la inexorable cadena histórica de madres e hijas.

Inspirada en un caso real, el de Fabienne Kabou, una estudiante de doctorado senegalesa que dejó a su bebé en una playa con la marea alta para ahogarlo. Confesó que sus tías africanas la hechizaron. La cineasta siguió el caso paso a paso y asistió al juicio que se celebró en 2016 en Saint Omer, una ciudad desolada, uno de los "reinos" de Marine Le Pen. Una extraña fascinación la empujó después a hacer la película.

Protagonizada por Guslagie Malanda en el papel de Laurence Coly, la acusada, y por Kayije Kagame, alter ego de la cineasta que en esta ficción es Rama, una novelista, la película traza círculos cada vez más estrechos en torno a una pregunta esencial, ¿qué es ser madre? y busca desde los relatos mitológicos hasta hoy el camino que permita mostrar cómo las mujeres nos perdonamos.

¿Recuerda cómo vivió su encuentro con la historia de Laurence Coly y el juicio, y qué la removió para querer hacer la película?

Al principio no pensaba en hacer una película, dedicar el tiempo a contar la historia de una mujer que había matado a su bebé mestizo, cuando yo en ese momento era madre de un bebé mestizo, pero algunas razones oscuras me empujaron a hacerla. Reconocí algo en esa mujer, algo que creo que reconocen en ella todas las mujeres del mundo, porque hay algo en esta historia que nos lleva a todas a las zonas más oscuras de nosotras mismas.

Todo comenzó cuando vi una fotografía y pensé que era una mujer senegalesa, más o menos de mi edad, madre como yo. Y sentí una fascinación y una curiosidad extrañas. Así que seguí todo paso a paso hasta el juicio como si algo me hubiese llamado. La experiencia en el juicio fue tremenda, me llevó tan lejos en mi oscuridad y mis pensamientos. Y lo vi en el juicio, donde había muchas mujeres, allí había algo que nos concernía a todas.

¿Ese algo que nos concierne a todas tiene que ver con un dolor universal de las mujeres?

Sí y también con los vínculos con las madres, que son muy complejos y ambiguos. Creo que la película toca justamente esa complejidad.

¿De alguna forma quería mostrar desde esta historia lo que significa ser una mujer negra en el mundo occidental?

Sí. Cuando escuché la historia me di cuenta de que pocas veces en el cine o en la literatura había visto el interior de una mujer negra en su complejidad. Era como si el cine nos hubiera arrebatado la posibilidad de mostrar esa complejidad. Había en mí un motivo político, la oportunidad de retratar a una mujer negra en un tema universal con el que todas las mujeres del mundo pueden identificarse. Un cuerpo negro tiene también su universalidad. Quería ofrecer eso, que no se había hecho antes.

La película es profundamente política…

Todo el cine lo es, el de Godard, el de Pedro Costa, etc. Espero que mi película se reconozca como política por la forma y no por la vía de producir un discurso político. Quería inventar una nueva forma, colocar en el centro un cuerpo marginado e inscribirlo en la historia del cine.

Hablando de la forma, ha apostado por la contención visual, ¿qué le permitía esto?

Colocar en el centro a esta mujer negra, mirarla y escuchar intensamente su relato de vida, de la relación con su madre, de la relación con su hijo, de la relación con el hombre blanco de una sociedad que deja a las mujeres exiliadas y silenciadas. Eso me permitía, que se la viera y se la escuchara. Con esos largos planos secuencias quería atravesar la profundidad de esa mujer. Obligar al espectador a verla y escucharla desde el cine, que mira a estas mujeres muy poco.

Todo en la película lleva a una pregunta, ¿qué es una madre?

Sí, es la gran pregunta de la película, ¿qué es una madre? La película gira alrededor de esto y espera una contestación de cada espectador. Porque la película no contesta a ninguna pregunta, excepto al final, cuando la abogada defensora habla de una quimera, "las mujeres somos quimeras, una cadena de madres a hijas". Hagamos lo que hagamos con la madre, nunca podremos escaparnos de ese vínculo.

Desde el inicio de la película se subraya el poder enorme de la narración, supongo que porque lo tiene usted y cree en él ¿no?

Creo en él. El cine, la literatura, el arte en general permiten entrar en los lugares más incómodos, hablar de los tabúes y que, por la sublimación, no nos asuste la monstruosidad. El arte permite ir lejos en cosas muy incómodas. Una mujer que mata a su hijo es algo horrible, pero la forma permite acercarse a ese horror sublimándolo y viéndonos a nosotros mismos, ir al fondo de nuestro interior. Esa fue mi ambición.

En esa idea del poder de la narración, en la película están Marguerite Duras y Medea…

Duras porque estaba interesada en el tabú de la condición femenina, condición no explorada, donde hay ternura y violencia. Y Medea está porque esa mujer negra en esa historia mitológica ofrecía la posibilidad de que una mujer negra finalmente llevara a abordar grandes cuestiones de la humanidad.

'Saint Omer' ¿es también reflejo, retrato de las sociedades del post colonialismo?

Evidentemente, cada película mía trabaja a partir de eso. Porque el colonialismo ha dejado rasgos en nuestra intimidad, en nuestros deseos, en la relación con los demás y con la sociedad y yo trabajo a partir de esas cosas pequeñas hacia la universalidad. Cada una de mis películas constata cuánto me interesa explorar la fascinación por el colonialismo.

Es un debate que coincide en el cine, con películas como la suya, y en literatura muy reciente en Francia

Francia es paradójica, una sociedad muy conservadora, configurada por la historia del colonialismo. Y yo soy una mujer negra, pero eligieron mi película para el Óscar como cineasta francesa, no como mujer negra. Y me siento profundamente francesa y mi gran suerte es que me han dado los medios para contar algo de Francia que muchos franceses ignoran. Todo lo que está ocurriendo dice cosas de esta Francia contemporánea, también el que una mujer negra haya recibido el premio César al mejor guion y a la mejor ópera prima, eso habla de la sociedad francesa de hoy.

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