Este artículo se publicó hace 16 años.
Deliciosa filosofía macarra
Extremoduro congregó en Santander a 8.000 fans entregados en su primer ‘show’ en ocho años
Robe Iniesta puede estar muy orgulloso de sus fans. Tras ocho años de inactividad, agotaron con una semana de antelación las 8.000 entradas de su concierto de regreso a Santander, celebrado el sábado. Lo que impresiona, sobre todo, es que en los foros de Internet nadie intenta aprovecharse de la situación. Hay cuatro anuncios de
"compro" por cada uno de "vendo". Ejemplo de buen rollo: "Por no poder acudir, vendo dos entradas por lo que me costaron: 22 euros, más baratas que en taquilla".
Llegó el gran día y tampoco hubo reventa chunga en los alrededores del Palacio de Deportes. Bueno, sólo dos jetas que pretendían cobrar 75 euros por un ticket suelto. El recinto se conoce como La ballena: un estadio recubierto de titanio que se parece un montón a este animal, aunque no fuera esa la intención de los arquitectos. Dos horas antes ya había botellón en el parking, inyectando un poco de vida a una de las ciudades más señoriales (léase rancias) de España.
Público muy joven
Volvamos a lo nuestro. ¿Qué aprendimos en más de dos horas de concierto? Primero: que el público del grupo se ha renovado. Bastante más de la mitad de los asistentes tenían entre 17 y 24 años. Era gracioso ver a un padre cuarentón que se había traído a su hija de cinco años. La niña paseaba por la pista con una camiseta que decía "Iros todos a tomar por el culo", el nombre del disco en directo de Extremoduro.
Segunda lección: el grupo está en plena forma. Pasan por encima de sus éxitos con la eficacia de una apisonadora. Arrancan ya fuerte con Deltoya, y a lo largo de la noche van cayendo Pepe Botika, Extrema y dura, So payaso, Jesucristo García o La vereda de la puerta de atrás.
Buen sonido, buena voz y una docena de pequeños fallos de ejecución, siempre compensados con calor instrumental. No parece que sea el primer show de la gira, sino uno de por la mitad. Lo único que chirría son los previsibles solos de Iñaki Antón (todo un manual de trillados tópicos
rockeros). El tipo se va creciendo poco a poco y rubrica la noche con diez minutos de exhibicionismo instrumental masturbatorio. Lo resume mejor una chica a mi lado: "Esto no puede estar pasando, tiene que ser una cámara oculta".
Robe juega a presumir de sus excesos, aunque ha aprovechado los años de parón y se ha licenciado en Filosofía. Ya es un rockero con estudios.
Nos explica que "el disco nuevo tenía que estar preparado, pero aún no está". Hoy toca el bonito single de adelanto, Dulce introducción al caos, y otra que trata de violencia doméstica (hoy han dicho por la tele/ que han matado a tres mujeres/ y que han sido ellos).
No ha habido golpes de timón en su estilo. Tampoco hacía falta. Siempre han sido los mejores de su liga. Hacen música para "salir, beber, el rollo de siempre". Tan previsible como necesaria, con unas letras mucho más profundas que los superventas calimocheros.
A la salida se reparten flyers de Óscar Mulero y más de uno
los recoge. Por una noche, el macarra power se instaló en Santander.
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