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Entrevista a Antonio Iturbe "No creo en otra escritura que no sea la de compartir tu fascinación por las cosas"

El periodista Antonio Iturbe publica 'A cielo abierto', una novela que le ha valido el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral y en la que recrea las andanzas de tres pioneros de la aviación; Antoine Saint-Exupéry, Jean Mermoz y Henri Guillaumet.

El periodista y escritor Antonio Iturbe.- EFE

Cuenta Antonio Iturbe —director de Libújula— que el único secreto que conoce es el de la renuncia. “Milagros no existen, o yo no los he visto”, apostilla. No es para menos; periodista ubicuo, escritor a tiempo parcial, Iturbe le pide las vueltas a sus interminables jornadas como plumilla y con las sobras va tejiendo una novela apasionante, trepidante como sus protagonistas y esmerada en el detalle. Un libro con el que evidencia aquello de que escribir ha de ser una pasión.

“Creo en eso de contagiar la fascinación por escribir”, explica el autor de A cielo abierto, un texto que le ha valido el Biblioteca Breve de Seix Barral y con el que homenajea la figura del legendario autor de El Principito, Antoine de Saint-Exupéry, pero también la de sus correligionarios; Jean Mermoz y Henri Guillaumet, tres aviadores al frente de las primeras líneas de reparto de correo en rutas aún por explorar. Una vida en el aire, sin horizonte a la vista, que Iturbe evoca a caballo entre la aventura y la emotividad.

¿De dónde viene ese interés por Saint-Exupéry?

Leí por primera vez El Principito en la escuela con apenas 11 años. Obviamente hay cosas que no conseguí entender, pero me generó asombro y curiosidad a partes iguales. Con el paso de los años he regresado a él y lo he vuelto a leer con diferentes miradas. Es un libro que me ha servido de hilo para ir descubriendo toda la obra de Saint-Exupéry, quizá oculta por El Principito, pero en la que se pueden encontrar auténticas joyas como Piloto de guerra, Correo del Sur, Vuelo nocturno, Tierra de hombres... De alguna manera voy descubriendo la riqueza y variedad que hay en la vida de Saint-Exupéry.

Un hombre que se jugaba la vida, pero que, al mismo tiempo, era capaz de transmitir una gran emotividad. ¿Crees que se jugaba la vida para entender el sentido de ésta?

No me cabe duda. Hay un momento en la novela en el que alguien le echa en cara esa testarudez por jugarse el pellejo en esos cacharros voladores y él responde que no deberían preocuparse tanto por la muerte, sino por la vida. Saint-Exupéry, Mermoz y Guillaumet no son un panda de morbosos que amen la muerte o alguna suerte de culto oscuro, sino todo lo contrario, son unos vividores y lo que hacen es vivir sus vidas de la forma más intensa posible, creo que lo que buscaban era multiplicar la vida por diez; hacerla mucho más grande todavía.

¿Y qué hay detrás de esa pasión por la aviación y los aviadores?

La verdad es que no sabría explicar el motivo. Sucede que te decantas por determinados vericuetos, tal vez tenga que ver con el hecho de que soy una persona bastante acobardada, con mucho vértigo, hasta el punto de que cuando me subo a una escalera trato de agarrarme a la pared. Quizá por ello me causa tremenda fascinación la capacidad de esta gente, la valentía que demuestran, el desparpajo con el que se suben a un avión y surcan el aire. Mi vida pequeñita se agranda al leerlos, por eso he leído tantos libros relacionados con aviadores a lo largo de mi vida. Algún psicólogo o psiquiatra se pondría las botas conmigo.

Haces un minucioso ejercicio de documentación. No sólo a nivel técnico cuando hablas de aeronaves y vuelos, sino también cuando abordas lo cotidiano en el París de la época.

No soy un escritor especialmente sistemático en ese aspecto. Como un fumador empedernido que se enciende un cigarrillo con la colilla del anterior, empecé a escribir A cielo abierto al poco de terminar La bibliotecaria de Auschwitz (Planeta, 2012), por lo que llevo cuatro años y medio leyendo, subrayando y anotando sobre este tema. Pero luego todo eso queda oculto en una pila de libros. Yo creo que se trata más bien de una especie de impregnación, pues aunque he leído mucho sobre este asunto luego no soy lo suficientemente metódico. Yo creo que mi pasión por este tema ha terminado por empapar la narración, no creo en otra escritura que no sea la del compartir tu fascinación por las cosas.

Junto a ese ejercicio de documentación también le das una oportunidad a la fantasía, como si dejaras volar la imaginación pero con los pies en la tierra...

Es obvio que no es una biografía porque he trabajado con los elementos de la ficción, se trata más bien de una ensoñación. Cuando lees tanto sobre un hito muy determinado, terminas completando lo sucedido con una proyección imaginativa de los hechos reales, como si rellenaras los huecos que faltan. 

El riesgo y el propio hecho de volar confieren a la novela un cierto romanticismo, un aire utópico. ¿Quiénes serían los Saint-Exupéry, Mermoz y Guillaumet de nuestros días?

Cada época por sus características tiene sus propios héroes. En el caso de Saint-Exupéry, aquellos años vieron nacer y desarrollarse una aviación que aún resultaba precaria, una época que generó estos héroes anónimos... Actualmente creo que hay muchos héroes de ese tipo, hay gente que levanta escuelas en Afganistán, por ejemplo. Hay una niña llamada Malala a la que le descerrajaron varios tiros en la cabeza por defender, entre otras cosas, el acceso a la educación de las niñas de su país. Creo que hay muchos héroes hoy día, me parece que hay mucha gente que saca el mundo adelante luchando por cosas importantes y dejándose la piel, pero lamentablemente es probable que no los conozcamos hasta pasado un siglo.

El tiempo de esta novela es un tiempo en el que la gente se encomendaba con fervor al desarrollo de la técnica. Hoy día, en cambio, la tecnología muestra ciertos visos distópicos como la incomunicación o la alienación.

En la época de entreguerras el maquinismo incipiente era algo muy novedoso y generaba cierta fascinación. En la actualidad vemos de una forma menos romántica lo que entonces se veía como algo muy positivo. Lo cierto es que yo en este sentido no soy nada apocalíptico, no creo en la maldad de las máquinas en absoluto, a fin de cuentas son sólo herramientas que nosotros elegimos cómo utilizar. Si hacemos cosas horribles no es culpa de las máquinas, sino de nosotros mismos.

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