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El horror de Mauthausen, una vacuna contra el olvido

El periodista Ignacio Mata reedita 'Mauthausen. Memorias de Alfonso Maeso, un republicano español en el holocausto' donde narra el periplo vital de su tío-abuelo en el campo de concentración nazi durante los años 1941 y 1945.

El campo de concentración de Mauthausen.- AFP

J. LOSA

MADRID.- “Hay historias que parece que se empecinan en salir y esta es una de ellas”. Así explica el periodista Ignacio Mata Maeso la génesis de Mauthausen. Memorias de Alfonso Maeso, un republicano español en el holocausto (Crítica). Legado vital que nos deja Alfonso Maeso Huerta, capturado en Francia por los nazis por sus ideales de izquierda, y que —a duras penas— pudo vivir para contarlo. “Pocos días después de mostrarle las últimas galeradas del libro se murió”. Objetivo cumplido debió pensar, o al menos así lo interpretó en su día Ignacio Mata; “notario de un testamento vital”, como se autodenomina.

Ed. Crítica

No es para menos. La atroz experiencia de su tío abuelo —pasó cinco años en Mauthausen— queda plasmada en una primera persona que en ningún momento flirtea con el rencor o la venganza. Reina la sobriedad, como el propio Alfonso Maeso explicaba en el prólogo, “mi intención es trasladar, en el menor número de líneas posible, todo lo que pasó en esos campos de la muerte y, de paso, desear que nunca vuelvan a existir”. La verdad no requiere de aderezos cuando se narra el horror en estado puro.

“Cada hoja de este libro la tuvo que arañar de sus recuerdos, verbalizar aquello fue un proceso muy doloroso, se tuvo que arrancar cada palabra como quien se arranca una bala”, explica Mata, para quien el secreto de esta historia es su carácter descriptivo, “no cae en teorizaciones, sólo narra, cuenta con austeridad todo lo que vivió, que no es poco”.


Tras enrolarse con tan solo 17 años en las filas republicanas, Maeso —acompañado por miles de compatriotas— tuvo que hacer frente a un periplo interminable por diferentes campos de concentración hasta dar con sus huesos en Mauthausen, donde desempeñó diferentes actividades y perdió su identidad, pasando a ser una simple cifra, el 3447. Allí participó en la construcción de la cámara de gas y el crematorio y allí también presenció y vivió la enfermedad y el hambre de primera mano. La marca de aquello quedó indeleble.

"Se tuvo que arrancar cada palabra como quien se arranca una bala"

“Soñaba con el sonido de unas botas militares acercándose, fue incapaz durante un tiempo de comer en sitios públicos y de tomar decisiones; no sabía cómo gestionar su propia vida”, confiesa Mata. Con todo, si algo le quitó el sueño fue la falta de reconocimiento, el hecho de que su país no tuviera ni un mínimo gesto para con los miles de jóvenes que dieron su vida por unos ideales. “Su mayor secuela fue sentir que su lucha no había significado nada para la gente de su entorno más cercano, tenía un profundo aprecio y admiración por Francia y envidiaba el modo en que los franceses habían sabido honrar la memoria de tanto y tantos hombres que lucharon por la libertad”.

Secuelas al margen, si algo rezuman estas páginas es un compromiso con la memoria, con una verdad que nunca se resignó a contar por mucho dolor que le reportara, sabedor —quizá— de que una historia personal puede llegar a contar una historia universal. Como escribe Jordi Évole en el prólogo: “Lo que van a encontrar les va a doler, mucho. Pero ese dolor es una vacuna contra el olvido”.

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