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Muse o el caos como razón de ser

El trío británico presenta su nuevo disco cerrando el iTunes Festival de Londres

DAVID BOLLERO

Cuando estás acostumbrado a ganarte no menos de 15.000 almas en un concierto, meterte en el bolsillo a 5.000 es un juego de niños. Al menos para Muse, que anoche cerró el iTunes Festival en el Roundhouse de Londres. El trío de Devon llegaba con zapatos nuevos, su The 2nd Law, que sale hoy a la venta, y echó a andar con ellos desde el principio.

Con puntualidad británica, sonaron los acordes de Supremacy, el tema que encabeza su último álbum, digno de la banda sonora de una película de 007. Arrancaba así un concierto, con Matt Bellamy, cantante y guitarrista, embutido en un traje de lentejuelas negro, que habría de servir de perfecto aperitivo para la que se avecina. Sólo este mes, le aguardan Glasgow, dos citas en el O2 Arena de Londres, Birmingham y el 20 de octubre, el Palacio de los Deportes de Madrid, para el que se agotaron las entradas en cuatro horas.

The 2nd Law hace referencia a la segunda ley de la termodinámica, pero cuando uno piensa en Muse, le viene más a la mente la teoría del caos, aquella de los sistemas dinámicos e imprevisibles. Un caos prodigioso que anoche saltó con una soltura pasmosa de los sonidos cuasi Depeche Mode de Map of the problematique a Panic Station, empapando al auditorio con su funk sexual deudor de los INXS y, cómo no, del maestro Prince. Para entonces, Chris Wolstenholme, bajista, ya se había despojado de su chaqueta y anunciaba con su manga corta que la cosa iba en serio.

El trío de Devon llegaba con zapatas nuevos, 'The 2nd Law', que sale hoy a la venta

Llegaron dos clásicos, Resistance y Supermassive Blackhole, con un Bellamy que comenzaba a desatarse, tocando la guitarra por encima de la cabeza y marcándose un primer solo titánico. La algo más de hora y cuarto de concierto combinó magistralmente temas imprescindibles, como Time is running out, primera vez que el Roundhouse tembló bajo los pies, con los recién estrenados como Animals, el tema contra los especuladores de la crisis, o Save Me, una de las canciones, junto al salvaje Liquid State, compuestas por Wolstenholme en el último álbum. Para la ocasión, Bellamy actuó como más líder que nunca, primero de espaldas al público mirando a la batería de Dominic Howard y echándose a un lado después, dejando que el bajo, reconvertido para el tema en vocalista, se desvirgara con el público, que respondió con más amor que frenesí.

Le seguirían Madness, el primer single del último disco en el que se atreven con el dubstep y que trae a la mente el I want to break free de los Queen, guitarreo 100% con el sello Brian May incluido; y la marcialidad de Uprising, para cuando el público estaba ya completamente rendido a los pies del escenario, sobrio, con un piano blanco aun intacto.

Faltaron temas de siempre, como 'Hysteria' o 'Stockholm Syndrome' 

Tras la electrónica Follow Me, dedicada el recién nacido de Bellamy en la que el público se arrogó el rol de vocalista, y el Plug in Baby, se hizo la oscuridad y el sonido de la armónica de Wolstenholme - que luego lanzaría al público- hipnotizó a la multitud, vaticinando la épica Knights of Cydonia. Llegó entonces Bellamy, aguantando estoicamente en su traje de lentejuelas, con guitarra plateada, y desafió a las estructuras con sus falsetes estridentes, corriendo de un lado a otro del escenario mientras abajo una masa botaba con los brazos en alto al borde del éxtasis.

Fin del concierto... al menos por tres minutos, que fue lo que tardó el trío en recuperar su lugar y estrenar el piano con la ineludible New Born a la que sucedería Starlight en la que Wolstenholme se rendía a la masa cediendo su micro a la locura colectiva. Rondaban ya las diez y cuarto de la noche y Bellamy, de nuevo al piano, arrancó, Survival, el que fue himno de los pasados Juegos Olímpicos sin demasiado éxito y que anoche, en cambio, hizo temblar los pilares del Roundhouse desde el mismo momento en el que el vocalista acabó el piano con un alarido ensordecedor. Un cierre de concierto perfecto, con el virtuosismo de Bellamy a la guitarra, que pone la miel en los labios de lo que se antoja una gira antológica.

Faltaron temas de siempre, como Hysteria o Stockholm Syndrome, pero no era el lugar ni el momento. A fin de cuentas y aunque terminara siendo un banquete, anoche no era más que un aperitivo musical, un menú de degustación de ese caos melódico de Muse, que reivindica de una vez por todas su estilo genuino, más allá de las influencias de los Queen, Led Zeppelin, U2 o Radiohead. Un caos, en definitiva, que pone orden a su razón de ser.

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