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Jonathan Andrés Ortiz, el sicario que ponía cañas y tapas

Dejó un trabajo en la hostelería en Canarias para viajar a Madrid y asesinar a un narco

ÓSCAR LÓPEZ-FONSECA

De servir cañas y pinchos de tortilla a empuñar una pistola y descerrajar seis tiros a alguien hay un buen trecho. Y, sin embargo, siempre hay alguien dispuesto a recorrerlo con la misma celeridad con la que se mete el vaso en el lavavajillas tras apurar la cerveza. Lo complicado puede ser encontrar a esa persona, sobre todo en un país, como España, abarrotado de bares, por lo que se corre el riesgo de ver un sicario allí donde sólo hay un señor con pajarita negra sirviendo ensaladilla. Por ello, a nadie de eso que llaman los bajos fondos le extrañó que para contratar al joven que acabó en Madrid con la vida del capo colombiano de la droga Leónidas Vargas sus rivales tardaran tanto tiempo y dinero en encontrarlo. De hecho, se tuvieron que ir hasta las Islas Canarias.

Allí trabajaba en la hostelería Jonathan Andrés Ortiz, un joven nacido hace 25 años en Colombia y que llevaba una temporada dando tumbos por España. Un día de comienzos de 2009 lo visitaron unos compatriotas para ofrecerle un trabajo bastante más sencillo y lucrativo que enumerar las raciones del bar a los clientes: matar a un moribundo hospitalizado en Madrid. La parte contratante se encargaría de todos los detalles, desde recoger la información necesaria para cometer el crimen hasta llevarlo a la puerta del centro hospitalario y guiarlo hasta la habitación donde estaba el objetivo. Incluso le ponían en la mano las herramientas para el trabajo: una pistola limpia, sin antecedentes, de la que luego ellos se desharían. Jonathan sólo tendría que apretar el gatillo.

Dejó un trabajo en la hostelería en Canarias para viajar a Madrid y asesinar a un narco

El camarero colombiano voló a Madrid el 8 de enero de aquel año. Como había acordado con sus empleadores, lo recogieron en el aeropuerto en coche y, en el trayecto hacia el hospital donde estaba ingresada la víctima, le dieron el arma. Al llegar al complejo sanitario, un segundo sujeto lo acompañó por los pasillos del centro hasta la planta de Cardiología, en cuya habitación 537 se encontraba su objetivo. '¿Es usted Leónidas?', le preguntó Jonathan a uno de los dos pacientes del cuarto. Este dijo que no y le señaló a su compañero. El sicario le pidió entonces que se diera la vuelta, sacó una pistola de 9 milímetros corto con silenciador y disparó seis veces contra aquel bulto que dormitaba en la cama. Cuatro balas dieron en la víctima, lo que confirmaba que eso del tiro al blanco, sobre todo cuando se realiza a corta distancia, es tan sólo un poco más complicado que servir una copa de vino tinto en un bar de La Rioja. Luego, desapareció.

Cuando la policía detuvo a Jonathan diez meses después, este ya había dejado definitivamente el gremio de la hostelería para dedicarse a tiempo completo al crimen organizado. En ese tiempo, además, había aprendido que en su nuevo sector laboral el silencio vale su precio en oro y, sobre todo, facilita mucho la vida dentro de la cárcel. Por ello, nunca delató a quienes le hicieron el encargo de liquidar a Leónidas. Una discreción que, tal vez, también le asegure un trabajo cuando salga de prisión. Aunque en esta ocasión el tiempo que va a tardar en recorrer el trecho que va de sicario a camarero va a ser bastante más largo de lo que se tarda en decir eso de 'una de chopitos, cocina'.

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