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"No me voy a morir nunca"

Una caja recopila la obra de Compay Segundo para conmemorar el centenario de su nacimiento

PEDRO CALVO

Compay Segundo. Cien años, un cofre que celebra el centenario del sublime sonero cubano. En Cuba, se realizarán festejos oficiales y se inaugurará un monumento funerario que llevará escritas las palabras de Compay: 'Sonríele a la vida, en las buenas y en las malas'. De España, afirmó que era su segunda patria porque sus primeros juguetes se los regalaron los gallegos que trabajaban en la misma mina que su padre, el sargento Panchín.

Cordial, sagaz, simpático, caballeroso, pícaro... El creador de Chan Chan vivió varias vidas. La más conocida es la de músico. Se regía por un principio: 'Que el hombre sea amigo del hombre'.

Francisco Repilado fue compositor, cantante, guitarrista, clarinetista y bongosero. Inventó el armónico, instrumento híbrido de la guitarra española y el tres cubano. Con una jovialidad envidiable al coronar la ancianidad, Compay vendió millones de discos.

Buenavista Social Club

En 1997, el gran Ry Cooder decidió afrentar el proyecto Buena Vista Social Club y Compay Segundo volvió a 'estar en fama'. Esta expresión le gustaba especialmente al autor de Yo vengo aquí, pieza que compuso siendo un muchacho de quince años.

Focalizados en torno a la venerable figura de Compay, el disco y el tour mundial de Buena Vista Social Club, recogido cinematográficamente por Wim Wenders, reunieron la flor y nata de la música tradicional cubana: Omara Portuondo, Pio Leyva, Ibrahim Ferrer, Puntillita, Cachaíto, Manuel 'Guajiro' Mirabal y Barbarito Torres. El son cubano volvía a conquistar el planeta, giraba en la misma galaxia escénica que el jazz y el rock.

Pocos años antes, Ry Cooder estaba alumbrando esta idea. Me lo contó en el Hotel Nacional de La Habana. Estaba grabando por esas fechas con The Chieftains en los estudios EGREM y añoraba su juventud, en los primeros años 60, cuando llegó a Cuba por otros motivos y descubrió el son gracias a Ñico Saquito.

En esos mismos días, Compay me abría las puertas de su casa, sita en Calle Salud -título de su notable disco de 1999-, en Centro Habana. Por la noche, ese barrio, en el corazón habanero, estaba en la más absoluta oscuridad, cosa de los persistentes períodos especiales. Pero de día, como si estuviéramos viviendo dentro de una película, Compay paseaba saludando a sus vecinos con una mano puesta en el ala de su sombrero y sosteniendo con la otra mano su cigarro puro. Todos le conocían y querían.

Un papelito con versos y algunas notas musicales

En la mesita de noche de Compay, junto al vaso de agua, había un papelito con versos y algunas notas musicales escritas. Ese papelito lo llevaba el sonero de día en el bolsillo de su guayabera.

Había aprendido a escribir música de joven, siendo clarinetista de la Banda Municipal de Santiago. Francisco Repilado me dijo entonces: 'Yo creo que no me voy a morir nunca'. Y reveló el secreto de su longevidad: 'Comer carnero, beber ron con moderación y fumar un cigarro habano diario. Tengo 86 años, y con novia; vive en esta misma calle, dos cuadras más abajo'.

Habiendo sido guiado en el oriente cubano por el mítico trovero Sindo Garay y hermanándose en La Habana con el legendario Ñico Saquito, Compay se hizo un nombre en la capital en los años 30. Doce años estuvo en el grupo de Miguel Matamoros, tocando el clarinete; allí coincidió con el inmortal Beny Moré. En los años 40 y 50, con Lorenzo Hierrezuelo, formó el dúo Los Compadres.

Participó en algunas películas, a caballo entre Cuba y México. En los años 60, con el paradójico olvido de la música tradicional cubana por parte de la Revolución, Compay dejó la música y se ganó la vida como tabaquero. Dicen que vivió en China. Elíades Ochoa le rescató en los años 90.

La última década de su vida está recogida en los tres discos del cofre Cien años, a los que acompaña un magnífico DVD con vídeos, entrañables reportajes y la grabación de un concierto en París, celebrado en 1998.

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