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El éxtasis del predicador anticapitalista

Moore reconoce que lleva 20 años haciendo 'Capitalismo: una historia de amor'

SARA BRITO

Veinte años después de su debut, Roger & Me (1989), Michael Moore ha urdido la que a sus ojos es su obra definitiva, la culminación de dos décadas de activismo, fanfarronadas, exhibicionismo y no poca demagogia en pos de la lucha contra el neoliberalismo. Desde luego, no se le puede arrebatar a Moore la facultad de acertar en su siempre oportuno destape de los pozos negros del sistema, aunque en Capitalismo: una historia de amor se pase de autoconsciente, lacrimógeno y predicador religioso.

Él mismo lo ha dejado claro: 'Aunque empecé la producción en la primavera de 2008, en realidad estoy haciendo esta película desde hace 20 años. Capitalismo: una historia de amor no sólo es la continuación de Roger & Me sino que es su culminación'.

No en balde, su nueva película presentada en la pasada Mostra de Venecia contiene no pocas referencias a aquel primer filme en el que un Moore menos megalómano contaba las nefastas consecuencias de la desindustrialización de su pueblo natal, Flint (Michigan). En su última obra vuelve a su ciudad, pero también recala en Wall Street, en el Capitolio una vez más y en cuanto estado americano tenga un hogar en desahucio.

He aquí las vetas hiperbolizadas de la personalidad del documentalista más mediático del siglo XXI.

El pastel era demasiado jugoso: en plena producción, estalló la crisis financiera que corroboraba lo que Moore había venido predicando desde hacía años: el desastroso impacto que el dominio de las corporaciones tiene sobre la vida de los estadounidenses. Moore estaba allí donde la crisis de las hipotecas subprime y el endeudamiento familiar conducía a la ruina y al desahucio, donde las empresas se lucraban con las muertes de sus trabajadores y, por supuesto, en el advenimiento de la esperanza Obama.

Pero quizás llevó hasta el delirio su papel de predicador de la rebeldía anticapitalista. Pocas dudas nos deja de que él es el salvador que EEUU necesita. Que disculpe Obama. 'Mucha gente considera que es suficiente con agachar la cabeza y taparse la nariz para apañárselas. Pero alguien tiene que alzar la voz', reconoció al presentar el documental.

La formación católica del director de Bowling for Columbine (2002) estudió en un seminario y quiso ser cura brota en este filme sin tapujo. Moore apoya su discurso en el cristianismo y busca respaldo, como si las pruebas que expuso no fueran suficientes, en dos curas y un obispo que le secundan al decir que el capital es el mal.

'En el mundo no hay suficientes toallitas desinfectantes para limpiar Washington', mantiene el director. Tampoco suficientes paquetes de pañuelos para las lágrimas que derraman las víctimas del capital que Moore retrata. El de Flint siente debilidad por las tomas a moco tendido, por el comentario lacrimógeno y el patetismo. Después de Sicko, donde el director llevó a cotas delirantes su estética del dramón, Capitalismo: una historia de amor contiene quizás los momentos más sentimentales y gruesos de la carrera del director.

Entregado al drama, la película prescinde durante demasiado tiempo del humor. En Capitalismo: una historia de amor no hay capítulo alguno que se compare con el abordaje a la casa de Charlton Heston en Bowling for Columbine. Su gamberrismo se edulcoró, aunque la acción de encordonar Wall Street con una cinta policial donde se lee Zona de crimen tenga su gracia subversiva. Aún así Moore reconoce que su finalidad última es que el espectador 'se divierta y se rebele'. A las barricadas, pues.

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