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Eloy Fernández Porta: "El trabajo nos está volviendo locos"

Eloy Fernández Porta, autor del ensayo 'Los brotes negros' (Anagrama).
Eloy Fernández Porta, autor del ensayo 'Los brotes negros' (Anagrama). Irene Medina / Fundación Telefónica

El ensayista Eloy Fernández Porta (Barcelona, 1974) describe en su último libro, Los brotes negros (Anagrama), cómo el trabajo a destajo y mal remunerado lo arrastró hasta el acantilado de la ansiedad. Profesor asociado de la Universitat Pompeu Fabra, ha escrito en las revistas Ajoblanco y Quimera, ejercido como comisario y publicado varios libros, entre ellos €®O$, que le valió el Premio Anagrama de Ensayo. Ahora da cuenta de los daños causados por las termitas que devoran su cabeza.

¿Yo es el enemigo?

Puede serlo. Verdaderamente, es la sensación que se tiene en los momentos más intensos de la ansiedad. Yo percibía mi cabeza como una enemiga y sentía que las termitas me estaban devorando. Pasaba de la añoranza desesperada a un estado más reflexivo, de ahí los "picos" del subtítulo del libro.

¿Usted nació roto o se fue rompiendo?

Me fui rompiendo, aunque había antecedentes genéticos. Es un trastorno multifactorial, porque hay factores sociales, afectivos, laborales y demás. En mi caso, parecía claro que había una falla inaugural que, en un momento determinado, se fue abriendo.

Los "tics" empezaron a los nueve años. ¿Influyó, por tanto, la educación recibida?

Siempre he tenido tics nerviosos y movimientos compulsivos. Los vivo como un intento de reencontrar mi propio cuerpo. Siento que ese cuerpo fue robado cuando tenía nueve años por el sistema educativo —y las obligaciones que trae consigo— y por otros sistemas disciplinarios. Sí, pesaron una educación sumamente competitiva, debido al sistema pedagógico, y una serie de exigencias de productividad y de probidad moral, lo que en el libro llamo delirios. El cuerpo nunca es únicamente propio. Tanto el cuerpo afectivo como el cuerpo laboral pertenecen a otras personas.

Los brotes negros: un hombre que se enfrenta a su infausto destino. ¿Se puede burlar la fatalidad?

Me lo preguntaba con frecuencia a lo largo del proceso. Vi como una salida a algunas personas —médicos y amigos— que me sostuvieron durante los peores momentos. Hasta el punto de que el hábito de la medicación acaba llevándome a percibir a esos individuos como si fueran psicofármacos. Uno se plantea si una persona le tranquiliza como el Orfidal o si le sube demasiado la tensión como el Rivotril.

¿Cuánto ha influido el factor laboral en su estado?

En su momento lo viví como un desencadenante, porque llegó un punto en el que había asumido mucho más trabajo del que podía sacar adelante. Me había autoconvencido de que podía estar currando siempre a un ritmo alto. Viví así durante años, porque este es un libro de un exadicto al trabajo. Pude aguantarlo mientras hubo algunos momentos de chill out o de recompensa.

"La militancia anticapitalista es agotadora y está mal pagada"

Por varias razones, esos momentos fueron desapareciendo. Y la preocupación por los ingresos, la cantidad de cursos que tenía impartir y la diversificación de tareas como autónomo en el sector cultural me llevaron a colapsar a los 45 años.

Una autoexplotación.

Me he sentido demasiado exigido y, sin duda, también he exigido demasiado a otras personas cuando he trabajado como gestor cultural o he editado una antología sin pagar por los textos o a cambio de una remuneración muy baja. Nuestra preocupación por lo laboral filtra y condensa otras preocupaciones emocionales de autorrealización y de exposición pública. Lo laboral no se reduce a los ingresos, sino que incluye toda una puesta en escena del yo. Porque hemos apostado buena parte de nuestra identidad a la autorrealización en el trabajo.

Uno trabaja en precario en el sector cultural por amor al arte. Y para la izquierda —sea cual sea la labor o el empleador— porque "pedir condiciones dignas del trabajo es de malos militantes". Una engañifa.

Sí, en tanto que la militancia anticapitalista es también agotadora, puede resultar extenuante, genera tensiones y malestares y, huelga decirlo, está mal pagada. Cuando hablo de militancia anticapitalista, no me refiero específicamente a mí a mi caso, porque yo no me definiría así, pero sí al conjunto de tareas que realizamos por "nobleza obliga", como diría Pierre Bourdieu, gratis et amore.

Una estafa extrapolable a muchos trabajos que apelan o se escudan en la vocación del empleado para no pagar o pagar poco. Y en la visibilidad, claro, aunque ciegue la billetera.

Lo curioso del caso es que, desde ese punto de vista, el sector cultural puede aparecer como un virus en el mercado laboral, en tanto que es el sector por antonomasia que ha naturalizado el trabajo vocacional, los artículos hechos sin cobrar, los cursos impartidos por una cantidad insuficiente y otras muchas muestras de buena militancia creativa. Otros ámbitos laborales, donde esas prácticas no se podían dar por sentadas, han copiado ese modelo, incorporando a la figura del trabajador los atributos del artista o, en un sentido extenso, del creativo.

"La docencia ha ido dejando de ser un trabajo intelectual para convertirse en una tarea física", escribe. El trabajo, como cajón sin fondo. Antes le pagaban más, con menos esfuerzo.

Una de las utopías del trabajo cultural era huir de las tareas físicamente extenuantes que habían caracterizado el trabajo obrero. Claro que no es lo mismo que estar en una mina, pero puedes dar clases a 40 grados durante cuatro horas consecutivas o desempeñar un trabajo intensivo que no te deja tiempo para investigar. Esto nos lleva a una academia sostenida gracias al trabajo precario de los profesores asociados, que en algunas universidades están impartiendo el 30% de las clases.

El autónomo se ve abocado a una productividad salvaje. Y, en el caso del autónomo precario, también a la frustración.

Durante mucho tiempo, he llevado una vida con retraso. Esa sensación de llegar tarde y de no cumplir lo suficiente. Así, los sentimientos de insuficiencia, de frustración y de desamparo son continuos y estructurales. Entre el profesorado universitario y de otras ramas del sistema educativo se dan con mucha frecuencia casos de sufrimiento psíquico y de dolencias psicológicas diagnosticadas.

"El sector cultural es un virus que ha naturalizado el trabajo gratis y vocacional"

En cierto modo, sería comparable a lo que les sucedió a las enfermeras durante la pandemia, cuando estaban en primera línea de fuego y se les cargó con una responsabilidad moral por el bien de la comunidad, de modo que eso se convirtió en un argumento más para la explotación.

A eso habría que sumar la búsqueda de la perfección en todos los sentidos y ámbitos: "A nuestros cuerpos se les pide que sean disciplinados de día y exaltados de noche: productivos pero también dionisíacos".

Es una compulsión hiperproductiva de subjetividad, afectos, rendimiento y tareas que hemos ido aceptando paulatinamente como el ritmo natural del capital digital. Circulamos como lo hace el capital y también nos evaluamos y entramos en bancarrota. Uno de los sentimientos más intensos que tenía en la época que describo en el libro es la de ser una persona devaluada. Porque hacía tareas que valían ocho y pasaron a valer cinco.

En el libro alude al estancamiento de su carrera y se define como "un residuo de la industria cultural". Con su currículum y trayectoria, esas observaciones pueden sorprender al profano.

Es la percepción de sentirse un fracasado. De repente, un libro recibe menos atención que el anterior o dejas de recibir invitaciones desde Latinoamérica. Me resultaba más obsceno contar eso que describir físicamente los episodios de ansiedad, cuando me sentía como una mezcla de dibujo animado y personaje gótico fuera de sí, con gritos y accesos de llanto en plena calle. Un relato que tiene que ver con el juego de apostar la propia identidad al reconocimiento, lo que suele entenderse como una cuestión de vanidad o de orgullo. Pero desde una perspectiva más sociológica, el reconocimiento es una necesidad social. Es preciso obtenerlo no solo para prosperar en tu propia carrera, sino también para mantener el nivel al que habías llegado. Y ese nivel se gana y se pierde por razones que uno mismo no acaba de entender y que llevan con frecuencia a pensamientos obsesivos: ¿por qué no está funcionando lo que hago?

Otros rostros populares han revelado su situación de precariedad. ¿Cree que es bueno esa salida del armario laboral?

El discurso de Candela Peña en los Goya me conmovió y me hizo consciente de una realidad que ignoraba ["Os pido trabajo, tengo un niño que alimentar", dijo la actriz]. El libro ha generado una reacción empática y vivencial, porque en privado algunas personas me han comentado: "A mí también me pasa". En todo caso, no le diría a todo el mundo: "Tienes la responsabilidad moral de hacerlo público".

Además del capitalismo, ¿la izquierda también ha alentado el 'workaholismo' (adicción al trabajo)?

El capitalismo tiene su fordismo como el comunismo tiene su estajanovismo. La izquierda, además, posee un capital simbólico, la autoridad moral, en nombre del cual con frecuencia se induce a los trabajadores, a los militantes o a cualquiera que esté en la órbita a la izquierda del PSOE a trabajar más horas que un reloj. Por tanto, hay que considerar los aspectos de la explotación, que son característicos y distintivos del capitalismo digital, pero no debemos pensar que la explotación se inventó con la revolución industrial y que no existió en otros sistemas políticos.

Eloy Fernández Porta, autor del ensayo 'Los brotes negros' (Anagrama).
Eloy Fernández Porta, autor del ensayo 'Los brotes negros' (Anagrama). Irene Medina / Fundación Telefónica

Usted critica la "superstición de la izquierda contra los antidepresivos", porque "la clase obrera no se deprime".

En Los brotes negros me refiero a una cierta resistencia de la izquierda a las perspectivas médicas y, en particular, a las ciencias de la psique y a la neurología, que deberían tener un papel más importante en el discurso público sobre la salud mental. Errejón habló sobre el tema en el Parlamento y un facha le dijo: "¡Vete al médico!". Sin embargo, hay que mentalizarse de que no se trata solo de la reacción de un facha, o sea, de que esa actitud no se encuentra exclusivamente en la derecha. También es un presupuesto de la ética del buen militante.

Incluso su padre, que era comunista, también desdeñó el tratamiento psiquiátrico.

Soy un caso claro de diagnóstico tardío. La mayor parte de las terapias empiezan bastante tarde. La gente se anima a poner un pie en la consulta de un terapeuta cuando las cosas se han puesto muy feas. Entonces, el médico no tiene otro remedio que recetar de manera preventiva. Sin embargo, no creo que haya un problema de sobremedicación, ni tampoco de excesiva patologización o psiquiatrización de la infancia.

"Hemos apostado buena parte de nuestra identidad a la autorrealización en el trabajo"

En los últimos tiempos, las cosas han cambiado y he ido conociendo a personas de dieciocho años que son autoconscientes de sus problemas psíquicos y que tienen instrumentos para lidiar con ellos. Ya me hubiera gustado a mí…

¿El trabajo nos está volviendo locos?

Sí, el trabajo nos está volviendo locos. A fuerza de trabajar, a uno le puede pasar lo que a mí. No niego que la realización laboral me ha dado felicidad y me ha permitido acceder a sitios a los que no podría haber llegado de otro modo, pero eso ocurrió en otro momento. Además, habría que añadir el coste de la vida y el problema de la vivienda, otra de mis fuentes de preocupación. Si no tienes pareja, es imposible encontrar un sitio digno para vivir en una ciudad como Madrid o Barcelona.

En Estados Unidos, mucha gente quemada dejó sus trabajos durante la pandemia: the Big Quit. En España, sin embargo, sería más difícil sumarse a esa gran dimisión laboral.

Yo también empecé a ver casos aquí, por lo que podríamos hablar de un Little Quit. Hay personas que se han dicho: "No puedo aguantar más este modo de vida y voy a cambiar mi ritmo de exigencia, aunque implique vivir con menos o perder vida social". Entre los extremos de la gran ciudad y el movimiento neorrural, quedan las urbes medianas y asequibles que aún no han sido gentrificadas, donde el coste de la vida no se ha disparado tanto.

Los brotes negros lo sitúan en una posición feminizada, escribe en el libro, porque "el imaginario fílmico de la ansiedad es femenino". Mujeres al borde de un ataque de nervios.

El cine ha mostrado a la mujer como una histérica, porque ha codificado ciertos síntomas o dolencias como distintiva o esencialmente femeninos. Eso ha ocurrido en géneros como el melodrama, donde la figura de la mujer ansiosa ha sido representada con frecuencia como si fuera una esencia de la feminidad, que es pura ansia. Mientras, en el otro lado, la figura del hombre al que le da un episodio agresivo —desde Un día de furia hasta Surge— no es interpretado como un caso de ansiedad, sino como un síntoma de un problema social.

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