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De mensajero de Fidel Castro a maraquero en la Gran Vía madrileña

El cubano Felipe Herrera, escritor de cuatro libros y con tres discos en su haber, es el personaje anónimo más conocido de la icónica arteria. Hoy duerme en la calle y vive de las aportaciones de la gente. El 15-M le sorprendió durmiendo en La Puerta del Sol.

Felipe Herrera. Foto: Y.C.
Felipe Herrera. Y.C.

YERAY CALVO

MADRID.- "La vida son etapas", certifica con la seguridad de una persona que vive cada día como si fuera el último. Felipe es quizá el personaje anónimo más famoso —con permiso de ‘Los Heavies de Madrid Rock’— de una de las arterias principales de la capital, la Gran Vía madrileña. Una calle por la que día tras día transitan decenas de miles de personas. La ciudad amanece en esta vía al ritmo frenético que marcan las maracas de un cubano que guarda en su memoria privilegiada tantas anécdotas como letras de canciones.

Cada día ocupa el mismo lugar; su lugar. Gran Vía 30 con esquina Valverde. Sin embargo, su vida no se caracteriza precisamente por el estatismo. Nació en Cuba hace 58 años. Siendo niño, fue mensajero de Fidel Castro, al que hacía llegar la correspondencia sobre la que el comandante tenía que dejar impresa su rúbrica.  "Con nueve años estudiaba pero además era recadero, un trabajo que me consiguió mi tía. Llevaba los papeles que tenía que firmar para que le dieran casa a los pobres, para recibir a algún extranjero o cosas así", explica. "Nunca le dije 'comandante', como allí le llaman los cubanos, y eso fue una de las cosas que más le molestó. Una vez le llamé 'Fidel' y casi me come", rememora con gesto e interpretación incluida. "Allí otros le lameaban el culo, aunque a él tampoco le gustaba eso. En Cuba al peloteo le llaman guataquear. En esos años él era Dios. Te estoy hablando de 1966". 

"Una vez le llamé 'Fidel' y casi me come", rememora

Felipe recuerda a Fidel como un personaje imponente, al cual prácticamente no le dirigía ni siquiera la mirada por miedo a recibir algún desprecio. “Llegué a fingir ser sordo por miedo a hablar con él”, relata el cantante, mientras recuerda con cierta rabia cuando Fidel le llamaba “mariconsito”, conocedor de su orientación sexual, para poner a prueba a aquel tímido chaval. Más tarde ingresaría en una compañía naviera, un puesto que le permitió viajar por numerosos países, entre ellos España.


Harían falta al menos cuatro libros para narrar las peripecias de este maraquero ambulante. Precisamente el número de libros que asegura haber escrito, uno de ellos ya publicado bajo el título Hablando con los espíritus. Recién llegado a Madrid, en 2011, previo paso por Las Palmas de Gran Canaria, pasó su primera noche a la intemperie en la Puerta del Sol. Al despertar, encontró varias raciones de comida que algunas personas le habían ido dejando a su lado. Se juró entonces permanecer para siempre en la capital de España. "Nunca me había pasado esto. Pensé: 'esta es mi casa, de aquí no me muevo'. Y aquí estoy agarrado", exclama el cubano abrazándose.

Fue durante los primeros días en la plaza cuando sucedió algo que ni él ni el resto del país pudo prever. Un grupo de jóvenes comenzó a acampar a su alrededor. En muy poco tiempo se vio rodeado por un puñado de tiendas de campaña que no hacía nada más que multiplicarse exponencialmente: se trataba del estallido del 15-M, que le sorprendió sobreviviendo en plena Puerta del Sol. Herrera, que por entonces ya había escrito su primer libro, recuerda emocionado cómo repartió entre los jóvenes que le acompañaban en aquellos días los pocos ejemplares que le quedaban. “Repartí como 15 o 20 libros”.

“Duermo en un banco, tengo un saco de dormir impermeable para los días de lluvia”


En ninguno de esos ejemplares se encontraba la palabra ‘envidia’. Un día tuvo hasta que buscar su significado en el diccionario, comenta juguetón. Al día se puede sacar entre 10 y 20 euros. Alguno con suerte ha llegado a reunir hasta 50. “Yo no pido dinero, toco las maracas y hay gente que decide ayudarme”, aclara. "Hay personas que fijo me dan un euro cada día", añade agradecido. "Cuando no he hecho ni un duro, los días de lluvia, me he ido por los restaurantes, donde la gente se ha llegado a quitar la mitad de su comida para dármela a mí, que no me conocen de nada. Me ha pasado en todos los lugares donde he ido", culmina.

Nunca ha conocido el hambre pero sí que conoce las dificultades que entraña vivir en la calle, algo que le gustaría que cambiara en algún momento de su vida. “Duermo en un banco, tengo un saco de dormir impermeable para los días de lluvia”, explica. Del dinero que logra reunir va sacando para comer cada día y el resto lo reparte entre otras personas sin techo con aún menos recursos que él. Tiene móvil y hasta cuenta en Twitter.

Un antes y un después

Madruga mucho. Hay jornadas que a las seis y media ya está haciendo sonar sus maracas. “Lo más duro es soportar temprano a la gente borracha. Vienen con el juego, bajo los efectos de las drogas o el alcohol. Tengo que luchar con eso. Es horrible pero marco mi terreno. Trato la manera de evitarlo, pero no me voy de mi puesto porque ahí es de donde saco para comer cada día". Las tardes las pasa en alguna biblioteca o en algún café donde mantener una charla agradable con algún conocido. "Los días que puedo invito yo", señala enfático.

Felipe ha renunciado a lo largo de su vida, periódicamente, a aquello por lo que mataría cualquier ciudadano con una concepción de vida capitalista. Abandonó un entorno más cómodo en Canarias, donde llegó a tener casa y trabajo, para empezar de cero desde la península, sin nada más que un saco de dormir, sólo por no tener que soportar los límites geográficos de vivir en una isla. Cada cierto tiempo compra un billete de autobús con dirección a alguna ciudad española, y solo, pasa allí el fin de semana. "¿Conoces Vitoria? ¡Es preciosa!".

La muerte de Adelaida supuso un antes y un después en este sentido. En las islas se dejó una carrera musical, que le llevó a grabar tres discos, y una canción que, asegura, llegó a sonar en la radio: 'Más feo que yo', un tema que aún hoy sigue cantando en el corazón de Madrid como el eco de lo que algún día fue. También dejó atrás un millón de pesetas en royalties y algunos amores. Pero fue precisamente su abuela la que, antes de morir, le dejó el legado más importante que aún hoy guarda como oro en paño. La fórmula y la consecución de lo que él siempre deseó, convertirse en un hombre libre.

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