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Fútbol en tiempos de conflicto

Durante la Guerra Civil, el deporte sirvió de bálsamo en las retaguardias y se utilizó para dar normalidad a la vida diaria

JESÚS CENTENO

La competición deportiva, esa entelequia que congrega tanto a individuos como colectividades, ha sido utilizada a lo largo de la historia como un elemento unificador de identidades. Desde las Olimpiadas griegas, que llegaban a influir en las relaciones de los Estados, hasta la victoria del atleta Jesse Owens en los Juegos del Berlín nazi de 1936 o el puño en alto del Black Power en los de 1968, el deporte se ha aprovechado muchas veces de forma estratégica para otros fines.

También sucedió en España, durante los años más oscuros de la Guerra Civil. Tras la insurrección, muchos periódicos continuaron registrando acontecimientos deportivos que, aunque no estaban relacionados con la política, se fueron transformando en objeto de atención e influencia por parte del bando ganador.

Los deportes de la guerra

El libro El deporte en la guerra civil (Espasa), del periodista Julián García Candau, recopila diversas fuentes y analiza la sorprendente repercusión de los juegos olímpicos populares, la violencia extrema de las gradas, la curiosa creación de la Liga Mediterránea (creada en la temporada 1936/1937 entre Cataluña y la Comunidad Valenciana debido al parón que sufrieron las competiciones oficiales), los grandes combates de boxeo, un deporte muy popular en aquella época y que sólo se mantuvo en las zonas leales a la República...

El deporte, en definitiva, se utilizó para dar sensación de normalidad a la vida cotidiana y en los frentes de combate.
El fútbol fue, claro está, la modalidad predominante, pero lo interesante es que se practicaba en lugares inhóspitos, como en las trincheras de Asturias, donde se formaron equipos de rasgos militares conforme se prolongaba la guerra.

Los grandes equipos, por su parte, apenas podían prepararse. Durante la Guerra Civil no se celebraron ni ligas ni otra competición nacional, y sólo se jugó una Copa, la del Presidente de la República, en 1937, a la que el franquismo no dio legalidad. Pero sí hubo competiciones en Cataluña, Valencia, Andalucía y el País Vasco, e incluso la España de Franco disputó dos partidos en plena contienda (ante Portugal, en Vigo y en Lisboa, y perdió los dos).

La realidad fue que el conflicto bélico se había adueñado del país, era entonces la única preocupación. Y muchos deportistas se vieron obligados a cambiar la pelota por el fusil.

Otros, tras la guerra, fueron apresados y asesinados por su pertenencia a federaciones o agrupaciones deportivas contrarias al bando victorioso.

El Real Madrid y el Barça, en apuros

De entre todas las historias relacionadas con el deporte de retaguardia, destaca la historia de los presidentes del Madrid y Barcelona durante los primeros años de guerra. Entre mayo de 1935 y agosto de 1936, el Real Madrid estuvo presidido por Rafael Sánchez Guerra, mientras que en julio de 1935 era elegido en Barcelona Josep Sunyol i Garriga.

El primero, que había sacado la bandera republicana el 14 de abril, acabó en la cárcel y luego exiliado (acabó sus días convertido en fraile dominico). Antonio Ortega Gutiérrez tomó el relevo y murió a garrote vil en Alicante.
Sunyol, por su parte, que fue diputado de ERC tras las elecciones de 1936, fue capturado, juzgado en procedimiento sumarísimo y ejecutado en pleno campo. Su cadáver apareció junto a la cuneta en el kilómetro 52 de la carretera del Guadarrama.

Los deportistas madrileños, para honrarle, organizaron (según informó el diario ‘El Sol’) un partido amistoso en Chamartín entre el Madrid y el Valencia. La recaudación obtenida fue destinada a los hospitales de sangre.

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