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Los males de una Europa desunida

Adolfo García Ortega recorre el continente en la novela 'Pasajero K.'

PAULA CORROTO

La letra K sabe a Europa y a literatura. A reminiscencias kafkianas. A ese Josef K que se convirtió en escarabajo una buena mañana. Es la K de la absurdez y la fatalidad, la letra que mejor resume esa mezcla terrible entre la sofisticación y la barbarie que tan bien define al viejo y desmemoriado continente. No es casual, por tanto, que el escritor Adolfo García Ortega (Valladolid, 1958) se haya apropiado de ella para dar título a su última novela, Pasajero K. (Seix Barral), un atractivo thriller con aires de la literatura de Le Carré y con tintes de road movie en el que reflexiona sobre la identidad europea a partir de la guerra de Bosnia (1993-1995), el último gran conflicto sangriento que atenazó a los europeos y que, como bien dice el escritor, sus fantasmas nunca acaban de desaparecer del todo.

'Siempre me ha interesado esta guerra porque tiene mucho que ver con lo europeo como concepto. Se dijo que era una guerra local, pero nos afectaba de lleno, porque lo que estaba pasando era el eterno problema de las fronteras y los nacionalismos', señala García Ortega a Público.

La novela apunta así a los grandes males del continente. A través de un largo viaje en tren entre un cineasta cuya exmujer acaba de morir de un cáncer y una joven periodista, medio francesa, medio alemana, la historia apuntala las diferencias entre París y Berlín, Roma o Madrid. Y pone el ojo en el ruido de sables de los locos nacionalistas que siempre han boicoteado una posible unión europea igualitaria. Como Hitler en su tiempo o el carnicero de Sarajevo, Radovan Karadzic. 'El problema de Europa es que nunca ha habido una voluntad política por hacer una unión real. Somos un mosaico inmezclable que siempre ha fomentado lo pequeño. Hemos jugado con eso de la identidad europea, con que hay una cultura común, pero es mentira', advierte García Ortega.

Para el escritor, con la podredumbre económica actual, los grandes días de los nacionalismos pueden volver a brotar como burbujas. 'Cuando el capital rige las cosas y no hay una política que organice desde una perspectiva de justicia y equidad, lo que se producen son grandes desigualdades. Y cuando caen en humillaciones, división de clases y purezas étnicas, triunfa lo pequeño, la frontera, la bandera pequeña. En ese mundo nacionalista acabamos reproduciendo los mismos patrones del nazismo y el comunismo soviético', constata García Ortega.

Hoy existen ya dos ejemplos sobre el tablero europeo: Hungría y Francia. En el primero, dos diputados del partido ultranacionalista Movimiento por una Hungría Mejor quemaron hace un par de semanas una bandera de la UE; en el segundo, la diputada de extrema derecha Marine Le Pen (Frente Nacional) parte con opciones para pasar a la segunda vuelta en las elecciones de abril. 'Ha regresado el fantasma europeo de mirar para otro lado porque se piensa que son asuntos locales. Y al final, el caso de Hungría puede ser un cáncer de la democracia muy grande. Lo acabará siendo porque uno de los problemas que tenemos en Europa son unos políticos absolutamente mediocres, a veces sustituidos por populistas peligrosos', sostiene.

Esta exaltación nacionalista es un buen motivo también para recordar la brutalidad que sufrieron los bosnios, con matanzas como la de Srebrenica y las violaciones acometidas a las mujeres hace tan sólo 20 años. 'En Europa apenas tenemos conciencia de que hubo esa guerra. Está bastante olvidada. Y, sin embargo, sus piezas están presentes en muchos países. Y en España tampoco estamos libres de estos fantasmas'.

Por último, Pasajero K. es también un homenaje al periodismo. La protagonista de la novela es una reportera de la agencia AFP que busca la verdad a toda costa. Para García Ortega, no cabe duda de que hoy 'tanto la literatura como el periodismo son las dos maneras de acercarse a la interpretación de la realidad desde una buena perspectiva'. Y, quizá, para hallar esa verdad, cueste lo que cueste.

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