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Mariano Torcal: "Las redes sociales expanden la sensación de que hay mucha polarización"

El escritor indaga en la denominada "polarización afectiva" y advierte de sus riesgos para el actual sistema democrático.

Mariano Torcal
Mariano Torcal, catedrático de Ciencia Política de la Universitat Pompeu Fabra.

Si antes votábamos a partidos políticos, ahora somos hooligans de megaidentidades partidistas. Esa es la tesis que Mariano Torcal, catedrático de Ciencia Política de la Universitat Pompeu Fabra, sostiene en su nuevo libro De votantes a hooligans. La polarización política en España (Catarata, 2023). El otro es el enemigo, pero, ¿por qué? ¿A quién beneficia que pensemos así? ¿Qué diferencias hay entre la polarización planteada por Podemos y Vox? ¿Toda polarización es negativa? El autor, también expresidente de la Asociación Mundial de Investigación de Opinión Pública en Latinoamérica, reflexiona sobre todas estas cuestiones en esta conversación y, lo más importante, apunta algunas soluciones.

Desde hace unos años parece que todo es polarización política, tanto la acción como la reacción. En cambio, usted ubica distintos tipos de polarización. ¿Cuáles son?

Por un lado, está la polarización política, aquella de carácter más ideológico y que se da en torno a la discrepancia de temas ideológicos y reacciones sobre determinados temas que se terminan polarizando hacia los extremos. Históricamente se han condensado en el conflicto entre derecha e izquierda y aspectos como si el Estado debe intervenir en la economía, subir o no los impuestos o recortar en gastos sociales. Esta polarización se da en el espacio público, con un componente más ideológico, como digo.

En este caso, la polarización no es mala por definición, pero sí es cierto que esta especie de polarización da, de alguna forma, paso a otra, la polarización afectiva. Aquí ya hablamos sobre una polarización que pivota en torno a la identidad de los partidos políticos, que no son solo un partido como tal, sino lo que representan en la sociedad, su manera de entender la realidad, y es lo que nos lleva a entender el mundo como un lugar en el que los míos están frente a los otros.

¿De qué forma ha ido evolucionando esta polarización política en España?

En los últimos años ha crecido, evidentemente. De todas formas, en España, aunque parezca mentira, no ha aumentado mucho la polarización ideológica, excepto con alguna excepción, como la familia y las identidades. De hecho, la estrategia de uno de los sectores del sistema es polarizar sobre factores identitarios básicos. Es decir, no hay un reflejo, una semejanza, entre la polarización ideológica y la afectiva, que sí que ha aumentado. Repito, porque es esencial: las identidades ahora no se basan en los postulados de un determinado partido político, sino lo que representan, su manera de entender la vida, la forma de comportarse.

Hay un capítulo en el libro que denomina "las megaidentidades partidistas". ¿Qué son y qué riesgos traen consigo?

Partimos de la base de que todos los humanos somos seres sociales. Parte de nuestra identidad personal radica en la identificación con diversos grupos, ya sea nacionalidad o equipo de fútbol.

Uno de los elementos identitarios más importantes a nivel social es la identificación con lo que representa un partido político, no solo su ideario, como hemos dicho. Esa identidad social con un partido se convierte en megaidentidad en el mismo momento en el que reordena el resto de identidades, reforzando la suya propia y tomando distancia con las demás, y rompiendo la cohesión social.

Esto genera comunidades sociales y políticas que no hablan, que no dialogan, desaparece ese elemento comunicativo de una liberación política pública. ¿Por qué? Porque despreciamos las otras opiniones, entramos en una competición en la que hay que ganar como sea en la que se intenta eliminar al oponente, o como mínimo restar legitimidad a su existencia llamándoles golpistas o fascistas, sin serlo. La política, así, se convierte en una guerra de trincheras.

¿Estas megaidentidades partidistas es lo que ha hecho que muchos votantes se conviertan en 'hoolignas'?

Exacto, claro. Tú pasas de ser un votante racional que pides cuentas al que votas, escuchas su discurso y el de la oposición, y ahí formas tu opinión a ser un hooligan. En un primer momento, podrías considerar qué te interesa, elegir quién te da mayor credibilidad o quién defenderá mejor tus intereses. Esa es una manera racional en la que la rendición de cuentas funciona en los sistemas democráticos.

En el caso contrario, todo eso desaparece, ya somos hooligans y no votantes. Ahora hay que ganar por encima de todo, todo es justificable, y el discurso del otro está contaminado, miente o está manipulado. Como se diría en el fútbol, lo importante es que ganen los nuestros, aunque sea de penalti injusto.

¿Este "hooliganeo" es similar a izquierdas y derechas?

Se produce en ambos lados ideológicos, sí. Son lo que llamo los partidos retadores, que se encuentran en una clara posición de desventaja en un mercado electoral dominado por los grandes partidos. Y esto ocurre a derechas e izquierdas, pero los efectos no son los mismos.

En el libro cuento cómo con la aparición de Vox ocurrió algo que no se dio con la de Podemos, y es que el partido de Santiago Abascal generó mayor polarización en el sistema. Pero no solo eso, lo más importante es que sus consecuencias se vieron reflejadas en actitudes que minan el apoyo a la democracia y la confianza en las instituciones.

Está demostrado con datos que los partidario de Vox tienen una visión muy crítica de las instituciones, no confían en ellas e, incluso, están dispuestos a apoyar acciones políticas de los líderes hacia una creciente autocratización del sistema, eliminación de los controles constitucionales y una menor tolerancia a las minorías.

Con Podemos, lo que ocurre, es que la polarización no va en ese sentido, sino que precisamente se centra en las minorías y es muy contraria a cualquier acción encaminada a la autocratización. Eso no quiere decir que no cuestionen el orden constitucional, que lo hacen, pero orientados a una democracia más participativa y directa, en la que no se cuestionan los principios de la democracia liberal.

Pongamos un caso práctico. Imagine una familia a la que acaba de desahuciar un banco por no poder hacer frente a la hipoteca y de repente ven que la banca ha tenido un beneficio de miles de millones de euros el último año. Supongo que esa familia sí verá a la banca como a los enemigos.

Sí, y es normal. Llegan a ese pensamiento después de que una realidad concreta haya afectado a sus intereses. No toda polarización es negativa, por eso esa familia adoptará una posición respecto a un tema concreto: que haya un banco que gane millones de euros mientras desahucia familias. Es una polarización normal y positiva.

Yo hablo de otro tipo de personas. Imagina un señor del PP que vive en su casa, con un nivel de vida alto y que piensa que esto de la vivienda es un cuento chino inventado por los podemitas que son todos unos comunistas en contra de la propiedad privada. Esa megaidentidad no deja espacio para el diálogo, para ver el problema de la vivienda desde otras perspectivas. Pero ojo, que puede pasar al contrario. Puede suceder que se promulgue una ley de vivienda que venga a resolver el problema y que no sea lo suficientemente eficaz. Los seguidores de los partidos en el Gobierno dirán que es la mejor y que si no funciona es por culpa de poderes fácticos que van contra ella.

El problema es que ya no hablamos del problema de la vivienda, sino de los míos y los tuyos.

El único partido político que cita en el título de los capítulos del libro es Vox. ¿Qué papel ha jugado esta formación en la transición de votantes a 'hooligans'?

Utilizo a Vox como un ejemplo de partidos retadores y cómo funciona su proceso, que tiene distintas fases. La primera se dio con el grupo de votantes de centro y centroderecha sin sentimiento de afinidad con el PP, que le encontraban débil y que no planteaban un reto auténtico frente a los acontecimientos que se dan en España. El segundo paso es que aparece alguien en la oferta partidista, que llama al PP "derechita cobarde", y esa gente se empieza a identificar con ellos. Así se da el primer momento de polarización, con esa gran afinidad que se produce cuando se identifican con un grupo cuyos líderes les dicen lo que quieren oír.

La segunda fase comienza cuando otros votantes de otras formaciones ven a Vox como una amenaza, y se polarizan también, reafirman su identidad y generan hostilidad al otro. Y se retroalimentan entre todos.

Pero hay dos matices que hacer respecto a Vox. Su llegada a las instituciones supone una mayor polarización en el colectivo del sistema que la llegada de Podemos y su polarización tiene consecuencias directas sobre el sistema negativas en lo que a democracia liberal se refiere.

Uno de los factores nada desdeñables en este asunto son las redes sociales.

En realidad, las redes sociales como tal no tienen culpa de nada, pero sí expanden la sensación de que hay mucha polarización. La pregunta sería por qué la gente polarizada acude a las redes sociales, porque ahí sí que sirven para reafirmar esa misma polarización. La respuesta está en el anonimato, porque no hay apenas coste personal respecto a la interacción. Si discutes a la cara, tiene un coste personal, ya sea con un amigo o tu cuñado. En las redes sociales, en cambio, preselecciones con quién discutes y de qué, y así les sirve de elemento de reafirmación de sus propias convicciones.

¿Los medios de comunicación potencian, de alguna forma, esta polarización de las redes sociales?

La percepción que tenemos sobre el uso de las redes sociales está muy sobredimensionada porque, ciertamente, el porcentaje de personas expuestas a las redes sociales y lo que ahí se genera es muy pequeño respecto a la población general. Los medios proyectan lo que pasa en las redes sociales al resto de la sociedad, no filtran esa información ni la contextualizan en la mayoría de los casos.

Volvamos a la polarización afectiva. Usted defiende que tiene horribles consecuencias en la confianza social, el apoyo a la democracia liberal y, también, la confianza en las instituciones. ¿Qué le parece más peligroso de todo eso?

Me parece peligroso la combinación de las tres. Cuando se destruye la cohesión social a través de la destrucción de la confianza interpersonal tiene consecuencias graves en la sociedad. Además, a eso le acompaña una destrucción de las instituciones fundamentales del sistema democrático. Es decir, es un caldo de cultivo para el populismo y una radicalización mayor. En último punto, si encima muestro actitudes de apoyo que simplemente son autoritarias e intolerantes, la combinación es explosiva.

Es importante remarcar que la polarización ha crecido en España, pero no es uno de los países más polarizados. Sí es cierto que vamos por el mal camino y es preocupante, pero no somos un país de los que más se dé.

Ahora mismo, la sociedad española está en un "endiablado círculo vicioso", escribe en el libro. ¿Hasta qué punto los líderes políticos son conscientes de esta realidad?

Los líderes son conscientes de todo esto y, si no lo son, lo disimulan muy bien. Son prisioneros de la polarización que generan, y eso limita mucho sus opciones. Tú no puedes decir que alguien es el enemigo y luego pactar con él, y precisamente por eso ha costado tanto que ERC legue a un acuerdo en los presupuestos catalanes con el PSC. Ese paso lo dan con un tiento terrible.

También ocurre con el PP. Para ellos, todo lo que hace el PSOE es lo peor, y eso les arrincona y hace que dependan más de Vox. Si quisieran formar gobierno tras las próximas elecciones, caerán en los brazos de la ultraderecha, y ya vemos lo que está pasando en Castilla y León. Ellos mismos cavan su propia fosa.

Yo creo que es un gran problema, porque eso ayuda, y mucho, a esta polarización afectiva de la gente. Si no haces lo que has dicho a tu público en un momento concreto, aunque las circunstancias hayan cambiado y ahora los políticos consideren que hay otras estrategias más inteligentes, pasarás directamente a ser un traidor, que es lo último que le han dicho a Junqueras a pesar de haber estado en prisión por intentar un referéndum en Catalunya.

¿Y cómo podemos salir de ese círculo vicioso?

Para empezar, este es uno de los temas menos estudiados. Más allá de eso, dos son las estrategias dominantes para revertir la situación.

La primera es generar artificialmente espacios de deliberación, que la gente se encuentre y los políticos se vean obligados a hablar en un contexto en el que llegar a un acuerdo sea imprescindible. Claro, esto tiene un problema clave: ¿cómo fuerzas a la gente a hablar? Lo que sí sabemos es que cuando se dialoga en ciertos contextos y con determinadas reglas, la polarización disminuye. Los políticos también podrían rebajar el tono de la conversación, pero eso no lo van a hacer porque solo piensan en el corto plazo.

La segunda idea es crear instituciones complejas para tratar temas decisivos, y que se necesiten diferentes actores que lleguen a un consenso. El caso concreto de España es algo complicado, porque hay un sector de la población que niega la legitimidad de la existencia de un conjunto de partidos que consideran que tienen vinculación con el pasado violento reciente de España. Habría que hacer un reconocimiento de la legitimidad de todos los partidos políticos que luchan a nivel político.

Y también es muy importante disminuir la desigualdad social. La apuesta de la academia, aquí, es mayor redistribución de la riqueza, control de la desigualdad social y es una manera en sí misma de acabar con la polarización. Claro, esto tiene connotaciones en sí mismas que también pueden generar polarización.

En resumidas cuentas, no hay una respuesta clara, y la academia tampoco la tiene. Sí sabemos, repito, que si hay un proceso deliberativo en el que reine la moderación y el intercambio sosegado de opiniones se tiende a disminuir la polarización. Eso se ha hecho en experimentos concretos y situaciones concretas. Ahora, cómo se aplica esto es la pregunta del millón.

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