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Por favor, no aplaudan al artista

Rufus Wainwright, solo ante el piano, presenta las canciones de su último disco

GUILLERMO RODRÍGUEZ

Algo no encaja cuando el artista más egocéntrico de la música actual reclama a los espectadores —lleno en el Circo Price de Madrid— silencio absoluto durante la primera parte de su actuación. Y silencio es silencio. Ni un solo aplauso entre tema y tema.

El músico, el genio de apellido impronunciable, Rufus Wainwright, salió al escenario, donde le esperaba un piano de cola Steinway & sons del que no se volvió a separar durante las dos horas siguientes.

En la parte del 'respete los deseos del artista' Wainwright acometió de una tacada las 12 canciones -en el mismo orden, sin una sola concesión a la espontaneidad- de su sexto y último trabajo: All Days Are Nights: Songs For Lulu. 45 minutos cuya valoración final no admite grises: o blanco o negro; o un sopor insoportable o exquisitez hecha música.

O blanco o negro; o un sopor insoportable o exquisitez hecha música

Ataviado con un vestuario que habría recibido el beneplácito de Tim Burton, Rufus ofreció una clases de virtuosismo musical, una lección de poderío vocal y poesía compostiva. Emitió sentencia: la música es también, y sobre todo, sentimiento.

Su repaso a sus nuevas canciones apenas aportaron novedades respecto al original. Fue en la segunda parte, con el público dispuesto a aplaudir todo lo que no pudo en la primera, cuando Wainwright interpretó los temas que le han colocado en su trono dorado: Poses, Cigarretes and chocolate Milk y un homenaje a su madre, Walking Song.

Rufus desplegó su espíritu más atormentado, su homenaje desgarrador a la madre muerta, a una juventud disfuncional y a una vida alocadamente pesimista. Cuando le dejaron: el espectador que en plena actuación sacó su portátil y se puso a navegar por Internet —la sala a oscuras en una atmósfera intimista— no es de los que contribuyen a redondear una noche mágica.

Rufus respondió al impresentable. ¿Te aburre lo que hago? Pues ahora toco dos canciones desasosedamente tristisimas, ideales para sajarse las venas.

Rufus Wainwright siempre vence. Y convence.

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