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Día 6: Inmenso Toronto

MANUEL MARTÍN CUENCA

Estoy soñando. Mi cuerpo yace sobre la cama, ligeramente inclinado de lado, con el rostro vuelto hacia la almohada. Mi brazo está estirado, atravesando la sábana. La palma de la mano está abierta, uno de los dedos, el meñique, se ve ligeramente doblado. Duermo profundamente. Inmóvil. Pero hay, sin embargo, una ligera actividad, muy sutil, en la parte superior de los párpados. Hay que observar detenidamente el cuerpo para darse cuenta de ello. Es una ligera vibración o un temblor que proviene del interior del ojo... Es porque estoy soñando. Recuerdo unas horas antes algo que me ocurrió: la proyección de mi película. Entro en la sala, aún está oscura. Me da tiempo para ver las tres últimas imágenes de ella: un hombre llega en bicicleta por un largo camino que se pierde en el horizonte... el hombre se baja de la bicicleta y la apoya sobre unos maderos, junto a una vieja cinta transportadora. Observa a su alrededor en silencio. Lo que busca no está... Ese mismo hombre, en medio de un paisaje inmenso (las salinas de Cabo de Gata, junto al mar) se ve, ahora, en pequeñito, gritando con todas sus fuerzas: 'Óscar... Óscar...Óscar..'. De repente, silencio. La pantalla se va a negro. Aparecen unos títulos de crédito. Sigue el silencio. En esta proyección no hay música. En mi sueño tampoco. Despierto.

La primera palabra que se me viene a la cabeza es inmenso

Son las nueve y media de la mañana, he dormido poco más de tres horas. El sol me ha despertado. Anoche dejé la ventana abierta y me da de lleno en la cara. Pienso en la proyección de ayer. Recuerdo alguna de las preguntas sobre la película: '¿Por qué Óscar no se ha marchado?'. Recuerdo mi respuesta: 'Él sabe que si se marcha nunca la volverá a encontrar, que la perderá para siempre. No hay nada más cruel para una persona que ama que pensar que nunca sabrá nada de la otra. Es la muerte. Por eso él se queda... Él vive esperando. Ella vive huyendo'. Dejo de recordar. Me levanto de la cama. Estoy en el apartamento donde vivo con mis compañeras, así que puedo hacerme, por primera vez, el desayuno. Mientras lo preparo, mi mente hace un ejercicio. Trata de ordenar sus ideas y formar un pequeño relato en su cabeza de cómo es el festival, de todo lo que esta viviendo aquí.

La primera palabra que se me viene a la cabeza es inmenso. Tanto que no puedo abarcarlo. Durante diez días hay alrededor de 300.000 espectadores. Eso sin contar las proyecciones hechas para el mercado: las de prensa e industria. Todavía no he podido estar en todas las sedes del festival, pero al menos conozco cinco. Sé que hay más. Cada uno de ellos tiene varias salas, por ejemplo, el Scotiabank Theater posee once. En todas ellas, las proyecciones son desde las nueve de la mañana hasta las once de la noche. También está Tiff Bell Lightbox, que es totalmente nuevo y ha sido inaugurado durante esta edición del festival. Es un impresionante complejo de varias salas dedicado sólo al cine y que va a funcionar durante todo el año. Tiene varias plantas y está culminado por una torre de gran altura que albergará una especia de ciudad del cine en miniatura. Todo ello en el centro mismo de la ciudad. Alberga exposiciones, retrospectivas... hay, por ejemplo, una sala que está exhibiendo una nueva copia de 'El hombre de la cámara' de Dziga Vertov, con música de Michael Nyman, en otra se ha hecho una instalación que recuerda cien películas esenciales de la historia del cine. Ahí están representados dos españoles: Buñuel y Almodóvar. Uno con Viridiana, el otro con Todo sobre mi madre. Se ha convertido en el buque insignia del festival. Entre estos dos grandes complejos y el hotel se mueve todo el cotarro del mercado.

Toronto es como un gran escaparate. La gente corre de un lado a otro viendo lo que le interesa y se cruza en los pasillos, se saluda y queda para negociar. La mayor parte del tiempo se ocupa en ver cine y en hacer contactos. Al contrario de Cannes no hay un gran mercado físico, con stands y oficinas. En el hotel hay una gran sala donde están representadas las instituciones oficiales de algunas cinematografías: Alemania, Dinamarca, España... pero ni los americanos ni los franceses tienen un espacio. No lo necesitan. Algunas compañías de ventas importantes alquilan dormitorios del hotel para utilizarlos como oficinas, pero lo importante es correr de un lado a otro viendo cine, cruzando tarjetas y hablando de posibles negocios. Por ese maremagnun se mueven distribuidores, compradores de televisión, productores, directores de festivales...

Aquí una entrada cuesta 22 euros... pero parece que el público ama el cine

Toronto es como una feria de muestras cuya organización ha hecho una preselección. Sólo por estar aquí la película tiene una visibilidad mucho más grande. Nosotros conseguimos agente de ventas al ser seleccionados, si esto no hubiera ocurrido, lo más probable es que una película pequeña como ésta nunca hubiera tenido agente de ventas internacional. Y lo importante, también, es que da cabida a todo tipo de cine y no discrimina. Conviven el cine de autor y el cine más comercial. Es evidente que el segundo hace las ventas más rápido, que se mueve a mayor velocidad, pero el otro también está representado y tiene su mercado. Una cosa más, como no hay tiempo para ver todas las películas hay un constante intercambios de copias en dvd. Esto es muy curioso, parece un mercadillo de la calle, un top manta. He visto a mi agente de ventas intercambiando un dvd de mi película con un distribuidor francés en las escaleras del hall del hotel. Yo me he alejado para no oír lo que decían, porque me he puesto a temblar... Pero me ha parecido tan curiosa la escena que es un espléndido botón de muestra. Así es este el mercado.

Luego está el público. Repartidos en varios cines por toda la ciudad, con proyecciones de Gala (alfombra roja) y proyecciones de 'arte y ensayo', en salas más pequeñas, donde estamos nosotros. Por todos lados me confirman que la cifra de espectadores rondará las 300.000 personas. Lo que yo puedo comprobar es que veo las salas llenas, siempre. Colas que dan la vuelta a la manzana y un interés del público en el cine impresionante. ¡Y no es nada barato! Aquí una entrada de público para ver una película como La mitad de Óscar cuesta 25 dólares (unos 22 euros)... Pero parece que el público ama el cine. Me contaba el corresponsal de una importante agencia de prensa española que algunas personas toman sus vacaciones durante el festival para ver el mayor número de películas posible, y que durante el resto del año la gente sigue asistiendo de la misma forma a las salas. Esta misma persona, uno de los periodistas más inteligentes y humildes que me he encontrado en años, me decía que el público hace mejores preguntas que ellos mismos y que por eso, cuando le toca hacer una entrevista, le gusta ver la película en las proyecciones de público y quedarse al debate. De esa forma saca la mejor información. Yo pude comprobar que era verdad. En la proyección de La mitad de Oscar él estaba en tercera o cuarta fila, apuntando en su libreta. Al día siguiente, me realizó la entrevista.

Mientras ordeno todas estas ideas en mi cabeza sigo desayunando... Ya estoy terminando. Doy cuenta de los últimos trozos de mi tostada. Tomo un sorbo más de café. Empiezo a despertarme de verdad.

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