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J. Giménez Arbe, el atracador al que le gustó la fama

'El solitario' ha conseguido lo que pocos delincuentes lograron: servir de musa para una canción

ÓSCAR LÓPEZ-FONSECA

Se supone que una de las leyes de oro de todo delincuente que no quiere ponerse el traje de rayas es la de pasar inadvertido. Que su foto y su nombre aparezcan en uno de esos carteles con la leyenda se busca no sólo no hace justicia al atractivo físico que se supone a todo forajido, sino que también le obliga a ocultarse para evitar acabar en la cárcel porque el panadero lo ha reconocido cuando ha ido a comprar una barra. Otra cosa muy distinta es qué puede hacer cuando ya le han tomado medidas para el uniforme de presidiario y le cuesta separar las manos por esas pulseras tan apretadas que suelen regalar los policías. En ese momento las posibilidades del criminal para ejercer como tal se reducen a sólo dos. O baja la cabeza, mira al suelo y silba como si pasase por allí por casualidad cada vez que se cruza a alguien con algo parecido a una cámara de televisión al hombro, o se acicala, pone su perfil bueno y grita a todo el mundo que ahí está él, el delincuente más chulo a este lado del Atlántico.

Jaime Giménez Arbe, El Solitario, el célebre atracador de bancos que durante 13 años fue un quebradero de cabeza para la Policía Nacional y la Guardia Civil que no conseguían ni ponerle nombre ni darle caza, optó por el exhibicionismo desde el mismo momento en el que se dio cuenta de que le habían pillado y no tenía escapatoria. Arrestado en 2007 en Portugal cuando estaba a punto de cometer un nuevo asalto a una sucursal, a las primeras de cambio ya dio muestras de su histriónica personalidad. Cuando la policía lusa fue a hacerle las típicas fotos para la reseña policial, esas en las que aparece siempre una cinta métrica detrás para que todo el mundo sepa lo bajito que es el delincuente, y le ponen de frente y de perfil para que se le vean todos los lunares, El Solitario puso sonrisa de estar celebrando el cumpleaños en McDonald con un happymeal y levantó el pulgar derecho en un clara declaración de principios. No contento con ello, cuando salió de comisaría rumbo a la cárcel y vio un enjambre de cámaras de televisión apuntándole, comenzó a gritar aquello de '¡Hola a todos! ¡Soy El Solitario! Salud, españoles'. Lo había conseguido. Ya era toda una estrella mediática.

El Solitario ha conseguido lo que pocos delincuentes lograron: servir de musa para una canción

A partir de ese momento, El Solitario devoró a Jaime Giménez Arbe. Mandó cartas a la prensa en las que se presentaba como un anarquista expropiador de bancos, aunque siempre se le olvidaba contar que lo que obtenía no lo donaba a una ONG, sino que le servía, entre otras cosas, para regalarle una vaporetta a la madre de su novia brasileña. Los imitadores empezaron a brotar por las esquinas, atracadores de medio pelo que descubrían que eso de estar solo para delinquir no estaba tal mal si no se busca conversación, sobre todo porque no hay que repartir el botín con nadie. Incluso logró lo que sólo los delincuentes más mediáticos, como el mítico El Lute y su heredero cutre, El Dioni, habían conseguido: servir de inspiración a una canción. Vale que el tema de Los Cosmonautas Rusos, el grupo que lo eligió como musa, nunca llegó a los primeros puestos de Los 40 Principales, pero a quien no le gusta que hablen de uno al ritmo de Roy Orbison: Pensaba en su chica/Que estaba en Brasil/Y se olvidaba/De la Guardia Civil. Y el panadero haciendo los coros en el estribillo.

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