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Un cuento de hadas republicano

Jacques Audiard dirige Un profeta, una película en la que trabajan actores tan desconocidos como geniales

ANDRÉS PÉREZ

Érase un país muy cercano, en el que los varones blancos todavía dominantes y aún ricos seguían soñando con mantener en el anonimato, en tareas subalternas, y en las sombras, a los recién llegados del Sur y de piel oscura. Por eso se lanzaron en la llamada Década Sarkozy. Por eso se autoflagelaron durante años con debates sobre la identidad nacional y sobre burkas que no existían, por eso aceptaron un crecimiento exponencial de la población penitenciaria y aplaudieron la estigmatización de los jóvenes varones magrebíes o africanos, calificados de 'chusma', de prosaicos, de sucios, de 'gandules'.

La película devolvió a los jóvenes árabes el orgullo de vivir una epopeya

Pero entonces llegó un director de cine llamado Jacques Audiard y dirigió Un profeta, la película que dio la vuelta al mundo con magia y una paleta de actores tan desconocidos como geniales. Pronto se convirtió en un auténtico cuento de hadas republicano francés. No sólo porque devolvió a los jóvenes franceses descendientes de inmigrantes el orgullo de vivir una auténtica epopeya contemporánea, llena de un lirismo que engloba y fagocita la fría realidad carcelaria. No sólo porque, con el personaje de un líder mafioso corso envejecido en prisión, devolvió a ciertos franceses blancos el espejo de su triste realidad.

También fue un cuento de hadas republicano porque supo contraponer con realismo una verdad cruda las prisiones francesas son hoy dignas del Tercer Mundo, según informes de ONG independientes a una realidad maravillosa: la solidaridad, la familia y la auténtica vida está del lado de los que sufren en ese país rico llamado Francia.

Un profeta tuvo el mérito de relanzar en Francia el debate sobre el estado de las prisiones, centros de detención preventiva, calabozos de comisarías y hasta las mismísimas celdas de precomparecencia bajo el Palacio de Justicia de París.

Un profeta tuvo el mérito de relanzar en Francia el debate sobre las prisiones

Pese a decenas de informes de Amnistía Internacional y del Observatorio Internacional de Prisiones, el Gobierno estaba consiguiendo mantener con sordina esas condiciones infrahumanas, infligidas sobre todo a africanos y magrebíes, que en numerosas ocasiones ningún delito han cometido.

Un segundo debate, generado también por la película, tocó tangencialmente uno de los grandes tabúes de Francia. La derecha gala ha pactado históricamente con círculos mafiosos corsos que, en ocasiones, ejercen un control informal de las prisiones, y, en ocasiones, sirven para las tareas sucias de servicios secretos en África, aunque, en ocasiones, también asesinen a altos representantes del Gobierno. Sarkozy, salido de una de las matrices de la derecha más pringada en ese terreno la del Clan de Charles Pasqua es uno de los exponentes de esa nebulosa mafiosa, y la película lo aborda explícita, breve, limpiamente.

El filme toca el tabú de la derecha gala que pacta con los mafiosos corsos

Pero es en los últimos días cuando lo más profundo de Un profeta empieza a revelarse. Lejos que está, un diaro prestigioso como Los Angeles Times vio en el filme una metáfora sobre el intento fallido de Nicolas Sarkozy de generar un 'gran debate sobre la identidad nacional' francesa, léase blanca y cristiana. Estando más cerca, se puede dar un paso más. Mirando al fondo de los ojos del protagonista, ese chaval frágil y mal vestido, feliz al salir de la cárcel al final de la obra maestra de Audiard, orgulloso tras vencer el racismo intrínseco de los corsos y de todo un sistema carcelario, los franceses pueden ver un happy end para su país en crisis moral.

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