Este artículo se publicó hace 13 años.
Escritores y delincuentes
El novelista José Ovejero reúne en un libro las biografías de aquellos autores que pasaron una temporada en la cárcel tras cometer un delito
"¿Tomarás mi triste cabeza entre tus manos y calmarás a la bestia feroz?". Neal Cassady, drogadicto, vividor, ladrón de coches y canalizador de muchas de las ideas de la Generación Beat, escribió esta frase en una carta que le envió a su mujer mientras trabajaba en México.
Preso varias veces por no pagar las multas de tráfico que recibía debido a la velocidad a la que conducía, el epistolario era, sin embargo, lo que mejor se le daba. Era fascinante y arrebatador. Cassady jamás escribió una novela. Prefería beber y robar automóviles. Y, sin embargo, su intensidad vital y sus misivas influyeron en toda una generación de escritores: Jack Kerouac y Allen Ginsberg posiblemente no hubieran sido los mismos sin la pasión literaria de este delincuente.
La biografía de Cassady arrebató también al novelista José Ovejero mientras trabajaba en un curioso proyecto sobre los escritores que habían cometido algún tipo de delito. La idea se le había ocurrido tras escribir un artículo sobre autores que habían estado en la cárcel.
A partir de ahí, se puso a investigar la vida de Maurice Sachs (París, 1906-1945), autor de Le Sabbat, un hombre solitario, con grandes tormentos por su orientación sexual, que robó a todos sus amigos (desde Coco Chanel a Jean Cocteau) y que acabó su vida como colaboracionista de los nazis. "Sachs me pareció fascinante, así que, después de leerme su obra, decidí continuar", afirma Ovejero a este periódico. El resultado fue Escritores delincuentes, un recorrido por varias biografías literarias y delictivas que ahora publica Alfaguara.
"No creo que la literatura redima y escribir no exime de delinquir", afirma Ovejero
El novelista se planteó muchas preguntas ante este trabajo: ¿redime la literatura de un asesinato? ¿Qué puede llevar a escribir a alguien que ha robado? Norman Mailer siempre creyó que un buen escritor no podía estar en la cárcel a pesar de haber matado a otra persona. De hecho, se esforzó por sacar de prisión a Jack H. Abbott, un tipo que tenía a sus espaldas varios atracos a mano armada y un homicidio. Sin embargo, para Mailer, la lucidez que mostraba en sus cartas (y que acabaron publicadas en formato de libro con gran éxito) le eximían de toda culpa. Se equivocó: nada más salir de prisión, Abbott mató de una cuchillada a un camarero. Volvió a la cárcel y en 2002 se ahorcó en su celda.
"No creo que la literatura pueda redimir a nadie, y escribir no exime a nadie de delinquir, pero sí puede ayudar a reducir su rabia. También es cierto que muchos salieron de la cárcel y no volvieron a delinquir porque encontraron el éxito de la literatura", señala Ovejero. Como ejemplo pone a Edward Bunker (EEUU, 1933-2005), culpable de varios delitos, como robo de bancos, narcotráfico y extorsión, que reconoció que hubiera vuelto a las andadas si su novela No hay bestia tan feroz no hubiera sido un best seller.
La sociedad es la culpableDurante su trabajo de investigación, Ovejero se encontró con escritores que ocultaban sus delitos en sus libros y otros que tenían una gran urgencia por contarlo. Entre los primeros se encuentra Anne Perry (Londres, 1938), una de las grandes autoras de novela negra contemporánea.
Perry, nacida Juliet Hulme, asesinó cuando tenía 15 años a la madre de su mejor amiga, Pauline Parker. Las dos adolescentes prepararon el asesinato a conciencia y fueron condenadas a cinco años de cárcel. Sin embargo, ella, que incluso se cambió de nombre, jamás relata aquella experiencia en sus libros, que suelen estar ambientados en la época victoriana.
Para otros, es primordial que el hecho sea conocido. Hugh Collins, visceral hasta la náusea, llega a escribir en Autobiography of a Murderer: "Es increíble cuántos asesinos no pueden recordarse matando a una persona. Lo que yo estoy describiendo aquí es la fealdad de la violencia gratuita. ¿Hay algún otro tipo de violencia?". Collins no embellece ni olvida.
Estos autores relativizan mucho el crimen y critican el sistema penitenciario
La mayoría insiste en su inocencia. Es el caso de Abdel Hafed Benotman (París, 1960), un hijo de la banlieue y de la inmigración argelina, que inició en su juventud una notable carrera como atracador de joyerías que acabaría con cum laude en la cárcel: con 18 años fue condenado a pasar 14 años en el penal.
Un taller de escritura erótica después y varios textos escritos en su celda convencieron a un editor para publicar Les forcenés, un volumen de cuentos sobre la marginalidad y la delincuencia. "Benotman admite su culpa, pero devuelve la pelota a la sociedad que le ha tratado así. Parece decir, vale, soy un ladrón, pero si tuviera tus joyas sería un emperador", señala Ovejero.
Como Benotman, muchos de los escritores que pasaron por la cárcel sitúan sus historias en la prisión. Y muchas de estas novelas (o autobiografías) tuvieron un gran éxito de ventas. Es lo que le ocurrió a Jimmy Boyle (Glasgow, 1944) con A Sense of Freedom, la historia de su vida entre rejas. Llegó allí condenado por un asesinato en 1967, aunque él siempre defendió su inocencia. "La cárcel es un lugar cerrado del que sabemos poco. Nos llama la atención. Además, es un sitio donde te quitan la libertad de expresión, pero estos escritores consiguen, a través de la literatura, saltarse esa mordaza", apostilla Ovejero.
Uno de los mejores libros sobre la prisión es, según el novelista, el de la italiana Goliarda Sapienza (Catania, 1924-Gaeta, 1996). Amiga de Antonio Gramsci, pasó una temporada en prisión por robarle unas joyas a una amiga. De aquella etapa salió La universidad de Rebibbia (1983) en la que la escritora, que procedía de una clase acomodada, reflexiona sobre su incapacidad para relacionarse con el resto de presas, precisamente por su procedencia familiar.
Todos estos autores son muy críticos con el sistema penitenciario. Sin embargo, hacia el crimen no muestran tanta consternación como un escritor que jamás ha delinquido. "Relativizan mucho", afirma Ovejero. Eso sí, hay que tener mucho cuidado con ellos en sus textos: la mayoría miente.
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