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"No me siento orgulloso de nada"

Goya Honorífico. El prolífico director, gurú de las películas de bajo coste, se ríe de su sombra y defiende la libertad y la sorpresa como motores del cine

ÁNGEL MUNÁRRIZ

Jess, qué singular personaje. Es difícil llevar colgadas más etiquetas (rey del subgénero, gurú de la serie Z, director de culto, coleccionista de pseudónimos...) y ser a la vez tan inclasificable. Depurado músico de jazz, escritor de novelas policíacas en su juventud e inabarcable cinéfilo, Jesús Franco (Madrid, 1936) recibe el próximo domingo 1 de febrero el Goya de Honor por su carrera como director, actor, guionista y productor, facetas en las que ha cosechado más aceptación fuera de España. El director de Necronomicon y Killer Barbies, ayudante de dirección de Orson Welles, Nicholas Ray, Robert Siodmak y Luis García Berlanga, entre otros, fuma sin parar, bromea con su musa y compañera, Lina Romai, y derrocha humor y hospitalidad en su casa de Málaga durante las dos horas que dura la charla, salpicada de anécdotas y digresiones sin asomo de divismo.

Todo empieza con usted aporreando el piano de su hermano, Enrique Franco.

Sí, un día se cabreó y me dijo: “Otra vez y te doy dos hostias. Sólo te libras si yo te enseño”. Y empecé. Luego tuve una fiebre trompetística. La música fue lo primero, y ahí tuve premios y todo. Con el cine, no.

¿A qué le sabe el Goya?

No me creo nada, ni pienso eso de “por fin me reconocen”. Como no soy John Ford, todo lo que me reconozcan por debajo de La diligencia, pues bien... Tampoco soy imbécil. Me llamaron y acepté, así que ahora no digo que me da igual. Pero no pienso que merezca nada. Si no he hecho películas maravillosas es porque no sé. No me siento frustrado. Soy feliz de haber hecho tantas películas, y además con honradez total. Nunca he hecho una chorizada ni he tragado con monsergas.

Ha seguido el dictado de “cámara y libertad”, como le dijo Berlanga cuando usted fue su ayudante en ‘Los jueves, milagro’.

Sí, los productores de aquella película eran del Opus. Un día tuvo una cena con uno que mandaron del Opus y luego me dijo: “Lo único es la cámara y la libertad”. Me pareció una definición tan precisa que la hice mía. Se la robé.

Y la llevó al extremo. Nada de esperar la subvención.

Ni me la han dado ni la he pedido. Así que tampoco tengo derecho al pataleo. Si quieres hacer Lo que el viento se llevó II en Andalucía, te va a salir una mierda de espanto. Hay que saber lo que se quiere. Yo, muy jovencito, viví los inicios del neorrealismo, películas hechas con cuatro duros. Y ahí están El ladrón de bicicletas o Roma, ciudad abierta. El problema no es la falta de dinero, sino la falta de talento.

¿Envidia las facilidades que hay ahora con el digital?

¡Joder! Yo empecé con unos documentales, lo que se podía hacer entonces. Había que rodar en 35 milímetros, comprar negativos, ir al laboratorio... ¡Muy caro! Ahora los chavales le ponen unos objetivos cojonudos a una camarilla de chichinabo. Fácil.

Al contrario que cuando usted empieza...

Mira, si yo seguía la norma, lo primero era hacer el guión técnico, que iba a censura previa. Te leían cuatro o cinco censores y hacían un informe. Si era favorable, pues estabas autorizado para rodar sin ir a la cárcel. Luego rodabas y la clasificaban.

¿Se planteó encauzarse en ese sistema, intentar convivir con la censura?

Me negué siempre. Los mandaba a la mierda. A mí me recibía en el ministerio un tío que se llamaba Zabala. Y me decía: “Tengo tu guión, no te preocupes... Pero cambia la historia, que el marido no tenga cuernos, que la hija sea una santa”. Y no la hacía.

Pero sí llega a rodar varios largos en España.

Sí, yo debuto con Tenemos 18 años [1959], y tiene una acogida comercial buena.

¿Y de crítica?

Ahí ya estamos más jodidos. Pero de público, bien. Yo he hecho incluso un par de películas de folclore andaluz. Raras siempre, pero de folclore. Pero me jodían. De Tenemos 18 años, una película aparentemente inocua, me cortaron 18 minutos, tuve que cambiar diálogos, y luego me calificaron de última categoría.

¿Era una invitación a que abandonase el oficio?

Total. Hasta que dije: “Que os den”. Yo tenía la ventaja de que desde muy chaval hablaba francés e inglés.

Y fuera había otro mundo.

Sí. Yo había empezado a trabajar con una productora importante de París. Y entonces se fijan en mí y me piden hacer Necronomicon, que era una historia mía y un guión mío. Una película rara, esotérica. Tenía que haber sido una coproducción hispano-germánica, pero claro, la censura me fastidió. Yo tenía un jefe de producción que era un judío alemán que vivía en España, que había huido de los nazis, y me dijo: “Esto es una película alemana y ya está”. Ahí vi el cielo abierto.

Con ‘Necronomicon’ llegó el éxito de crítica, el Festival de Berlín, las alabanzas de Fritz Lang... ¿Es de la que más orgulloso se siente?

Te voy a decir una cosa, y que quede claro: Yo no me siento orgulloso de nada. Porque soy consciente de que hay cantidad de películas a las que no les llego ni a la suela.

¿Eso es modestia?

No es modestia, lo juro.

Usted ha sido desde siempre un admirador del cine de género...

¿Qué es cine de género? Todo el cine es de género. Todo.

Es decir, hacer un cine más académico, más convencional...

Yo he hecho de todo. He hecho películas normales, por llamarlas así. Un poco locas, pero normales. No son precisamente las que más me gustan... En realidad no me gusta ninguna, pero algunas las odio más que otras. Lo que yo no trago es el cine intelectualoide pedante. Ése no.

¿Estilo Peter Greenaway, por ejemplo?

No hace falta ir tan lejos.

¿Éric Rohmer?

¡Ahhhh! Me pone mal del estómago. A mí me gusta el cine directo, el espectáculo. Yo soy gente, no un superexquisito que ve tonterías. Greenaway me la sopla. Prefiero a Spielberg. No todo, pero Indiana Jones es una obra maestra, cosa que la mayoría de mis congéneres no opinan, u opinan pero no dicen...

Con opiniones así no hubiera llegado muy lejos en la tertulia de Garci...

Es que no hubiera ido. Me cuido bastante, ¿sabes? Lo que digo es que hay un desprecio al género, y luego hacen un listado de las mejores películas de la historia y, salvo dos peñazos, todas son de género: Fritz Lang, Ford....

Y el expresionismo, que es la corriente que más le agarró a usted...

Sí. Yo no he presumido ni he querido ser nunca un intelectual, porque la palabra me destruye, pero tengo una formación y creo que como arte visual y auditivo, es lo mejor.

¿Va al cine?

No, el cine viene a mí [señalando su DVD]. Es que este aparato es una maravilla. No somos conscientes de lo que tenemos con eso.

¿Cómo era Orson Welles?

Cojonudo. Un genio. Un tío maravilloso total. Genial.

¿Consciente de su genio?

Posiblemente sí, y al mismo tiempo atormentado por cosas que no le salían bien. Pero sí, creo que era consciente de ser un ser aparte.

No se le podía reprochar...

Pues no. Hablaba un español cojonudo, por cierto. Con acento cordobés. Porque él vino a España a aprender tauromaquia y fue a la escuela de Córdoba, la de Manolete. Hasta que vio una vaquilla arrancar hacia él. Era un miedica, el tío. Bueno, yo hubiera hecho lo mismo.

¿Era Klaus Kinski tan volcánico como se dice?

Qué va. Yo hice siete películas con él. Y más o menos las mismas con Christopher Lee. De éste ya se sabía que era supercivilizado y profesional. El otro tenía la fama, pero es una imbecilidad. Porque él era conflictivo con los hijos de puta. Llegaba un jefe de producción de ésos italianos y le gritaba: “Klaus, vieni qua”. Y ya estaba armada. Pero nunca era culpa de él. Él exigía respeto como persona. Se rebelaba. Con Herzog, el director con el que hizo más películas, era caso aparte. Se llevaban muy bien hasta que se daban de hostias. Y luego vuelta a empezar.

En la década de los 70 rueda a un ritmo tremendo...

Varias películas al año, sí. Pero cuidado. Exageran mucho.

Por los pseudónimos...

Claro. Yo empecé siendo Jesús Franco y nada más. Cuando llegué a París con intención de hacer cine dije mi nombre y se descojonó todo el mundo. El niño Jesús y el general Franco juntos. ¡Un nombre genial para un cineasta en Francia! Me dijeron: “Vaya usted a mamarla”. Me recomendaron cambiar, y quedó Jess Franco.

¿Y los demás? Se le atribuyen decenas...

Claro. Al cabo de un tiempo empecé a hacer muchísimas películas y los distribuidores me dijeron que me buscara un pseudónimo más. Entonces se me ocurrió crear un quinteto de directores con nombres de músicos de jazz muertos, que no se podían quejar.

Pero son sólo cinco...

Pero aquella cabronada les encantó. Llegaban los productores y decían “James Foster”. Y yo decía: “¿Quién cojones es James Foster?”. Era para que sonara bien. Y como el director es el tonto del capirote número uno, pues no podía hacer nada. Luego algún estudioso del cine empezó a buscar todas mis películas y acabó atribuyéndome algunas que no eran mías. Me han puesto hasta películas de Pierre Chevalier, que era amiguete, porque algún insensato vio que había dirigido con él y pensó que era un pseudónimo, así que me colgó toda su filmografía.

Entonces, ¿cuántas películas ha rodado? Porque hay versiones tremendas...

Doscientas seis.

A partir de los setenta empieza a hacer sus películas más alocadas, más irreverentes. ¿Cómo la concibe y las realiza?

Cada una es un mundo, di alguna en concreto.

‘Mari Cookie and the killer tarantula’, de 1998.

¡Mari Cookie, sí! ¿Qué le encuentras, que es muy loca?

Sí, un poco...

Hay un momento en que pienso que ya vale de que las películas traten siempre de lo mismo, de problemas sentimentaloides de gente estúpida. Con Mari Cookie, quise hacer una película como un tebeo de Vázquez. Yo busco divertirme. ¡El cine español de ahora, dios mío! Sólo va de gente que estaba jodida en la guerra. ¡Yo también estaba jodido, a pesar de que era un mequetrefe!

¿Le aburre?

Claro. El cine debe sorprender. Como Godard, que es la sorpresa continua. Y Orson.

Sorprender, aunque la mayoría del público se asuste o se escandalice...

¡Esos que se jodan, claro! No puede uno pensar en eso.

En el balance general, ¿predomina la diversión?

Sí, pero también ha sido difícil. La prueba es que yo, con tantas películas internacionales, debería ser rico y vivir en Marbella, pero vivo aquí en este apartamento pequeño. Y estoy encantado y feliz. Duermo como dios porque no le he hecho ninguna putada a nadie. He hecho las cosas de corazón, más de lo que la mayoría de mis congéneres puede decir.

¿Ve influencia suya en cineastas españoles de hoy?

Alguno. Pedro Temboury [director de Karate a muerte en Torremolinos y Ellos robaron la picha de Hitler], sobre todo.

¿El Álex de la Iglesia de ‘Acción Mutante’? ¿Santiago Segura en ‘Torrente’?

También, sí. Y ya estás acabando la lista, ¿eh?

¿Y no ve algo suyo, de refilón, en Almodóvar?

Él es otra cosa. Las primeras películas sí, algo. Y además el cabrón [cariñosamente] robó una secuencia de una película mía y la puso en Matador. Un personaje ve en un vídeo una película, y es mía. En fin...

¿Le molestó?

No, no... Me da igual

Pero le hubiera gustado una llamadita, ¿no?

¡Exacto! Una cosa de educación. Llamó a posteriori, a película vista. Y no es lo mismo.

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