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La gran farsa de Nicolas Sarkozy

'La conquista', polémico 'biopic' sobre el ascenso del presidente francés, revisa la salvaje lucha de poder entre las facciones de la derecha. El actor Denis Podalydès analiza las claves de la cinta

CARLOS PRIETO

Los amantes de los documentales de animales están acostumbrados a asistir a feroces combates entre leones y hienas por el título de rey de la selva. Espectáculo con inevitables connotaciones metafóricas cuando se acerca un nuevo proceso electoral. Lo que ninguna película había mostrado hasta ahora es a hienas de la misma manada y aún en activo peleándose a muerte por convertirse en el macho alfa dominante de todo un país. Bienvenidos a la jungla de la alta política.

La conquista, cinta de Xavier Durringer que se estrenó ayer a concurso en la Seminci de Valladolid tras pasar por Cannes, radiografía el feroz ascenso al liderazgo de la República francesa de Nicolas Sarkozy (interpretado por Denis Podalydès), en un insólito retrato cinematográfico de la carrera de un presidente que todavía está en el cargo tras su triunfo electoral en mayo de 2007.

'Tiene algo en común con los actores: la práctica de mentir'

El filme, que llegará a nuestros cines el próximo abril, retrata la lucha previa a esa fecha entre tres depredadores: Nicolas Sarkozy (por entonces ministro de Interior, ministro de Economía y líder de la UPM), Jacques Chirac (presidente de la República) y Dominique de Villepin (ministro de Asuntos Exteriores, ministro de Interior y primer ministro). Enemigos íntimos con al menos tres cosas en común: unas notables dotes para el teatro político, el cinismo y la puñalada por la espalda al compañero de filas. Todo ello, por supuesto, por el bien de los franceses y en favor del interés general...

Una guerra despiadada por alcanzar el poder disfrazada de pantomima para no herir sensibilidades democráticas. Tragicomedia con un alto coste personal para el ganador: Nicolas Sarkozy rompió con Cecilia, esposa y principal consejera política, durante el turbulento proceso que le llevó al palacio del Elíseo.

La conquista está repleta de escenas donde los tres líderes de la derecha francesa muestran tanto su buena sintonía política como su pericia a la hora de decir una cosa en público y hacer exactamente la contraria. Vemos a Chirac observando a Sarkozy desde la ventana de un palacete: desenfunda un imaginario fusil con mira telescópica, apunta a Sarkozy, dispara y se parte de risa... Y eso que le acababa de nombrar ministro.

'Las mujeres de su vida han transformado su destino'

También vemos a Sarzoky, retratado como un político impulsivo e hiperactivo que se califica así mismo de 'conejito Duracel', bramando a la salida de un consejo de ministros tras ser implicado por alguien del partido en el caso Clearstream, una trama de listas bancarias falsificadas para desacreditar a políticos. 'Algún día encontraré al cabrón que ha montado esto y le colgaré', grita Sarkozy a Chirac delante de las narices de Villepin, autor del montaje según casi todo el mundo.

En su intento de frenar la fulgurante ascensión de Sarzoky hacia la presidencia, Chirac se alía con Villepin, retratado como un hombre vanidoso engreído y obsesionado con 'destruir al enano'. Lo que no impide que Chirac atice a Villepin cada vez que tiene oportunidad. '¿Villepin de presidente? Sería como poner a Nerón. Prendería fuego al país', dice a su mujer un Chirac interpretado con brillantez cómica por el actor Bernard Le Coq, que dibuja un animal político sonriente, burlón y de maneras suaves, rey de las intrigas palaciegas tras cinco décadas apoltronado en diferentes altos cargos.

Pero quizás la escena que mejor ejemplifica esta visión de la política como representación teatral, donde las cosas no son nunca lo que parecen, es aquella en la que Sarkozy, a la caza del voto obrero que podía estar saltando de los socialistas a la extrema derecha, visita una fábrica y se pone a charlar con un obrero criticón haciendo gala de una gran mano izquierda. Hasta que se retiran las cámaras de televisión. '¿Quién era ese imbécil? ¿Por qué le habéis puesto tan cerca?', espeta colérico a sus colaboradores mientras se dirigen a la salida de la fábrica.

'La película ve la política como un teatro, incluso como un circo'

'Esta película es una representación de la realidad. Por tanto era importante mostrar a Sarkozy ensayando delante de un teatro vacío antes de enfrentarse a la audiencia. Cuando alardeó de su fatiga y su tristeza delante de los periodistas, no estaba haciendo nada más que una actuación teatral cuyo objetivo era que los franceses creyeran que sólo era un tipo normal', ha contado el director Xavier Durringer, en alusión a cómo Sarkozy logró superar la crisis de su separación fabricándose una imagen de hombre del pueblo con debilidades sentimentales.

'Es político y actor. Y se jacta de ello. Por eso le gusta tanto rodearse de actores y cómicos, con los que tiene algo en común: la práctica de mentir, de hacer creer algo que no es cierto', cuenta a Público Denis Podalydès, que pasó ayer por la Seminci.

Los creadores del filme, que se inicia con la advertencia de que se trata de una cinta de ficción basada en hechos reales, recurrieron a una gran labor de documentación para cubrirse las espaldas. Pese a que no fue fácil conseguir financiación, La conquista llegó en mayo a los cines franceses con menos intromisiones políticas de las previstas, quizás en parte debido a algo que podríamos denominar la paradoja Sarkozy: el hombre que había cimentado su triunfo en una exposición total a los medios quizás no era el más indicado para quejarse de que llevaran su vida al cine.

'El Elíseo debió pensar que una interferencia política directa hubiera sido un ataque a la libertad de expresión de enormes consecuencias. También creo que Sarkozy es el primer presidente cuya relación con los medios se sale de lo común. Es uno de los responsables de que nos hayamos acostumbrado a que los medios escruten cada aspecto de la vida de un presidente. Hubiera sido más difícil hacer esta cinta sobre sus predecesores', ha dicho el productor Eric Altmayer.

'Es el político que cambió para siempre la relación entre la prensa y los políticos. Eligió jugar la carta de la transparencia. Por primera vez en la historia de la vida política francesa, un presidente aparecía luciendo gafas de sol en revistas de papel cuché que cubrían sus vacaciones y ¡sus líos amorosos con una modelo!', ha explicado Durringer.

'Las mujeres de su vida han transformado completamente su destino. Carla Bruni le hizo leer a Proust y ver películas de Bresson y determinó su política cultural. Cecilia, por su parte, construyó su figura para llegar a presidente. La personalidad de Sarkozy sólo existe en la mirada de los que le aman', explica Podalydès.

'O vuelves con ella o te casas con otra. No puedes ir solo a las presidenciales. Hay que recuperar la iniciativa', le dice un colaborador a Nicolas Sarkozy tras la fuga de Cecilia con el publicista Richard Attlias. Recuperar la iniciativa significa que Sarkozy tiene que ponerse a perseguir mujeres como un loco hasta que encuentre otra aspirante a primera dama. Finalmente llega a un acuerdo in extremis con Cecilia para que abandone a su amante temporalmente y le acompañe en la recta final de la campaña. La sonrisa helada de Cecilia durante los triunfales mítines de su marido es la consumación de la gran pantomima, de la política profesional como juego de las apariencias.

'Mi Francia es la de aquellos que han dejado de creer en la política porque los políticos les han mentido', exclama Sarkozy en La conquista, en uno de los discursos claves de su campaña. Y lo dice tras haberse pasado buena parte de la película mintiendo y pisando cabezas para alcanzar el poder. Pero nos equivocaríamos si pensáramos que La conquista sólo afecta a Sarkozy: también se puede interpretar como una demolición de la clase política francesa. 'La película ve la política como un teatro, incluso como un circo. El poder es eso: un gran teatro de sombras detrás del que no hay prácticamente nada. El poder no tiene lugar ahí, sino sólo las apariencias del poder. Pero en el mundo mediático las apariencias del poder bastan', zanja Podalydès.

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