Este artículo se publicó hace 54 años.
La imaginación nos existe
Somos porque contamos: Ana María Matute recordó ayer que "el que no inventa, no vive" y es que sus personajes fabulan para redimirse. "Déjeme que le cuente, señor, esto que me pasa", comienza el protagonista de uno de sus relatos; esta celebración de lo narrado, esta voluntad de continuar inventando dentro de la ficción, empapa toda su obra. Su literatura ampara: frente a la crueldad y el dolor, contra la incomunicación y el daño, queda la vida que inventamos como queremos.
Una imaginación que no ha dudado ante los márgenes: sus libros han recorrido nuestros rincones más oscuros ¿puede el lector comprar hoy Los hijos muertos?, han creado secundarios inolvidables pienso en la valiente tía Eduarda de Paraíso inhabitado y han mimado géneros como el microrrelato con su excepcional Los niños tontos o la literatura infantil, que tanto ayudó a dignificar. Al mismo tiempo, también es valiosísimo ejemplo para quienes escribimos: su trayectoria nos demuestra qué poco importa el silencio si lo necesitas para afrontar Olvidado Rey Gudú, qué poco importa admitir que en una época escribió cuentos de altura espectacular, por otra parte: bébanse La puerta de la luna para sobrevivir. Algo que sí importa, en cambio: el esfuerzo de las mujeres de su generación para transformar la sociedad.
Ayer el Cervantes se entregó a nuestra mejor narradora viva, sin distinción de sexo. Nada de discursos farragosos: una defensa del poder de la imaginación. Quien no inventa no vive: Ana María Matute pura alegría, fuerza contagiosa lo sabe mejor que nadie.
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