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Literatura, trauma y ruinas

La obra de Wolfgang Borchert, cumbre de las letras alemanas, se edita por primera vez en castellano

CARLOS PARDO

Conocemos la leyenda del escritor que murió joven dejando una obra imperecedera: Laforgue, Büchner, Radiguet. Escribieron poemas,
teatro y prosa antes de cumplir los 30 y no pudieron ver cómo su obra maduraba por ellos hasta convertirse en el eje de buena parte de la literatura moderna.

Gracias a la editorial Laetoli, cuyo breve catálogo está dando más de una sorpresa, y a la excelente traducción del novelista Fernando Aramburu, ahora podemos sumar al inventario de jóvenes inmortales a Wolfgang Borchert. Nacido en 1921 en Hamburgo y muerto en un hospital de Basilea en 1947, o lo que es lo mismo, habitante de una Alemania nazi en la que no creía, soldado del frente ruso, desertor, y enfermo crónico de guerra y cárcel, Borchert inauguró la llamada literatura del trauma y de las ruinas, examen de conciencia de la Alemania de posguerra, con una excelente colección de relatos, poemas y una obra dramática.

Estas Obras completas de apenas 300 páginas que el
autor escribió en papeles perdidos, cuartillas, cartones mientras pasaba fiebres en su cama de hospital, y que su padre pasaba a limpio cada noche, se cuentan entre lo más poderoso de la literatura alemana del siglo XX. Apenas corrigió, ni se puede pensar que haya una obsesión por el estilo pero en estos fragmentos tan directos nada sobra.

Borchert utiliza lo que queda después de la guerra: un diente de león que florece en el patio de una prisión militar, una bufanda roja, trenes de mercancías que cruzan la niebla... y los convierte en símbolos de una generación, como él llama en uno de sus relatos más memorables, sin despedida. Una juventud que tiene que vivir con los escombros que quedan tras el bombardeo.

El efecto salmódico de estas frases, las repeticiones obsesivas que se anticipan a Thomas Bernhard, no traen ningún consuelo. Da la impresión de que Borchert, que se sabía agonizante, rebañara el plato ya de por sí mermado de la ilusión y no dejara al lector olvidar. No tiene despedida, ni lugar de regreso, sino esa especie de humor en la derrota puramente humano y una vitalidad a pesar de todo.

Reconocido en vida

Sin embargo, no se puede decir que Borchert tuviera mala suerte en lo literario. Una colección de relatos fue publicada antes de su muerte, su única pieza teatral dramatizada para la radio, y recibió numerosos elogios de escritores como Heinrich Boll y el Grupo 47 por la exactitud de cada palabra, la perfección de una escritura que portaba un caos íntimo. Y sobre todo, un país en ruinas se reconoció en estos fragmentos que podrían haber sido escritos en cualquier guerra, que denuncian la inhumanidad del hombre.

El día siguiente a su muerte, un teatro de Hamburgo estrenaba su única obra: 'Fuera, delante de la puerta. Una obra que ningún teatro quiere representar y ningún público quiere ver'.

Borchert iba para hombre de teatro. Cuando había aprobado el ingreso a la escuela de arte dramático fue incorporado a filas en el frente oriental. Vio el hambre, la falta de equipamiento y el frío, que matan más que las bombas. Le volaron un dedo y se hizo sospechoso de automutilarse. Desde entonces todo fue a peor. De la prisión al hospital: tifus, ictericia, cartas que ponían en riesgo la moral de los soldados.

Volvió un año después a Hamburgo para actuar en cabarets y ver cómo su ciudad era bombardeada, pero una parodia de Goebbels lo devolvió al frente, esta vez al occidental. Cerca de Francfort, su compañía se rindió a los franceses y él pudo huir, fingiéndose loco, y recorrer enfermo los 600 kilómetros que lo separaban de su casa. Los siguientes dos años los pasó en una cama de hospital escribiendo estas Obras completas.

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