Ni heavy, ni punk, ni flamenco: así era la fértil y crítica escena silenciada por la movida madrileña
El fotógrafo Paco Manzano retrata el panorama musical de la transición en 'Ni tribus, ni movidas', donde José Manuel Gómez explica cómo el poder político y los medios potenciaron la nueva ola y desdeñaron otras manifestaciones culturales.
Madrid-Actualizado a
Joaquín Sabina graba su segundo disco en directo acompañado de Viceversa y con un invitado de excepción, Javier Krahe, quien entona Cuervo ingenuo, cuya letra critica la decisión de Felipe González de entrar en la OTAN tras haber rechazado el ingreso antes de llegar al Gobierno. "Desde ese momento, Krahe es borrado por todos los ayuntamientos socialistas y cae al más absoluto underground, mientras que a Sabina no le ocurre nada y le siguen contratando", recuerda José Manuel Gómez.
El concierto, registrado por las cámaras de TVE en 1986, es censurado por la televisión pública. Cuando termina la canción, el público congregado en el Teatro Salamanca celebra el "hombre blanco hablar con lengua de serpiente", excepto una fracción del respetable. "Es fácil identificar a los militantes del PSOE en las imágenes, son los que no aplauden", escribe Gómez en Ni tribus, ni movidas, un libro de fotografías de Paco Manzano subtitulado La música popular en España en la transición 1979/1995.
El volumen, que se presenta este martes en el Ateneo de Madrid, reúne casi un centenar de fotografías tomadas durante unos años fagocitados por la movida, cuyos integrantes fueron alimentados por las administraciones socialistas. "El Ministerio de Cultura apoyó cierta diversidad, aunque los medios y TVE fueron a saco con la modernidad. Si repasas aquellos programas, te das cuenta de que había más postureo que calidad", añade el periodista, quien señala que "ningunearon al rock duro, a los cantautores y al flamenco".
Paco Manzano, sin embargo, estaba allí. "Podía fotografiar a Miles Davis y a Lola Flores el mismo día. Parece raro, pero esa es la historia de este libro", comenta el autor de los disparos, quien señala que Barón Rojo fue castigado tras negarse a tocar en los mítines del PSOE durante la campaña de las generales de 1982. "Entonces había un gran movimiento cultural, pese a que mucha gente se quedó solo con la movida madrileña, cuando era solo una muestra más", explica el fotógrafo, nacido en La Solana (Ciudad Real) en 1955.
Él también frecuentó la Escuela de Caminos y se codeó con Loquillo, Alaska o Radio Futura, protagonistas de algunas de sus imágenes. Sin embargo, su omnipresencia le permitió retratar toda la escena musical, de la Fiesta del PCE al colegio mayor San Juan Evangelista, del rock contestatario a los cantautores con mensaje, otras de las víctimas colaterales del bum de los nuevaoleros. Con los años, ha sido catalogado como el fotógrafo del flamenco, aunque en su archivo caben el jazz, la rumba, el punk o la salsa.
Curiosamente, había empezado a fotografiar a modelos de peluquería, el oficio de su madre, y luego vendió productos del ramo en Madrid, donde a finales de los setenta empezó a colaborar con las revistas Músicos y Show Express, una publicación del sector que se anunciaba como "informativo técnico/profesional del espectáculo". Un trabajo que le permitió acceder a los camerinos y estrechar lazos con los artistas, al igual que su labor como reportero del Ministerio de Cultura, para el que cubrió festivales de diversos géneros.
"Me empeñé en contar la historia que no se publicaba. O, dicho de otra manera, hice fotos no para publicar, sino para la historia. Por eso hay muchas que no ha visto nadie, porque son inéditas", comenta Paco Manzano, quien calcula que conserva unos 3.700 carretes de 36, decenas de miles de imágenes de las que calcula que podría seleccionar unas 3.000 de calidad. "Desde hace veinte años, trabajo en digital, por lo que dejé de contarlas. Además, ahora voy a menos sitios porque necesito tiempo para ver lo que he hecho".
Inmortalizó todo lo que pasaba, aunque esa realidad paralela más allá del escenario, antes y después de los conciertos, no trascendía. Ahora podemos ver a Enrique Morente estampando en el auditorio del San Juan Evangelista su firma, que inauguró la pared recién pintada en 2004. O a Carmen Linares peinándose en 1995 ante un espejo en la sala Revólver, una foto "brutal y maravillosa" a juicio de José Manuel Gómez, quien en su día ilustró su Guía esencial de la salsa con fotos de su colega.
Muchas cuentan cosas sin quererlo. Por ejemplo, en el espejo hay una pegatina de P.P.M. que anticipa el concierto de presentación de Super 8, de Los Planetas, que tuvo lugar un mes después de la actuación de Carmen Linares y en el que ejercieron como teloneros los citados punkis y Automatics, la banda indie de... Linares. También en Revólver se organizaron Los Lunes Flamencos, donde Morente ofició la comunión de roqueros y gitanos, como refleja una de las instantáneas tomada en "uno de esos conciertos que te cambian la vida".
"Paco es un personaje importante en el trasfondo de la época. Como fotógrafo, ve más cosas que la mayoría. Entra con mucha naturalidad en los camerinos más complicados, como los de los flamencos, y siempre te cuenta dónde sucede todo y qué tipo de gente asiste a los conciertos, porque apunta al público. Su labor, más allá del fotógrafo esteticista, resulta fascinante", subraya Gómez, quien valora que viese a ambos —camerino y público— como una extensión del escenario. "Me parece prodigioso".
El crítico musical aprecia la humildad y la generosidad de su amigo. "Durante muchos años ha sido un artesano, no un artista de la fotografía, como se consideran tantos fotógrafos", dice con ironía. "Sin embargo, cuando ves sus imágenes juntas, te das cuenta de que tienen más chicha de la que te imaginabas. Afortunadamente, al fin le ha llegado el reconocimiento", añade Gómez en relación a la sucesión de exposiciones de su obra gráfica organizadas en los últimos años.
El Ateneo acogió el pasado octubre la más reciente, Flamencas, donde rinde homenaje a las voces femeninas. "Yo nací en una peluquería de señoras y mi madre era la que mandaba. Una mujer excepcional que hacía de todo y lo hacía bien", comenta Paco Manzano, a quien le cuesta elegir sus fotos favoritas. Tras pensárselo, se decanta por María la Burra, La Sallago, La Niña de la Puebla, La Tomasa o Fernanda de Utrera, "señoras del flamenco que parecen propias de otro siglo", algunas presentes en el libro.
Cuando José Manuel Gómez, conocido en la escena como Gufi, dice que su ojo muestra lo que no enseñan otros, deberíamos fijarnos en los asistentes a los conciertos. Así, Paco Manzano ha plasmado la evolución del público, que muestra cómo las mujeres comienzan a ocupar progresivamente las primeras filas, antes copadas por los hombres. "Es parte de la historia", apunta el fotógrafo, como también las actuaciones en la Fiesta del PCE, donde coincidían artistas diversos centrifugados por la movida.
Aunque en su catálogo caben rarezas, como ver al coplero y tonadillero Tomás de Antequera en la sala Elígeme allá por 1989, rescatado del olvido por Paco Clavel tras haberse retirado de los escenarios. "Iba como un pincel", recuerda Paco Manzano, quien cree que sería necesario otro libro "para incluir a tantos personajes importantes, pero menos conocidos o que pasaron desapercibidos". La nómina del presente volumen es ingente y también ruidosa: Rosendo, La Polla Records, Manolo Uvi, Obús, Ramoncín, Siniestro Total…
Paco Manzano retrató la escena musical de la época, así como los secretos de rebotica, escenas captadas antes y después de los conciertos, en cuyo ambiente se mimetizaba. José Manuel Gómez tira de análisis sociológico para explicar aquellos años, cuando "la movida y TVE se quedaron con los toros y acabaron con el flamenco", el "notario" Paco Umbral levantaba acta de la nueva ola en la sala El Sol mientras otras músicas ocultadas llenaban pabellones, y los fanzines que se vendían en el Rastro ignoraban a los gitanos de Cascorro.
"Ellos no contaron como tribu urbana, solo los punkis, los que se compraban una chupa de cuero y los que iban a la peluquería", critica Gómez. "Una parte exagerada y carnavalesca, porque en el fondo era solo un disfraz. Sin embargo, la patraña de las tribus urbanas nos vino muy bien a los cronistas para explicar los estilos musicales, aunque a la hora de la verdad el público era más normal", añade el periodista, quien aprovecha para mandarle un recado al primer presidente socialista tras la muerte de Franco.
"Parecería que Felipe González optó en la intimidad por hacer lo mismo que los señoritos, que son los que mandaban llamar a los flamencos para sus juergas", escribe en Ni tribus, ni movidas respecto a la Bodeguilla, donde recibía al artisteo en la Moncloa y llegaron a coincidir el Lebrijano y Gabriel García Márquez. "En ese contexto, la desaparición del flamenco cobra más significado, porque no fue apoyado por la televisión pública. Al principio, Felipe se comportaba como un aficionado, pero como presidente lo hizo como un señorito".
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