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Lucía Lijtmaer: "Reírse del 'ofendidito' a mucha gente le hace sentirse inteligente"

La periodista y escritora Lucía Lijtmaer se revuelve en su último ensayo, 'Ofendiditos', contra los llamados 'Fieros Analistas', estirpe de opinadores que criminaliza la disensión en las redes sociales.

La escritora y periodista Lucía Lijtmaer.- ANA PORTNOY

De un tiempo a esta parte un nuevo palabro copa nuestras redes en cuanto el debate se encona: Ofendidito. Un término que admite variaciones a gusto de consumidor y que, por lo general, encuentra en neopuritanas, moralistas o adalides de lo políticamente correcto, su particular parentela léxica. Todo un glosario para referir a aquellos y aquellas –por lo general son ellas las aludidas– que se preocupan –e incluso escandalizan– ante las repercusiones que puede tener un determinado asunto cultural o mediático.

Sus críticos, los que tienen a bien blandir todas esas palabrejas no sin cierto paternalismo y suficiencia, lo hacen en virtud de la libertad de expresión. Según ellos, de consumarse los tejemanejes censores de esas minorías puntillosas, nos vamos directos al garete. Sus suspicacias van camino de arruinar el buen sexo, la libertad creadora del artista y hasta las conquistas del feminismo. La periodista y escritora Lucía Lijtmaer se ha propuesto en Ofendiditos (Ed. Anagrama) revolver este nuevo escenario hecho de ofensas, alharacas tuiteras y susceptibilidades.

Las suspicacias de los 'ofendiditos' van camino de arruinar el buen sexo, el arte y hasta las conquistas del feminismo

“Percibo una cierta sensación apocalíptica, hasta el punto de que es habitual escuchar que ya no se puede decir nada, cuando en realidad se puede decir todo, solo que nuestro contexto sociocultural ha cambiado”, explica la autora. En efecto, algo se ha movido que ha dejado a más de uno descolocado. Es entonces cuando irrumpe la figura del Fiero Analista, antagonista del Ofendidito, un tipo –sí, por lo general es un macho– hecho a sí mismo, dispuesto a batirse el cobre y decir lo que realmente está pasando aunque a la gente no le guste escucharlo en pro de una causa mayor: nuestra libertad de expresión.

“Me parece muy significativo que se preocupen tanto de los que se quejan por un cuadro de Balthus o una peli de Woody Allen, y sin embargo no se escandalicen ante casos de censura estatal, que si no me equivoco tenemos unos cuantos”. Así es, el bramido impenitente de los Fieros Analistas identifica el germen de un mal que no cesa en toda esa pléyade de llorones 2.0, ahora bien, de esa otra amenaza real, esa que proviene del poder político y legislativo; esa otra ya si eso…

«Todo lo diverso es histérico», escribe Lijtmaer. Poner en duda las creencias de quienes regentaban la centralidad del discurso señalando la victimización o censurando una ofensa de tipo sexual en una obra artística, ya se trate de una novela como Lolita, de la pintura de Balthus o de la intervención de Sonia Boyce en Manchester, te convierte en sospechoso de querer poner en marcha una caza de brujas, además de endosarte el consabido título de Ofendidito

Ed.- Anagrama

Ed.- Anagrama

Buena muestra de esta alusión a la brujería la encontramos en el manifiesto de las intelectuales francesas apeándose del #MeToo, un texto en el que se podía leer que «es propio del puritanismo tomar prestados, en nombre de un llamado bien general, los argumentos de la protección de las mujeres y de su emancipación para encadenarlas a un estado de eternas víctimas, de pequeños seres indefensos bajo la influencia de falócratas demoníacos, como en los buenos y viejos tiempos de la brujería». Se ignora el hecho de que la caza de brujas durante siglos fuera un ejercicio de poder y represión frente a las mujeres y las personas socialmente más débiles. Se identifica, en cambio, con una supuesta turba enloquecida e histérica de mujeres que pretenden echar abajo el orden establecido.

Subyace en todo esto un tema de pertenencia: “Reírse del ofendidito es un placer que a mucha gente le hace sentirse inteligente y por tanto le gusta compartir, te hace formar parte de una especie de subcultura, un grupo de personas que sí han entendido el chiste, la ironía, o lo que sea que esté en disputa”. Y lo que está en disputa, más allá del fragor de la polémica tuitera, es el relato. Un relato en el que las palabras –y sus posibles combinatorias– son, según se mire, esa suerte de blandi blub al que muchos se encomiendan para manipular el discurso a su antojo.

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