Para alguien, como yo, de una generación a la que la reciente Historia de nuestro país y su amnésica Transición nos ha negado generosamente todo tipo de heroísmo, este tiempo, a cambio, nos ha ofrecido un privilegio impagable, la oportunidad de conocer a algunos de los protagonistas de ese cambio histórico. Entre ellos, no uno más, sino quizás el auténtico Ulises de ese largo y laberíntico viaje histórico fue Jorge Semprún.

En un país como el nuestro, tan apegado a la narración heráldica y al cantar de gesta, el camino que eligió el inconformista, afrancesado y germanófilo Semprún fue el mítico, el de la búsqueda de una explicación del mundo desde la vivencia y el testimonio del recuerdo literario.

Le viene bien al escritor aquella orgullosa anotación hecha por el último Goya en uno de los dibujos que realizara en su destierro en Francia: 'Yo lo he visto en París'. Semprúntambién, lo ha visto, lo ha sufrido y nos lo ha contado.

Sin duda esta es una perspectiva moral personal que bien nos gustaría que fuese la propiamente española. Explicaría algo de la transformación de la España moderna y contemporánea, que pasa de expirar pecados a rendir cuentas con la Historia. En el caso de Semprún, la historia y su biografía se funden en una sola narración: la del exiliado republicano y la de la reconstrucción de Europa desde las cenizas de la II Guerra Mundial, transitada por él sin victimismo alguno y, lo que es más sorprendente, sin rencor.

Una vez más como mero testigo, he sabido del último combate con la vida de este ciudadano infatigable mientras preparábamos el homenaje que la Fundación Amigos del Museo del Prado le tributará el próximo 28 de junio, ya irremediablemente póstumo.En el Prado, en el que fuera uno de sus refugios preferidos durante la clandestinidad, le recordaremos sumergido en La lagunaEstigia de Joaquín Patinir, enigmático cuadro que el escritor convirtió en metáfora de su existencia y ante el cual, en el actual trámite de su muerte, nos volverá a afirmar que 'yo lo he visto'.