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Coldplay, en el laboratorio del pop probeta

Los británicos regresan con un disco diseñado con mimo para triunfar.

JESÚS MIGUEL MARCOS

Con las mejores canciones de los tres primeros discos de Coldplay se podría hacer un disco notable. Eso ha sido el grupo hasta la fecha: una formación capaz de fabricar un puñado de preciosas y precisas píldoras pop. Luego, mucho relleno. Si por debajo tienen a los insustanciales y efectistas Keane y por encima el cielo de U2 -cielo para Chris Martin, que en varias ocasiones ha dicho que quieren ser más grandes que los irlandeses-, Coldplay se encuentran, a día de hoy, más cerca de los primeros.

Y eso que este disco de título ampuloso -y bastante feo también-, ‘Viva la Vida and Death and All of his Friends', es el más regular y equilibrado de toda su carrera. Hits de estadio impepinables -‘Lovers in Japan', ‘Viva la Vida' e incluso la instrumental ‘Life in Technicolor'-, baladas sentimentales para el ‘singalong' -'Reign of Love', cuyo poso al Sting más muermo lo arregla Brian Eno, productor, con su habitual exquisitez- y alguna sorpresa de última hora, como la apañada y brillante ‘Strawberry Swing'.

No es oro todo lo que reluce
Sin embargo, es difícil mitigar la sensación de que se trata de un álbum hecho para atraer a las masas y que funcione en los estadios. Hay discos que se convirtieron en superventas sin ser ese su principal objetivo. En el caso de Coldplay, su plan se intuye. ‘Life in Technicolor' parece diseñada para el inicio de un concierto, una especie de ‘Where the Streets Have No Name' instrumental con un emocionante crescendo que, sin embargo, empieza recordando a U2 y termina copiando a Arcade Fire.

Luego está el abuso de recursos típicos que buscan transmitir la emoción instantánea: un teclado dibuja una melodía de forma repetitiva mientras el resto de instrumentos cambian de acordes por debajo (escuchen el inicio de ‘Lovers in Japan'). Y llega el tema de las deudas. Incapaces de inventar nada por sí mismos -tampoco es obligatorio para hacer un buen disco-, miran a su alrededor y encuentran a Arcade Fire, a cuyo sonido se acercan peligrosamente en el inicio de ‘Lost!' y en la utilización de esos coros épicos tan típicos en los americanos.

Y claro, Radiohead, cuyo espíritu sigue vivo en las canciones de los de Chris Martin: el interludio de ‘42' -de lo mejor del disco, por cierto- parece sacado del ‘Ok Computer'. Este tema parece hecho a base de retales, como si unieran las estrofas y el estribillo de dos canciones distintas. Este tipo de artimañas son habituales: por ejemplo, en ‘Reign of Love' parece que no se le ocurre nada para un verso y lo completa con un ‘oh oh', y listo. Por último, ‘Cemeteries of London' y ‘Yes' son dos temas menores. En resumen, pop diseñado milimétricamente para alimentar a las masas. Pop probeta.

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