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​​Hemingway: ¿un escritor comprometido con la República o un fanfarrón aficionado a la botella?

La obra teatral 'Hemingway. Enviado especial', protagonizada por José Fernández, desmitifica al contradictorio reportero estadounidense que cubrió la guerra civil.

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Ernest Hemingway, en el frente de Teruel, en diciembre de 1937. — Robert Capa

madrid, Actualizado:

Hemingway, frente al espejo: ¿un escritor comprometido con la causa republicana o un fanfarrón aficionado a la botella? ¿Acaso un reportero que narró desde el frente la última guerra romántica o un escritor en horas bajas que fabuló la batalla para recuperar el prestigio agonizante? La memoria del autor de Adiós a las armas se retrotrae, antes de pegarse un tiro en la cabeza, a sus días de corresponsal en España. El monólogo discurre entre los tragos en Chicote y el estruendo en la Ciudad Universitaria. Madrid era una fiesta, Madrid era una guerra.

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"Su mito se sobrepone a la realidad", afirma José Fernández, protagonista de ​​Hemingway. Enviado especial. "No estuvo en todos los frentes, pero sí pisó el campo de batalla. Tampoco fue un farsante, aunque fomentó la cultura del espectáculo de la guerra. De alguna manera, era lo que le exigía su público. Él quería hablar de la vida social en Madrid, sin embargo, esa visión podría resultar inverosímil para un lector estadounidense. Por ello, una mentira era más valiosa para contar el conflicto que la propia verdad", razona el actor.

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Ernest Hemingway (Illinois, 1899 - Idaho, 1961) es enviado a España en 1937 por la North American Newspaper Alliance. El ya desaparecido hotel Florida, diseñado por Antonio Palacios y situado en la plaza de Callao, era un hervidero de corresponsales, entre los que se encuentra John Dos Passos, con quien firma el guion del documental Tierra de España. El reportero, entre crónica y crónica, mantiene una relación con Martha Gellhorn, quien escribe en la revista Collier's y con la que se casaría tres años después.

José Fernández protagoniza ​​'Hemingway. Enviado especial', en el Teatro del Barrio. — Julia Armengol

Los obuses caen sobre la Gran Vía y los proyectiles impactan en el propio hotel. La misma calle que alberga cines repletos y por la que se pasea el cronista, con el bar de Perico Chicote como origen o destino. "Él vino a contar la guerra, no a hacerla. Y le sorprendió que los madrileños fuesen capaces de ser felices en un contexto adverso. Por eso algunos de sus escritos son fascinantes: acostumbrados al relato de la guerra civil que nos han transmitido sus herederos, un ojo externo y extranjero observa la idiosincrasia de un pueblo que se sobrepone a las tesituras de la contienda", explica el actor.

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¿Pero se pasó de frenada? "Si la guerra no tenía líneas rojas, él tampoco las tuvo a la hora de narrarla. Llegó a España para recuperar la estrella que se había ido desvaneciendo a finales de los años veinte [se retira a Cayo Hueso en invierno y a Wyoming en verano, se va de safari a África, navega en su barco por el Caribe…]. Pensaba que la guerra duraría semanas y no merecía la pena venir a contarla. Sin embargo, al ver su desarrollo, aprovechó la coyuntura para reivindicarse como cronista y escritor", añade José Fernández.

El actor defiende durante más de una hora en el Teatro del Barrio un monólogo hilado con textos del autor de la novela Por quién doblan las campanas. Escrito y dirigido por Mario Hernández, hay un ligero tuneo: explicar al neófito quién es el protagonista, ubicarlo en los encierros de Pamplona y, en general, perfilar su caricatura. "El mito se come a la persona. Y él, de alguna forma, siente la responsabilidad o la obligación social de alimentar ese mito", cree Fernández, en referencia al personaje beodo y bravucón.

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"No obstante, era un ser humano con muchos problemas y contradicciones internas, que al final lo llevan al suicidio. El estereotipo del borracho misógino que exportó la tauromaquia ha convenido a muchos, pero también sintió amor por el oficio, por la literatura y por contar historias de la manera más clara posible, aunque quizás no fidedigna. Actualmente debemos leerlo en su contexto y aplicarle el filtro de la historia, porque todo ha evolucionado, incluso el lenguaje, hacia lo políticamente correcto", matiza José Fernández.

José Fernández protagoniza ​​'Hemingway. Enviado especial', en el Teatro del Barrio. — Julia Armengol

En ese sentido, considera que Martha Gellhorn sí tenía unas líneas rojas "que pasaban por humanizar la guerra", mientras que su futuro esposo "estaba convencido de que el público debía recibir cierto salseo". Si bien la obra pretende desterrar el tópico del Hemingway vividor y recordar su compromiso con la Segunda República, reubica al personaje y ensalza la figura de las mujeres corresponsales, cosecha propia de Mario Hernández.

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"Desde su punto de vista, parece que era el único que estaba cubriendo la guerra y que todas las reporteras iban detrás de él, cuando hasta podría haber sido al contrario", destaca el actor. "Quizás Hemingway, debido a sus taras personales y a que no quería estar solo, se aferraba a una sensación de falso amor en busca de compañía". Además de Gellhorn, testigo del desembarco de Normandía, también cubrieron la guerra civil su amiga Virginia Cowles, quien escribió para The Sunday Times y los periódicos del grupo Hearst, o la fotoperiodista Gerda Taro, fallecida en la batalla de Brunete, entre otras mujeres.

Hemingway. Enviado especial "desmitifica la figura del escritor, pero sin blanquearlo", deja claro José Fernández: "Puedes comprender sus incoherencias aunque no estés de acuerdo con ellas: sus borracheras, su trato hacia los demás, sus ganas de bronca… Como se exponen sus dos caras, el público se reconoce en ambas. El monólogo no solo son letras escritas en un papel, sino también las emociones de una persona llena de contradicciones vitales. Por eso, la obra plantea, más que una pregunta, una respuesta: Hemingway era lo que ya sabías y, además, lo que te vamos a contar".

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Hemingway. Enviado especial. Domingo 25, a las 20.30 h. Teatro del Barrio.

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