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La furia y la ruina del 'Duque de Hierro'

Fernando Álvarez de Toledo, duque de Alba, pasó de mano derecha de Felipe II al destierro por su fracaso en Flandes

JESÚS CENTENO

'En Europa occidental, a los pequeños reacios a dormirse, entre inquietos y desvelados, sus madres les hacen encogerse amedrentados con esta amenaza: ¡Que viene el duque de Alba! ¡Que viene el duque de Alba', recuerda el historiador Manuel Fernández Álvarez en El Duque de Hierro: Fernando Álvarez de Toledo, III Duque de Alba (Espasa). Guerrero legendario al servicio de la España imperial de los reyes Carlos I y Felipe II, el implacable y temido Duque de Hierro es considerado por los estudiosos como el mejor general de su época, 'un soldado bravo que eligió la vida del soldado por vocación y la del diplomático por necesidad'.

Como servidor honrado y confidente fiel de la monarquía, el duque protagonizó la represión del Imperio español. El recelo y el secretismo acompañaba al ambicioso reinado de Felipe II, un rey que dedicó 'una gran cantidad de recursos humanos y económicos a los servicios secretos, conformando la red de espionaje más compleja, mejor organizada y con la mayor presencia efectiva del momento', explican Carlos Carnicer y Javier Marcos en Espías de Felipe II, editado por Esfera de los libros.

En su empresa conquistadora, el rey necesitaba a un general prudente, calculador, frío y autoritario como él. 'Los reyes nacen para hacer su voluntad, y nosotros, sus vasallos y servidores, nacemos también para cumplirla', escribiría el Duque de Hierro, quien también trabajó para Carlos I. Llamado en 1532 para defender Viena del acoso otomano, después expulsó a los turcos de Túnez (en manos de Barbarroja) y fue convocado para enfrentarse en Mühlberg a las fuerzas protestantes de la Liga de Esmalcalda, sumando un nuevo éxito. Rápidamente, su nombre se hizo temible en toda Europa, especialmente en los Países Bajos, 'cuyos pueblos sintieron su extremo rigor', escribe Fernández Álvarez.

Bajo las órdenes de Felipe II, en 1553, el duque de Alba recibió el honor de acompañar a su rey a Inglaterra con motivo de su matrimonio con María Tudor, que se había convertido en la primera soberana de Inglaterra e Irlanda desde el año anterior. En su ascenso, el duque fue nombrado gobernador de Milán y virrey de Nápoles en contra de los intereses de Francia, con quien España mantenía un enfrentamiento conocido como guerre masquée (guerra enmascarada).

El papa Pablo IV, enemistado históricamente con la Casa de los Habsburgo, pidió ayuda a Enrique II de Francia para expulsar a los españoles de Italia. Sin embargo, el rigor del duque -un tipo 'de nobleza leal y con sentido del deber'- no falló: unos 12.000 soldados entraron victoriosos en Roma y el sumo pontífice se vio obligado a pedir la paz.

Después, tras la rebelión calvinista en los Países Bajos, el Ejército español tomó Bruselas y el rey dejó al duque solo, con el trabajo sucio por hacer. Como secretario de Estado, tuvo que juzgar a los responsables de las revueltas, y luchó en Flandes y Utrech. Pese a la represión, los motines se extendían y algunas ciudades se negaron a pagar el diezmo. La situación no mejoraba y Felipe le relevó de su misión. 'El rey le había ordenado una empresa imposible. Tras la abdicación de Carlos I, ya se vio que el relevo no iba a ser sencillo. Felipe era un extranjero y, además, debía hermanar a dos pueblos, el flamenco y el español, tan distintos y tan dispares', explica el historiador.

El duque creyó que la represión armada constituiría el 'mejor y único modo de gobierno de un pueblo en el que iba penetrando la herejía'. Naturalmente, fracasó. Por si fuera poco, a los problemas políticos hubo de sumar otros personales. Su hijo Fadrique se casó en secreto con María de Toledo, hija del marqués de Villafranca y virrey de Sicilia, lo que levantó la ira del rey. En un ataque de furia, Felipe II encerró al hijo y desterró al padre.

En 1580, Felipe, desesperado en su guerra europea, clamó por su ayuda y el ejército español venció al portugués. El duque, rehabilitado, entró triunfal en Lisboa, donde murió dos años después.

1. La guerra fría

Los historiadores que se han acercado a la época de Felipe II han encontrado 'ciertos rasgos que inevitablemente recuerdan a la guerra fría del siglo XX', afirman Carnicer y Marcos en su ‘Espías de Felipe II' (Esfera de los libros). La segunda mitad del siglo XVI se caracterizaría por enfrentamientos discontinuos. De hecho, el reinado de Felipe II comenzó con una guerra contra Francia, su principal enemigo, y terminó del mismo modo.

2. Empresa imposible

En sus cartas, el duque de Alba da por supuesto que su misión en los Países Bajos iba a ser tan dura que provocaría odios. Pero  él,  'como buen monárquico', estaba dispuesto a asumirlos, 'librando a su rey', explica Fernández Ávarez. Desesperado, organizó un tribunal para juzgar las alteraciones en Flandes e intentó provocar el terror, sin éxito. Entonces, el rey anuló su licencia para regresar a España.

3. Un imperio en declive

El ‘Duque de Hierro' encarna los valores y las miserias de la España del siglo XVI: la militarista que domina Europa con sus tercios, el Mediterráneo con su armada y América con sus cuerpos expedicionarios. 'Una España contrarreformista que trata de imponer la ortodoxia católica en todo el orbe  y que se vio desbordada por las dificultades del gobierno de tan vasto imperio'.

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