Este artículo se publicó hace 14 años.
Un intelectual incombustible y controvertido
En una época en la que el rol del intelectual ha perdido el poder de influencia casi sagrado que un día tuvo, Mario Vargas Llosa sigue defendiendo esa condición de escritor comprometido gracias a una actividad incansable en frentes tan variados como el periodístico, el político, el artístico y, evidentemente, el puramente literario. Su incombustible actividad, su palabra erudita e incisiva y su constante exposición lo han convertido en un personaje reverenciado y controvertido a partes iguales por su declarada postura neoliberal.
Las experiencias de su juventud se reflejaron en sus libros
Testigo directo de numerosas fracturas sociales y políticas en la segunda mitad del siglo XX, su mismo nacimiento, un 28 de marzo de 1936 en Arequipa (Perú), se produjo en mitad de otra grieta: la separación de sus padres. Su vocación por la escritura fue temprana: a los 16 años ya trabajaba como columnista en un diario local y estrenaba su primera obra teatral, La huida del inca.
Más que esquivarlo, Vargas Llosa bebió de lo autobiográfico en el primer tramo de su carrera. Las experiencias vitales de su juventud (en el colegio militar de su adolescencia, en su empleo posterior en una emisora de radio e incluso su primer matrimonio, a los 18 años, con una tía política diez años mayor que él) terminarían reflejadas en obras como La ciudad y los perros (1962), Conversación en la Catedral (1969) y La tía Julia y el escribidor (1977).
De París al mundoEn 1962 cubrió la crisis de los misiles para la televisión francesa
Algo también extraería de su trabajo como registrador de tumbas en los cincuenta, cuando su ambición literaria comenzaba a florecer en diversas aventuras editoriales y con la publicación en prensa de sus primeros cuentos (Los jefes, El abuelo). A Madrid llegó a finales de los cincuenta para cursar un doctorado en la Complutense que no terminó y, como otros autores del boom latinoamericano que estaba a punto de estallar, se mudó a París, donde vivió hasta 1966. En la capital francesa siguió desempeñando su actividad periodística, aprovechando cualquier oportunidad para viajar, otra constante en su biografía. En 1962, por ejemplo, fue enviado de la televisión francesa a Cuba durante la crisis de los misiles.
En 1966 tuvo su primer hijo, Álvaro, con su segunda esposa, su prima Patricia Llosa. Tendrían dos hijos más, Gonzalo y Morgana. El escritor volvió a Perú en la década de los ochenta, donde comenzó una carrera política que terminó con su candidatura a la presidencia del país en 1990 y la derrota en segunda vuelta frente a Alberto Fujimori.
Fue en esa época cuando empezaron a llegar los premios. En 1986 recibió el Príncipe de Asturias de las Letras y en 1994 el Cervantes. Dos años después ingresó en la Real Academia de la Lengua con un discurso sobre Azorín. Con el cambio de siglo llegaría su novela La fiesta del chivo, donde arremetía contra la tiranía de una autoridad corrupta que todavía sigue combatiendo.
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