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Esther López Barceló: "Hemos construido la democracia a base de frases huecas y silencios"

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Esther López Barceló, autora de 'Cuando ya no quede nadie', durante la entrevista. Guillermo Martínez

Entre la memoria y el olvido, entre lo legal y lo legítimo, la vida y la muerte, la autoridad y el respeto, la biografía y la ficción. Ahí, en ese espacio tan pequeño, es desde donde Esther López Barceló ha escrito su primera novela, Cuando ya no quede nadie (Grijalbo, 2022). Siempre en presente, la autora hace honor a su especialidad: la arqueología, mediante viajes en el tiempo que nos llevan y nos traen, que se balancean en la mecedora de la historia más reciente de España. Todas las punzadas que uno siente al leerla van con hilo, y así cose cada una de las penurias que siempre estuvieron ocultas, que se contaron en susurros. Lejos de ser otra novela sobre la Guerra Civil y sus consecuencias, el presentismo de la trama confiere a la publicación una sólida validez para ser leída entre lágrimas, pero también sonrisas. Bienvenidos, bienvenidas, a esta épica de las vencidas.

'Cuando ya no quede nadie' es una novela que habla de la memoria de un país, pero también de un padre que termina sus últimos días sin recordar quién ha sido. ¿Cuántas formas tiene de morirse la memoria?

Eso es lo que he tratado de demostrar, las diferentes formas que hay de perder la memoria. Una es la familiar, que se pierde cuando no queda nadie que recuerde aquello que se ocultó. Luego está aquella memoria que se consume en torno a la enfermedad y deja a la persona desprovista de identidad. Y también el silencio colectivo que borra las raíces de un pueblo y al final le condena a la eterna repetición.

Usted traza protagonistas femeninos a los que ahora vemos como fuertes, valientes, arriesgados. ¿Cree que las mujeres de aquella época, que en su libro abarcan hasta cuatro generaciones y llegan al siglo XXI, se consideraban como tal?

No, y por eso mi novela es una épica de las vencidas. Lo he hecho así de forma muy consciente, porque siempre me indignó la forma en la que habían enseñado a mis abuelas a verse a sí mismas, menospreciando su valía y quitándoles importancia, banalizando sus experiencias de vida. Entendieron que cuidar era su obligación, su deber, y que lo tenían que hacer a perpetuidad, de los hijos, el marido y el padre, y creyeron que eso no tenía valor, cuando en realidad es la raíz de todo.

La trama avanza con capítulos superpuestos y mismos personajes con diferentes edades. Como muchas veces ocurre, al final todo tiene sentido. ¿Qué aporta a la novela el haberla escrito así y no de forma lineal?

Yo quería que el protagonismo de la novela fuera compartido entre una mujer de nuestra actualidad y otra del pasado, pero que viviera en presente todas esas situaciones tan imposibles en las que le colocó la dictadura. Hay una máxima que leí a las Abuelas de la Plaza de Mayo y es que todo aquello que no se resuelve en el pasado no es pasado, sino presente.

"Las herramientas domésticas de las mujeres son, de alguna forma, las armas de esta novela"

Cuando Pilar [una de las protagonistas] se enfrenta a una tesitura tan terrible como tener que salvar a su marido de la muerte, quería que lo viviéramos desde ella, desde esa pequeña diminuta portería en la que no tiene más herramientas para enfrentarse a la dictadura que su delantal, una libreta y la plancha. Las herramientas domésticas de las mujeres son, de alguna forma, las armas de esta novela.

Se vale de acontecimientos reales acaecidos durante la Guerra Civil, como el bombardeo por la aviación fascista italiana en el mercado de Alicante que tenía como objetivo militar mujeres y niños, incluso de personajes que son su propia familia en la vida real, para vertebrar la historia. ¿Qué papel ha jugado el silencio en todo esto?

Quería que quedara claro para el lector y la lectora qué era real y qué no, y por eso escribo la nota de la autora al final del libro, como hacía Almudena Grandes, sin querer compararme con ella porque ella sí es la maestra. Lo hice así para que cualquier persona pudiera tirar del hilo de esas historias que yo boceto y poder encontrar a otros tantos personajes reales que se esconden tras ellas. Una cosa que me dijo Cristina Fallarás, y que me gustó mucho, es que esta es una historia de historias. Eso es lo que perseguía, amalgamar gran parte de las historias de vida que más me han impactado y empujado a difundir la memoria.

En mi caso nunca hubo silencio, pero sí lo he sabido ver en los demás. Me he dado cuenta de que la gente contaba historias de su familia que se resumían en una frase, y de ahí el capítulo de las frases huecas. Creo que gran parte de las familias españolas han cerrado un capítulo de su pasado a través de la repetición constante de frases huecas, como que al abuelo lo mataron después de la guerra o que el tío desapareció en los años 40. Son frases que parecen escritas en el salón de las casas y que, de tanto leerlas, ya no se les encuentra el sentido. Hemos construido la democracia a base de frases huecas y silencios.

En un momento dado, una de las protagonistas dice: "Aprendimos pronto que la mejor forma de resistir era saber cuándo callar, cuándo sonreír y cuándo levantar el brazo".

Eso es muy duro y muy real. Mi yayo fue el que me contó cómo le pegaron una paliza cuando pasaba por la misma calle en la que sitúo el pasaje de la novela, donde a Gabriel le patean unos falangistas porque no había levantado el brazo al pasar por delante de una bandera franquista. Mi abuelo me dijo que, por supuesto, nunca más se le olvidó levantar el brazo en ese lugar.

De alguna manera, toda la vida la pasaron fingiendo en público algo que no eran para sobrevivir. Así se resumen las vidas de la gente más humilde, que pese a no haberse metido nunca en política sabían que la dictadura les veía como enemigos por ser personas que anhelaban otra forma de vivir en la que tuvieran más oportunidades. Era una cuestión de clase.

Por ejemplo, mi abuelo tuvo que dejar de estudiar, y mi yaya ni se imaginó esa posibilidad. Siempre me recordaba ese dibujo de las cerezas que sale en la novela. Lo hizo uno de los pocos días que pudo ir a la escuela porque con nueve años ya se tuvo que ocupar de la casa y la familia. La profesora no se creyó que el dibujo fuera suyo de lo bien hecho que estaba, y tampoco sus padres. Ese dibujo le terminó acompañando toda su vida, recordándole lo que pudo haber sido y nunca fue.

Esther López Barceló
Fotografía de Esther López Barceló durante la entrevista. Guillermo Martínez

Otro de los temas cruciales que trata en la novela es la muerte. De hecho, es el desencadenante del conflicto narrativo. También aparece la negación de la muerte como estrategia de evitación, en un momento dado; y el personaje más joven de todos parece ser el que más ajeno vive a esta realidad. ¿Por qué cree que existe este tabú en torno a la muerte?

"Vivimos ajenos a la muerte porque estamos instalados en la falsedad de creer que la vida es eterna"

Yo creo que nos vamos, poco a poco, desligándonos cada vez más de todo lo relacionado con los procesos naturales de la vida. Nos alejamos de todo eso que puede resultar incómodo y, por supuesto, vivimos ajenos a la muerte porque estamos instalados en la falsedad de creer que la vida es eterna, como si de algo mágico se tratara.

A veces, la vida, por una enfermedad o muerte de un ser querido, nos coloca en la realidad, y la realidad es que todo estamos abocados hacia ese lugar desconocido y terrible que es la muerte. Cuando estamos ahí es cuando tenemos los momentos más lúcidos para ver en retrospectiva nuestro lugar en el mundo, y eso es lo que le ocurre a Ofelia [otra de las protagonistas]. Ella hace un viaje tras la muerte de su padre y descubre un pasado que desconocía. Es un viaje iniciático en el que quiere descubrir toda esa verdad ocultada durante más de 40 años. Así se da cuenta de que no solo ha vivido en un silencio familiar, sino también colectivo.

La trama es tan rica que deja claro que hay muchas formas de resistir. Desde el momento en que todas las mujeres ayudaban en el parto de una de ellas, sin dejar pasar a los hombres, hasta su apoyo denodado a la guerrilla antifranquista que seguía luchando contra el régimen una vez terminada la Guerra Civil. ¿Considera que las mujeres siempre han estado resistiendo, de una forma u otra?

Por supuesto, y la sororidad ha sido siempre la mejor forma de hacerlo. El apoyo mutuo entre mujeres, de igual forma que creían que tenían que cuidar a los demás, creo que era una forma de resistencia que consideraban natural. También quería dejar claro que, tras la Transición y en democracia, cuando por fin se fueron desvelando historias de vida de resistentes antifranquistas, las mujeres quedaron en una posición subalterna a la de sus compañeros masculinos.

Otra cosa que perseguía era mostrar todas esas experiencias femeninas vitales que me parecen grandes hazañas y siempre fueron contadas en susurros, en las esquinas de las mesas en las comidas familiares sin que los hombres las escucharan. Ahí se hablaba de partos, pero también de cuando abortos naturales, porque los otros se ocultaban. Las mismas mujeres que ayudaban a parir a sus vecinas, las parteras, ayudaban a lo contrario. Y eso es lo que transmito con el personaje de Dolores.

La violencia patriarcal también atraviesa a la mayoría de personajes.

Sí, no podía ser de otra forma. En este caso, además rindo un homenaje explícito a Ana Orantes, que es el personaje de Lucía y que explico en el capítulo homónimo al podcast que hizo la periodista Noemí López Trujillo, Lo conocí en el Corpus. Lucía ya había sufrido la violencia patriarcal de su padre, pero encajaba muy bien con las vivencias que podría tener este personaje inventado. Se generó una sinergia muy bonita, porque yo precisamente escuché el podcast como forma de recuperar la memoria feminista. Al final, se ha generado una sororidad preciosa entre Noemí, la hija de Ana Orantes, que se leyó los capítulos en los que aparecía su madre, y yo.

"Los tres están animados por la visita al archivo, el lugar en el que caben todas las posibilidades y ninguna", se dice en otro momento de la novela. ¿Cree que la gente sabe hasta qué punto puede conocer la vida personal de sus antepasados en los archivos?

Supongo que no estamos tan acostumbrados a utilizarlos porque tampoco se ponen todas las facilidades que deberían desde las instituciones. Los principales valedores de todo lo que sí se puede conseguir en los archivos son los propios archiveros y archiveras. No somos conscientes de todo lo que podríamos saber si apoyáramos más a todos los profesionales que buscan la democratización de los archivos y que existan los medios posibles para tener un acceso a la información propio del siglo XXI.

Y otra cita: "Exceso de honradez, hija. Ese siempre ha sido el delito de tu padre". ¿Ser honesto y honrado en un mundo que te impulsa a no actuar así es otra forma de resistir?

Es una forma de resistir contigo mismo, de poder dormir por las noches, y eso sí que me lo trasmitieron. Es como si tuviera la voz de mi abuela transmitiéndome el sentir por mi abuelo.

En este caso, es cierto lo que cuento en la novela. Él, además de ser ferroviario, se iba a descargar barcos bananeros al puerto de Alicante para llevar algo más de dinero a casa. En lugar de gastarse algunas pesetas en un bocadillo, lo que hacía era comer muchísimos plátanos. Seguramente, eso le provocó la diabetes y una herida se le gangrenó, y tuvieron que amputarle la pierna a los 40 y pocos años, como cuento en el libro. De ahí que mi abuela dijera que un exceso de honradez fue lo que le dejó sin pierna.

Eso representa lo que muchas veces les ocurre a los pobres, que pierden la vida en el trabajo por accidentes laborales, y eso es una cuestión de clase, y ser honrado siempre pasa factura a los mismos. De alguna forma, mi abuela me lo recordaba para que me sintiera orgullosa de que mi abuelo fue una persona que lo había hecho todo por su familia.

Como dice, en los rincones de la memoria se puede acumular mucha mugre. ¿Qué podemos hacer para quitarla?

"Nunca se pueden superar los traumas si no se visibilizan"

Hablar, contarlos. Ahí es donde de alguna forma quiero explicitar que el silencio lo pudre todo y que nunca se pueden superar los traumas si no se visibilizan, porque el silencio carcome los huesos.

Al fin y al cabo, esta novela es un homenaje a aquellos y aquellas que vivieron con hambre pero sin culpa. Y así lo recalca: "Ni el tiempo lo cura todo ni se puede matar la memoria". ¿Cree que llegará el momento en el que ya no quede nadie?

Creo que eso ya no va a pasar, afortunadamente. Siempre habrá alguien que quede gracias al trabajo de tantísimas personas y víctimas que no han dejado que se apagara la llama de la memoria. Siempre habrá alguien que cuente lo que pasó.

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