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Una guía turística del infierno

El historiador británico Michael Jones analiza en 'La retirada' las penalidades sufridas por el ejército nazi alemán a las puertas de Moscú en el invierno de 1941

GUILLAUME FOURMONT

Objetivo: invadir la Unión Soviética, ocupar Moscú. Medios: hombres y armas sin límites. No se acepta la derrota. En nombre del Tercer Reich y de su locura militar, Adolf Hitler se lanzó el 22 de junio de 1941 a una de las mayores operaciones de la II Guerra Mundial. Pero la operación Barbarroja también fue uno de los episodios más sangrientos del conflicto, que se saldó con la derrota de la Wehrmacht, el primer gran fracaso de la Alemania nazi, el principio del fin.

La resistencia y la victoria del Ejército Rojo en el Frente Oriental es un episodio conocido de la II Guerra Mundial, aunque el historiador británico Michael Jones lo narra con una perspectiva esclarecedora en el ensayo La retirada. La primera derrota de Hitler, que la editorial Crítica publica ahora en España. Jones da voz a los soldados alemanes y rusos que vivieron la realidad de la guerra, el asesinato masivo de civiles, los fusilamientos de prisioneros de guerra, el hambre y el frío, el horror y la muerte. 'Quería ofrecer al lector una visita guiada del infierno', explica a Público Jones, profesor en la Universidad de Bristol (Inglaterra) y autor de varios ensayos sobre grandes batallas de la Historia.

El ensayo muestra lo cerca que estuvo Hitler de marchar sobre la Plaza Roja

'Cada vez resulta más evidente que hemos menospreciado al coloso ruso... Al principio de la guerra creíamos que el enemigo disponía de dos centenares de divisiones, y ahora contamos 360 (...) Están presentes, y cuando aplastamos a una docena de ellas, aparece otra decena dispuesta a reemplazarlas', escribió el 11 de agosto de 1941 el coronel general alemán Franz Halder. Jones cuenta que Alemania creía que la invasión total de la URSS duraría sólo unos meses, como había ocurrido con el resto de Europa.

A principios de 1941, el Tercer Reich era la gran potencia. Hitler tenía Europa en sus manos; Francia, Bélgica, Dinamarca, Holanda, Luxemburgo, Checoslovaquia, Grecia, Yugoslavia, Noruega, Polonia, Bulgaria, Finlandia, Hungría, Italia y Rumanía obedecían al régimen nazi. Faltaba el país de Yosef Stalin, aliado del Tercer Reich desde 1939.

En la noche del 21 al 22 de junio de 1941, tras llegar a Alemania los cargamentos rusos de acero, petróleo y trigo, casi cuatro millones de soldados −entre ellos los españoles enviados por Franco− partieron hacia tierras rusas. Al principio, nadie dudaba de la victoria. 'Vaticino que la bandera de la cruz gamada va a ondear en el Kremlin de Moscú antes de que transcurran cuatro o cinco semanas. (...) Fuego, cordita, hierro, bombas y proyectiles, todo eso va a llover sobre los rusos', observó un soldado alemán.

En invierno, a 40 grados bajo cero, los alemanes estaban desamparados

Esta siegeseuphoria −euforia de victoria− de los nazis fue, sin embargo, el gran error de Hitler. 'Ni él ni el Alto Mando del ejército pensó que el combate seguiría hasta el invierno. Fallaron totalmente, no previeron lo necesario para aguantar las duras condiciones meteológicas', dice Jones. El general Hellmuth Stieff se quejó: 'Los hombres se están volviendo apáticos. Nuestro Alto Mando sigue dando órdenes propias de quien ha perdido todo contacto con la realidad, y aún no nos han provisto de las municiones y el combustible que necesitamos'. 'El frío y las marchas forzadas agotadoras nos están llevando al borde de la demencia', confesó uno de sus soldados.

En invierno, en las estepas del oeste ruso, las temperaturas descienden hasta 40 grados bajo cero. Pero antes del hielo, los avances alemanes fueron frenados por el barro y el polvo del otoño. Hombres, caballos, vehículos y tanques se encontraron flotando en un mar de barro. No hay rutas de asfalto y 'el polvo lo penetra todo, hasta la boca y la nariz'. 'Voy a morir aquí, con 21 años y en medio de la nieve caída ante Moscú', escribió Albrecht Linsen. Invadir Rusia no era ninguna fiesta.

El teniente Ludwig Freiherr escribió: 'La que estamos librando aquí no es ninguna guerra entre caballeros, sino más bien una razia brutal. Uno se vuelve insensible por entero: la vida humana cuesta tan poco..., menos que las palas con las que despejamos de nieve las carreteras. No matamos a seres humanos, sino a un enemigo al que hemos convertido en algo impersonal, un animal a lo sumo. Y hacen lo mismo con nosotros'. 'Fue una guerra sin reglas que mostró lo inhumano que uno puede llegar a ser', dice Jones.

Su ensayo se basa en diarios, cartas y memorias de soldados, en su mayoría alemanes, aunque también pudo entrevistar a veteranos rusos. 'Me interesaba el aspecto psicológico, contar una historia humana del conflicto', explica el autor.

En el lado ruso, la fuerza alemana asustó de primeras. En su diario, el 15 de octubre de 1941, el comandante Iván Shabalin escribió: 'Hay alemanes por todas partes, y los enfrentamientos con cañones, morteros y ametralladoras son incesantes. He visto montañas de cadáveres y escenas terribles, inefables. (...) Me temo que está próxima nuestra destrucción total'.

Para Jones, 'la moral de los rusos estaba muy baja', porque casi la cuarta parte de su país estaba ocupado y el 30% del Ejército Rojo había muerto o aguardaba la muerte en los campos. Una joven traductora de 21 años, Zoia Zarúbina, recordó: 'Cuando se anunció cuál era el número de hombres muertos o apresados, pude oír a los presentes sofocar un grito de terror, y vi a cierto comandante aferrarse al asiento que tenía frente a sí, rígido por la impresión. El desconcierto había dejado mudo a Stalin'.

La reacción del Hombre de hierro, el 7 de noviembre de 1941, aniversario de la Revolución, lo cambió todo. 'La celebración de ese día tuvo un gran poder simbólico para las tropas soviéticas', analiza Jones. Stalin pensaba en Napoleón, que también quiso invadir Rusia hasta que su Grande Armée fue derrotada en 1812, a orillas del río Bereziná. La Wehrmacht estaba a 30 kilómetros de Moscú cuando la URSS lanzó el contraataque: aprovechó su gran potencia militar y la debilidad física de los alemanes. Más de 50.000 soldados de Hitler murieron en unos meses; los nazis retrocedieron 200 kilómetros.

'La muerte se ha convertido en la mejor amiga del hombre, porque libera de los sufrimientos', lanzó August Von Keguerek. 'El fantasma de la Grande Armée se cierne de forma aún más patente sobre nosotros como un espíritu maligno', relató el artillero Josef Deck. Los soviéticos lucharon 'con un excepcional valor y una gran determinación para defender su capital', según Jones.

Entre los veteranos de las grandes guerras existe un viejo dicho: 'Los soldados no suelen mirar más allá de sus trincheras'. Pero en el caso del enfrentamiento soviético alemán de 1941-1942, 'ambos lados sabían que aquello era también una guerra climática, porque el tiempo jugó un papel importante. Los soldados de ambos lados eran conscientes, además, que la batalla de Moscú se estaba convirtiendo en algo mucho más grande y destructivo de lo que pensaban sus líderes', analiza Jones.

Un soldado alemán lo tenía claro nada más arrancar el conflicto: 'Por todas partes podemos contemplar las mismas escenas de destrucción, causadas en muchos casos por el propio enemigo. Esta guerra es muy cruel: a los soldados de nuestras filas que caen prisioneros los fusilan de inmediato'. Los rusos practicaron la estrategia de la tierra quemada, para que los alemanes no se aprovecharan de lo que hallaban en los pueblos. Y los nazis organizaron pogromos en cada tierra conquistada. En Ucrania, asesinaron a 33.771 judíos en dos días.

Moscú se convirtió para Hitler en un espejismo. Muchos de sus generales lo responsabilizaron del fracaso, por multiplicar los frentes y no concentrar sus fuerzas en la conquista de la capital soviética. El ensayo La retirada muestra, sin embargo, lo cerca que estuvo Hitler de marchar sobre la Plaza Roja y lo cerca que también estuvo Stalin de acabar del todo con la Wehrmacht a principios de 1942, tres años antes del final de la guerra.

Profesor de Historia en la Universidad de Bristol (Inglaterra), Michael Jones es uno de los mayores especialistas en la II Guerra Mundial. Su anterior libro, ‘El sitio de Leningrado. 1941-1944' (Crítica) es un ‘best-seller' entre los ensayos de historia bélica. Antes de centrarse en los esfuerzos de guerra del Tercer Reich, Jones estudió las grandes batallas de la Edad Media, como la de Agincourt, que se saldó con la victoria de los británicos contra los franceses en 1415. Sus análisis siempre tratan los aspectos humanos y psicológicos de las guerras. Sus libros se basan en su mayoría en testimonmios de soldados en el frente. Su interés por los campos de batalla le llevó a ser ‘guía turístico' por varios de ellos durante 20 años. 

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