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Nadie más raro que David Bowie

En 1976 ya estaba demostrado que David Bowie era un tipo raro, un genio venido del espacio exterior

SARA BRITO

Cuando debutó en el cine interpretando a un extraterrestre que llegaba a la Tierra para intentar salvar a su planeta de la sequía en El hombre que cayó a la Tierra, de Nicholas Roeg, ya se había hecho pasar por alien en varias ocasiones: en 1969 había compuesto Space Oddity y había encarnado a Ziggy Stardust en el álbum homónimo de 1972.

En pleno subidón glam y con su delgadez llevada al extremo, Bowie interpretó a Thomas Jerome Newton, un humanoide que, tras quedar atrapado en la Tierra, era manipulado por los vicios y miedos de los seres humanos. Aquella primera experiencia, además de servirle de aperitivo para sus otras apariciones histriónicas en celuloide como El ansia (Tony Scott, 1983), o Dentro del laberinto (Jim Henson, 1986), le ayudaría a dibujar su siguiente alter ego, que acabaría por ser uno de sus más trascendentes: Bowie reconoció que El duque blanco, que confeccionó para su álbum Station to Station (1976), tendría que ver con la fragilidad y el distanciamiento que dio al personaje de Jerome Thomas Newton.

Como otras producciones de Nicholas Roeg director favorito de otro genio raro, el autor de cómics Alan Moore, El hombre que cayó a la Tierra que parte de un libro de Walter Tevis es un experimento visual derivado de la técnica cut up, que William S. Burroughs había acuñado en literatura. Roeg lleva a cabo en este filme, como había hecho ya en Walkabouts (1971), una edición casi fortuita, que extrema una narrativa de por sí poco líneal .

No en balde, Roeg había iniciado su carrera en cine en un cuarto de edición, jugando a los puzzles con películas ya hechas. En una entrevista de 2005 en The Guardian, Roeg reconocía su fascinación por la casualidad en la construcción de historias. 'Lo que hace reír a Dios es la gente que hace planes', decía.

Lisérgica, melancólica, elíptica... El hombre... resulta interesante si se lee como una metáfora de la alienación natural de todo ser humano y como una sátira social de los años setenta, tiempos del florecimiento del corporativismo empresarial.

Lamentablemente Bowie no se ocupó de la banda sonora, aunque esos fueran los planes en principio. John Philips, de The Mammas and The Papas, y Stomu Yamashata fueron los encargados de darle trazos de rock progresivo y free jazz a la mirada desasosegante sobre el ser humano que Roeg nos entregó.

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