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Citas literarias Dime a quién citas y te diré quién eres

Quevedo, Machado, Dickens o Supercoco. Las referencias a clásicos y no tan clásicos protagonizaron la moción de censura.

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy (d, abajo), es aplaudido por la bancada popular tras la votación en el pleno del Congreso de los Diputados. /EFE

“¿Ustedes piensan antes de hablar, o hablan tras pensar? Cuanto peor, mejor para todos, y cuanto peor para todos, mejor, mejor para mí el suyo beneficio político”. Para citas, los colores. Las hay intrincadas como esta última, que podría servir de epígrafe en un tratado sobre disfunciones neurofisiológicas, y las hay, también, de una simplicidad temeraria, digna de un Pareados for dummies: “Si quieres grano, Aitor, te presto mi tractor”.

Sea como fuere, y pese al atracón de citas —muchas de ellas decorativas— en la reciente moción de censura, conviene reivindicar su lugar en el pensamiento moderno. A fin de cuentas estamos hechos de ellas; un comodín neuronal fabricado con ideas de otros que conforma la urdimbre del conocimiento. De entre los intervinientes, quizá la más versátil en su implementación fue Irene Montero. De los Soprano a Valle-Inclán, pasando por Francisco Franco o Angela Davis. Un eclecticismo audaz que abrió la veda para una sesión fecunda en axiomas prestados y referencias ilustres.

Clara Campoamor subía a esta tribuna a exigir el derecho de las mujeres a votar y a participar de la vida pública, algo que entonces se negaba”, declamó una expeditiva Montero, que encontró su réplica en el siempre presto para la ira, Rafael Hernando. “Usted se parece más a Margarita Nelken, que era aquella que decía que las mujeres no tenían que votar porque votarían a la derecha”, le espetó el perro de presa popular poco antes de mear fuera de tiesto aludiendo a “la relación” de la parlamentaria con el líder de Podemos.

Rivera, siempre ambivalente, comenzó su alocución recordando el inicio de Historia de dos ciudades, de Charles Dickens —«Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos…»—, referencia que Iglesias impugnó de plano acusando al líder de Ciudadanos de no haber leído una sola línea del escritor británico. Fue entonces cuando el catalán recurrió a sus idolatrados “hombres de Estado”. Esta vez no tiró del recurrente Adolfo Suárez —al que parafrasea con fruición—, sino que optó por otros dos políticos de la historia reciente de nuestro país: “Yo, en vez de recomendarle, como usted hizo en el debate de candidatos, que vea Ocho apellidos catalanes para entender el problema de Cataluña, le invito a que lea a Solé Tura y a Azaña”.

“Alto, bajo, cerca, lejos”, replicó Iglesias citando a Supercoco a modo de contrapunto catódico un tanto humillante. “Los dos somos de la generación Barrio Sésamo y tenemos algunas referencias comunes, aunque creo que para explicar la política hace falta profundizar un poco más”.

Quevedo y Machado como arma arrojadiza

Francisco de Quevedo centró el debate por momentos. Hasta el punto de que el portavoz de Esquerra Republicana, Joan Tardà, rogó que se abstuvieran de seguir citándolo alegando que el autor del Siglo de Oro dejó escrito que “las criaturas más tristes y miserables que Dios creó son los catalanes, que son el ladrón de tres manos”. Tarde para el reproche, la poesía satírica del ilustre miope ya había saltado a la palestra en repetidas ocasiones. En primer lugar por Mariano Rajoy —«El exceso es el veneno de la razón»—, en alusión a la intervención de Montero—, y por Iglesias en dos ocasiones: «La soberbia nunca baja de donde sube, pero siempre cae de donde subió» y «No he de callar por más que con el dedo, / ya tocando la boca o ya la frente, / silencio avises o amenaces miedo».

Y de la poesía del Siglo de Oro a la Generación del 98. En concreto a Antonio Machado, de cuyos versos se sirvieron a partes iguales el líder de Podemos y el debutante como portavoz socialista, José Luis Ábalos. El candidato propuesto en la moción de censura recordó aquello que decía Machado de que “en la España de su época de diez cabezas una pensaba y nueve embestían”. Ábalos, más taimado y menos original, se decantó por las siguientes líneas: «Españolito que vienes, / al mundo te guarde Dios. / Una de las dos Españas / ha de helarte el corazón».

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