Este artículo se publicó hace 14 años.
Una época abierta al público
El Museo Cerralbo de Madrid, recién reabierto, recupera su ambiente original de principios de siglo XX
Enrique de Aguilera y Gamboa (Madrid, 1845-1922), XVII Marqués de Cerralbo, no fue un hombre precisamente moderno. Aristócrata, el retrato que preside una de las salas de su palacete madrileño lo muestra orgulloso, luciendo un collar de la Orden del Espíritu Santo y el Toisón de Oro, éste último, concecido por el príncipe don Carlos y símbolo además de su oposición a la reina Isabel II. Arqueólogo y carlista, del sector más conservador de la sociedad decimonónica española de finales del XIX y principios del XX, el marqués tuvo una única afición moderna: la fotografía.
La compartía con su amigo Juan Cabré, "el primer arqueólogo español que utilizó la fotografía para documentar sus excavaciones", según Lurdes Vaquero, directora del Museo Cerralbo, que esta semana ha reabierto tras cuatro años de obras y remodelaciones. Gracias a esa amistad y afición compartidas, la casa-museo ha podido ahora recuperar el ambiente original que el palacete tenía en vida del marqués. Se terminó de construir en 1893.
La Casa-Museo tiene catalogados casi 50.000 objetos históricos
Cabré, que dirigió el museo desde la muerte de su fundador, en 1922, hasta la Guerra Civil, hizo un riguroso inventario de los 50.000 objetos (casi la mitad monedas y medallas) reunidos por este arqueólogo, coleccionista de estampas y dibujos, esculturas, pinturas armas, armaduras y libros. Y además fotografió la disposición de los objetos en las salas, lo que ha permitido ahora a los restauradores retomar su emplazamiento original. "Es un documento básico para lo que hemos querido hacer", explica Vaquero.
Ese viaje al interior del universo Cerralbo, con los reflejos de su medio político, social y cultural, es sin duda lo más interesante del museo. "No podíamos competir en cuanto a pintura, por ejemplo, con los grandes museos de Madrid, así que decidimos recuperar su valor informativo", explicaba esta semana Vaquero, antes de la inauguración.
Un recorrido por la planta principal permite distinguir la marcada diferencia entre los salones de los caballeros (colores sombríos, maderas oscuras, cuadros clásicos) de los de las damas (apastelados, llenos de espejos y con cuadros y pinturas algo más contemporáneos, tampoco mucho). "No, desde luego el marqués no era un vanguardista. Nunca permitió nada fuera del academicismo", explica Vaquero.
A través de la figura de su dueño se refleja toda una clase social
Alardes de mármol
Además de esa división de géneros, el palacete refleja también una marcada distancia entre lo público y lo privado: el boato de la planta principal, destinada a recibir a los invitados y a los actos sociales, contrasta con las mucho más comedidas y sencillas estancias del entresuelo.
Aunque sorprende encontrarse, eso sí, un aseo con una enorme bañera de mármol junto a la sala de armas, tan pública. "Bueno, también se trataba de alardear, en este caso de los últimos avances en higiene", explica Vaquero. "Este barrio [Argüelles] fue el primero en tener agua corriente, luz eléctrica e incluso teléfono", añade.
La sala de billar, junto al comedor, guarda una de las joyas del museo. La mesa. "Es uno de los muebles más importantes de la casa", según Vaquero. Y una nutrida colección de retratos, de factura, técnicas y tamaños muy distinas. Junto al retrato de Agustín Odoria de la mano de Tintoreto, un falso Van Dyck que durante décadas se contaba entre los más valorados. "El marqués compraba mucho al por mayor", dice Vaquero.
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