Este artículo se publicó hace 14 años.
Disparen al cantante
La muerte del mexicano Sergio Vega reaviva la relación entre música y crimen
Hacía tiempo que el cantante de corridos Sergio Vega no componía canciones sobre la mafia de las drogas y las armas, en las que entonaba versos como "Será porque a los soplones / les gusta quemarlos vivos" o "Es muy bonito vivir / más cuando andas con un doce". En sus últimos álbumes, había consagrado su repertorio a los temas románticos, lo que no impidió que un matón descerrajara 30 disparos contra su coche el pasado sábado. En su cuerpo impactaron seis, y murió.
Cantar se ha convertido en una profesión de riesgo en México. Los intérpretes de corridos, especialmente los que se atreven con el subgénero de los narcocorridos, deben soltar una carcajada cuando escuchan que el rock es un estilo peligroso. En el último mes, además de la muerte de Vega, se han producido los asesinatos del hijo de Joan Sebastian y el hermano de Pablo Montero, ambos populares artistas mexicanos. Además, la cantante Jenny Rivera ha recibido amenazas de muerte a través de Twitter. Las investigaciones apuntan que detrás de estos sucesos, igual que de la muerte hace tres años de la cantante Zayda Peña, se encuentran las redes del narcotráfico.
En junio han sido asesinados dos familiares de otros dos cantantes
Estos crímenes nos devuelven una imagen de la música que se aleja del objeto de consumo entretenido y trivial en que se ha pretendido convertir. No en todos los lugares del mundo las canciones han dejado de ser algo incómodo para el poder, ya sea este institucional o mafioso.
En el pasado, la relación de la música con el crimen y la política fue estrecha. Los servicios de inteligencia estadounidenses investigaron a los Beatles y los Rolling Stones porque su influencia sobre las masas era potencialmente peligrosa. Asimismo, las relaciones entre cantantes y organizaciones criminales eran de sobra conocidas y en no pocas ocasiones existió más colaboración que enfrentamiento (el mismo Al Capone era el dueño de un gran número de clubs de jazz en Chicago).
Frank Sinatra tuvo que responder ante el juez por sus relaciones con la mafia, aunque nunca se pudo demostrar que incurriera en alguna actividad delictiva. La voz trabajó para el mafioso Sam Giancana en sus clubs, su tío y su primera mujer estaban vinculados a la Cosa Nostra e inspiró una de las escenas de la primera parte de El Padrino, lo que ha levantado rumores sobre si su éxito fue debido, en gran medida, al apoyo de los clanes del crimen sicilianos.
En el pasado, Frank Sinatra fue juzgado por su relación con la mafia
Durante los años noventa se produjo un fenómeno tan curioso como escalofriante, caracterizado porque los mismos cantantes y sellos discográficos se convirtieron en agentes del crimen. Se trató del famoso enfrentamiento entre las escenas de hip hop de las costas Este y Oeste de Estados Unidos: el conocido como gangsta rap llegó demasiado lejos.
Dos cadáveres superventasLa guerra se saldó con dos muertos: Tupac Shakur (el rapero que más discos ha vendido en EEUU, con 75 millones de copias) y Notorious B.I.G., cuyo disco Life after death, lanzado sólo 15 días después de su asesinato, es el disco de rap más vendido de la historia (28 millones de álbumes).
Los dos raperos fueron acribillados a balazos en el interior de sus coches, pero ninguno de los casos fue esclarecido. Sin embargo, personas próximas a ellos han afirmado que el asesinato de Notorious B.I.G. en 1997 fue una venganza por la muerte de Tupac el año anterior, fruto todo ello de la guerra entre los sellos Bad Boy Recordings, fundado por Puff Daddy en Nueva York en 1989, y Death Row Records, que comenzó su actividad dos años después en California de la mano de Suge Knight y Dr. Dre.
Los gobernantes también han utilizado el poder de las balas para callar a los cantantes. Es el caso de Víctor Jara, torturado y asesinado días después del golpe de estado de Pinochet. Los brasileños dl Nuevo Tropicalismo (Gilberto Gil, Caetano Veloso, entre otros) tuvieron que escapar de su país a finales de los sesenta para no correr una suerte parecida.
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